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 “El feminismo es un movimiento de transformación radical de la sociedad”

 

Nazaret Castro (Buenos Aires)

 

El 8 de marzo de 2018 puso en escena la fuerza del movimiento de mujeres en Argentina, y convirtió Buenos Aires en uno de los ejes más importantes del mapa internacional de los feminismos. La marcha se esperaba masiva, pero fue mucho más que eso: fue inmensa, y festiva, llegó acompañada de una huelga de cuidados y logró hacerse entender no como un acontecimiento sino como un momento -histórico, sí- de un largo proceso, tejido a lo largo de meses de asambleas y, antes de eso, décadas de lucha. La fiesta memorable que fue el 8 de marzo fue una sorpresa sólo a medias. El 3 de junio de 2015 había instalado un grito incontestable: el de Ni Una Menos; pero la inteligencia colectiva de los activismos feministas no se quedó ahí: pretendía mucho más que anunciar que ya no estamos dispuestas a que nos maten, golpeen o violen. Pretendía cambiarlo todo.

Tenemos el privilegio de conversar con Verónica Gago, una de las más activas militantes de Ni Una Menos, que articula los mundos de la militancia, la academia y la economía popular. Ella nos habla de algunas de sus mayores referentes intelectuales -la argentina Rita Segato, la mexicana Raquel Gutiérrez y la italiana Silvia Federici-, con quienes ella se codea en conferencias y congresos en todo el mundo; pero, también, de las mujeres que trabajan en la economía popular, que sacan el trabajo doméstico a las calles de las villas miseria [las favelas], que luchan para defender sus territorios frente al modelo extractivista –la minería, el agronegocio y otros grandes emprendimientos que avanzan en detrimento de las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas-, o las que están recluidas en presidios.

Verónica, amazona incansable y generosa, sabe que las preguntas se hallan, y las respuestas se elaboran, siempre desde abajo y en colectivo. Nos habla en un contexto complejo -la vuelta de las derechas en el país y en toda la región- en el que los feminismos, y en particular el feminismo popular o comunitario, emergen como la más prometedora de las luchas por la emancipación.

Verónica Gago. Foto de Florencia Trincheri

¿Cómo se logra vencer la resistencia al término “feminismo” que hay en ciertos sectores, como las mujeres rurales y de clases populares?

Creo que la capacidad actual de los feminismos ha sido ligarse a una conflictividad social; y es gracias a eso que varios de sus conceptos fundamentales emergen hoy desde las luchas, y se va más allá de esa identificación que existió durante mucho tiempo del feminismo asociado a una dinámica más cercana a las instituciones o al espacio académico y, por tanto, desencontrado con las luchas populares. Hoy esa conexión está siendo muy poderosa y es la que le da una vitalidad al feminismo desde abajo. La noción de cuerpo-territorio, por ejemplo, es capaz de poner en conexión todo un archivo, un acumulado de luchas en torno a la autonomía de los cuerpos de los feminismos con las luchas alrededor de la autonomía de los territorios, complejizando al mismo tiempo la idea de “soberanía” y la de cuerpo entendidas por fuera de los confines del cuerpo como propiedad individual. La palabra cuerpo se piensa así de modo extenso, como el cuerpo social produciendo un tipo de resonancia entre luchas comunitarias y feministas. Insisto que lo novedoso es cómo toda esa riqueza de categorías nace del ritmo y las invenciones de una nueva conflictividad social que encuentra lenguajes para narrarla y confrontarla, que vienen desde el feminismo popular, comunitario, indígena y villero.

 

 

Eso nos lleva a una cuestión que es fundamental en toda América latina: por qué y cómo las mujeres están en la primera línea de los conflictos por los territorios, en conexión con el avance acelerado del modelo extractivista.

Las respuestas que dan las mujeres en esos conflictos es muy clara; pienso por ejemplo en los conflictos ahora en Tariquía, al sur de Bolivia

: “Porque sabemos que nosotras seremos las que tendremos que ir a conseguir el agua si la mina acaba con ella, somos las que vamos a cargar los bidones en el bus”. Las mujeres afrontan estos conflictos en términos concretos y cotidianos, en la medida que se multiplica su trabajo reproductivo como trabajo obligatorio para responder a los despojos de las transnacionales en el territorio. Y en este marco, muchas se preguntan qué significa poner el cuerpo en la lucha si después son desvalorizadas en el momento de la toma de decisiones; así es que se exige no sólo estar en la primera línea de los conflictos, sino también ocupar los espacios en los que se toman las decisiones políticas sobre esos conflictos. Creo que de este tipo de situaciones surgen reflexiones muy ricas que radicalizan las preguntas que nos hacemos todas, porque van enlazándose de maneras variadas. Esto sucede también en los territorios urbanos. Una compañera de la Corriente Villera Independiente, Gilda, con quien coordinamos una de las asambleas para el 8M murió unas semanas después electrocutada al sacar agua de los pasillos de la villa tras una tormenta. La falta de infraestructura básica hace que la precarización de la existencia sea total y que sean en general las mujeres las que se ponen al hombro la tarea de producir infraestructura popular y pagar las consecuencias en que la inexistencia de servicios básicos se traduzca como verdadera “inseguridad”. Lo que sucede es una multiplicación de los territorios en conflicto y una conexión entre esas conflictividades. El año pasado, en Argentina fue muy fuerte la criminalización contra las comunidades mapuche, y en particular a una generación joven que, crecida en las periferias de una ciudad racista como Bariloche, se propone hoy una reinvención de la experiencia comunitaria y la recuperación de territorio en la Patagonia, a manos de latifundistas como Benetton. La alianza de los estados con las empresas es evidente en cada uno de estas conflictividades.

En Guatemala, las organizaciones locales en defensa de los territorios me aseguraron que las resistencias al avance del monocultivo de caña azucarera o palma aceitera son más exitosas cuando son lideradas por mujeres, que ellas son más difíciles de cooptar por las empresas. ¿Cuál es la potencia política de esa imbricación del feminismo con otras luchas?

Creo que ese “garantía” de radicalidad y no cooptación es muy material: las mujeres son las que conocen y evalúan en el propio cuerpo propio y colectivo y en el trabajo extra –como decía más arriba- que implicará para ellas y para la comunidad toda el avance del megaemprendimiento. Lo interesante es que así como sucede en los conflictos territoriales, pasa lo mismo en los sindicatos, donde las mujeres son vistas como más “intransigentes” en las negociaciones y por eso menos “confiables”. Hemos presenciado esto muy fuerte a partir del proceso de los paros de mujeres. Entonces lo que no se quiere reconocer es que lo que ponemos en juego es otra lógica de construcción que, además, desnuda los propios límites e ineficacias de las conducciones machistas. Ni que hablar de esa radicalidad desplegada por las estudiantes secundarias que han enlazado de manera directa la crítica a la reforma estudiantil con el reclamo de una educación sexual integral en contra del giro “preventivo” y moralizador que le quiere imprimir el gobierno. Por eso, creo que el feminismo actúa como un vector de radicalización de todas las premisas de los conflictos: desde lo que se entiende por poder y liderazgo hasta el deseo que se pone en juego en la pelea. Estamos viendo hoy una masificación por radicalización y esto va contra de un sentido común persistente en las militancias que sostenía que había que “suavizar” el discurso para conectar con capas amplias de la población. Estas experiencias concretas de feminismo, a partir de su masividad y transversalidad, desafían todo el lenguaje de reconocimiento de las minorías y del premio de los cupos para hacer un planteo que no deja espacio social, político, laboral y vital sin conmover.

La masividad es un escenario de mucha potencia, pero también surgen riesgos en torno a esa “moda” a la que se quiere reducir el feminismo…

Desde luego, hay intentos de captura. Creo que una ofensiva empresarial muy clara fue la campaña de Benetton, “Be Purple” (sé “violeta”, el color del movimiento feminista), que empapeló varias ciudades justo en el momento en que el conflicto por los territorios en la Patagonia, donde la empresa Benetton es una de las mayores propietarias, estaba en un pico de violencia. Existe también un riesgo de banalización del movimiento por muchos dispositivos de marketing. Y hay, también, contraofensivas más violentas ante el éxito innegable del movimiento: así, en Argentina se vio un cambio en la represión posterior al 8M de 2017 evidente. El año pasado, el 8 de marzo inauguró un nuevo modelo de represión del gobierno macrista: la “cacería”, es decir, la persecución de mujeres después de que se había desconcentrado la multitudinaria marcha, mientras chicas esperaban el autobús o caminaban a sus casas. Este año eso no sucedió, en parte porque se desplegó una inteligencia colectiva que armó estrategias para evitarlo; pero la noche del 8 al 9 de marzo hubo una brutal represión contra las mujeres del penal de Ezeiza que habían hecho paro y ruidazo, como sucedió en otros 16 penales del país. El servicio penitenciario, que había sido objeto de denuncia de las compañeras, se ensañó con ellas esa misma noche, justamente aprovechando su aislamiento y la audacia de llevar el paro a la cárcel. Por otro lado hubo una ofensiva mediática y de funcionarios del gobierno de Macri contra el documento que se leyó en 8M, donde se       una cantidad de demandas, problemáticas y denuncias que claramente desobedecían y denunciaban las fronteras de la “agenda de género” que el gobierno dice poner en práctica. La nueva estrategia luego del 8M en Argentina combina así el intento por deslegitimar el documento consensuado en un laborioso proceso de asambleas con el ensañamiento sobre el cuerpo de las mujeres privadas de libertad.

Se trata del mismo gobierno que, sin embargo, ha puesto sobre la mesa la despenalización del aborto. Más allá de lo que pueda haber de oportunismo político por parte del macrismo, ¿está logrando el movimiento de mujeres colocar temas en la agenda política?

Sí, desde luego. Hablar únicamente en términos de oportunismo político es despreciar cómo la lucha continuada de las mujeres ha hecho que se vean abocados a tratar el tema. No es sólo una cuestión de agenda: el feminista es un movimiento de transformación radical de la sociedad. Y, en Argentina, es la principal actriz de oposición al gobierno macrista. Que el presidente Macri declare en televisión que es un “feminista tardío” no sólo es un intento grotesco de disputa de palabras, es también la capacidad de haber instalado esta discusión en todos los espacios sociales y políticos. Un ejemplo: en los días preparatorios al paro del 8 de marzo se lograron escenarios de transversalidad inéditos, como sucedió con mujeres de sindicatos de todas las centrales sindicales: todos ellas pudieron ponerse de acuerdo en el apoyo a la convocatoria superando las internas patriarcales. Y todo esto responde a un acumulado de luchas de las mujeres contra la estructura machista y verticalista en el interior de los sindicatos pero también al interior de las organizaciones sociales y en la elaboración colectiva de qué significa un movimiento anti-neoliberal que se teje desde abajo.

¿Cómo se sostiene esa transversalidad?

El paro ha sido importante como horizonte organizativo y eso se ha notado en el incremento de asambleas, de colectivos nuevos, de iniciativas diversas que crecieron entre el 8M 2017 al 8M 2018. Creo que la transversalidad se nutre por el hecho que el activismo feminista se ha convertido en una fuerza disponible que se pone en juego en diferentes espacios de lucha y de vida. Esta es una manera que va contra la “sectorización” de la llamada agenda de género. O sea, la transversalidad no es sólo una forma de coordinación, sino también una capacidad de hacer del feminismo una fuerza propia en cada lugar y de no limitarse a una lógica de demandas puntuales. Sostenerla no es fácil porque implica un trabajo cotidiano de tejido, de conversación, de traducciones y ampliación de discusiones, de ensayos y de errores. Pero lo más fuerte es que hoy esa transversalidad se siente como necesidad y deseo de estar encontrándonos acá y allá, de imaginar cosas en común, de saber unas de otras, de sentir la fuerza de que somos parte de un momento histórico que nos deja, de algún modo, el tiempo en nuestras manos.

En la masiva marcha de Buenos Aires, algunas mujeres sintieron malestar por la presencia y actitud de algunos hombres. ¿Qué papel deben desempeñar los varones en el movimiento feminista?

Esa discusión no llevó mucho tiempo en las asambleas preparatorias del 8M, porque desde el principio hubo un amplio acuerdo de que los varones no participasen en la marcha, sino que hicieran el ejercicio de sustraerse de la visibilidad política ¡al menos por un día! y se dedicasen a tareas de apoyo, como suplir a sus compañeras de las tareas de cuidado para que ellas pudieran marchar. Llama la atención cómo les cuesta a los compañeros ocupar ese lugar de invisibilidad y de respeto de la autodeterminación de los espacios feministas. En la marcha hubo situaciones incómodas, como varones sosteniendo las pancartas de partidos políticos, que se colocaron al frente rompiendo todos los acuerdos de las asambleas; incluso cuando les pedimos que bajaran las banderas, a una compañera la putearon; era una violencia en un espacio que habíamos creado para que estuviera a salvo de eso, por eso se sintió como una doble violencia. Creo que hay una responsabilidad ahí de los partidos de izquierda, en su deseo por aparatear la manifestación; y está también el papel que juegan los medios hegemónicos, repitiendo ese estigma de que el feminismo odia a los hombres, haciendo una inversión caricatural de la violencia según la cual serían las mujeres las que violentan a los hombres.

Verónica Gago. Foto de Santiago Sburlatti.

En España, el 8M, donde la marcha también fue histórica y masiva, hubo tensiones porque colectivos de mujeres negras y gitanas rehusaron de participar en la huelga; así denunciaban la invisibilidad a la que el feminismo hegemónico y blanco ha condenado a los colectivos racializados. Uno de los argumentos que se utilizaron fue señalar la huelga como una herramienta de privilegiados, nacida en un contexto masculino y europeo. En Argentina el proceso ha sido muy diferente, ¿por qué?

Acá, la potencia que ha tenido la cuestión del paro, o de la huelga, es que ha sido apropiada justamente por segmentos de mujeres que han sido siempre las excluidas del mundo del trabajo reconocido como tal, desde las mujeres de la economía popular a las despedidas, pero también por las trabajadoras sindicalizadas para desobedecer a sus conducciones. Esto tiene que ver en Argentina con la trayectoria del movimiento piquetero que lleva más de quince años problematizando el tema del trabajo, qué significa estar excluídx e incluidx, como modos de clasificación y tutelaje estatales, y eso es algo que hoy sigue presente de modos diversos en las organizaciones y en las protestas callejeras. En Argentina, la decisión del paro se combinó con esta historia de lucha muy potente y radical. De este modo, las que hicieron paro son también las que no pueden parar como antes hicieron piquetes lxs que ya estaban fuera de la fábrica o reclamaron justicia las madres a quienes les habían desaparecido sus hijxs. Creo que el paro conecta con un gesto de reapropiación y desobediencia que tiene distintos momentos históricos en nuestro país. No hay dudas de que el paro remite, en términos hegemónicos, a la historia del movimiento obrero masculino, asalariado, blanco. Pero no ver cómo eso está siendo hoy impugnado, reiventado y reformulado por prácticas concretas implicaría negar y desconocer la fuerza del movimiento. Este proceso político puso en discusión que la huelga puede ser apropiada, reinventada y ampliada más allá de los límites del mundo del trabajo formal, “en blanco”, y reconocido que, sabemos, es predominantemente masculino. Cuando el movimiento feminista llama a la huelga, el paro deja de ser una orden que se acata -es decir, que se sabe cómo obedecerla-, para convertirse en una pregunta a responder desde la multiplicidad de situaciones del trabajo informal, doméstico, precario, pero también asalariado. ¿Qué significa parar para las amas de casa, para las vendedoras ambulantes, para las trabajadoras del campo, para las estudiantes, para las desocupadas, para las beneficiarias de planes sociales, para las migrantes, para las mujeres campesinas que se oponen al agrobussines? ¿Qué significa parar cuando tu sindicato no da la orden de parar? Es una pregunta por el por qué y cómo desobedecemos hoy desde nuestras situaciones concretas y, en el caso del trabajo, cómo visibilizamos el valor que producimos cuando es no reconocido porque se hace en la casa o en el barrio y/o porque trabajamos en formas de empleo sin patrón formal o reconocible. Esta pregunta es política y es existencia

¿Cuál es esa herencia de lucha piquetera a la que hacías mención?

Creo que la economía popular de hoy está fuertemente protagonizada por las hijas de las piqueteras. En Argentina, con la crisis del 2001, muchos varones quedan desocupados, la depresión y el alcoholismo fue muy fuerte en muchos hogares. En ese momento crítico son las mujeres las que salen a la calle a problematizar lo que está sucediendo, y quienes toman la iniciativa para poner en marcha una gestión colectiva de la vida: guarderías, ollas populares, toda una serie de equipamientos comunitarios, una infraestructura social que derrama el trabajo de reproducción al espacio fuera del hogar y que permite luego juntar fuerza común para el corte de ruta. Hoy son ellas y sus hijas quienes están poniendo en valor el trabajo doméstico que ya no se hace dentro de las casas, sino en el barrio y que sustenta incluso una discusión parlamentaria sobre el “salario social”; son ellas, con un fuerte protagonismo femenino en esas economías, las que disputan con las economía ilegales un modo de gestionar la crisis de la sociedad asalariada (y todo su imaginario). Así, no sólo se valoriza el trabajo doméstico asignado a las mujeres, sino que se disputa el confinamiento de ese trabajo de cuidado y reproducción a los hogares y su asociación estricta con modelos familiares, al tiempo que se denuncia la miseria y se valoriza el trabajo comunitario como trabajo productivo fundamental para el sostenimiento de la vida.

Ya que hablamos de la valorización de las tareas de reproducción y cuidado: ¿por qué sin patriarcado no hay capitalismo?

Muchas de nosotras nos nutrimos de un libro fundamental que es Calibán y la bruja, de Silvia Federici. Ella recupera una manera de pensar muy a fondo cómo se estructura la explotación específica de las mujeres en el capitalismo: es un diferencial de explotación que lleva a la pregunta de por qué las mujeres somos explotadas de manera particular, y sobre todo, confinadas y obligadas al trabajo doméstico no remunerado. Esa organización del trabajo de las mujeres como obligatorio y gratuito da la clave: el capitalismo necesita la subordinación patriarcal de las mujeres para organizar las relaciones de explotación; así puede entenderse cómo se ha utilizado históricamente el salario como una herramienta de dominación de las mujeres por los hombres, según una organización específica del desprestigio social de lo doméstico y la consagración de lo público como único espacio de la política. Y esta es una discusión interesante para entender qué pasa hoy, cuando, con la crisis de la sociedad salarial, el salario deja de ser la herramienta de autoridad masculina. Hoy tenemos que pensar lo que pasa luego del patriarcado del salario. Creo que parte del ensañamiento de la violencia doméstica en la actualidad se explica así: los varones, que ya no tienen el salario como herramienta que objetiva su dominación masculina, practican formas “desmedidas” de violencia. El salario medía y mediaba la autoridad del hombre y delimitaba las fronteras entre público y privado; hoy, junto a la crisis del salario entra en crisis la autoridad masculina, que ya no se puede erigir en torno al papel de macho proveedor; y esto explica cómo implosiona la violencia en los hogares, cuando la masculinidad necesita hacer presente su autoridad. La hipótesis que estoy trabajando junto a Raquel Guitérrez Aguilar es que estamos en un momento de “patriarcado colonial de las finanzas”. Esto tiene a su vez que ver con cómo las economías ilegales organizan hoy cierta conflictividad de los territorios; pienso, en particular, en cómo el narco provee a los varones una vía de captación de recursos y control de los flujos de dinero, y así inventa nuevas formas de autoridad con mucha mayor violencia. Para un pibe hoy, ser un soldadito [niños captados por las redes del narcotráfico] lo vuelve a organizar bajo un principio de autoridad que es a la vez bajo un umbral de violencia mucho más alto. Se produce entonces una disputa en un momento en que la violencia surge como fuerza productiva, como ha pensado Federici para otros contextos históricos. Es la pregunta que también se hace Rita Segato: por qué hoy el cuerpo de las mujeres aparece como territorio de conquista. La multiplicación de violencias machistas refiere a eso que tienen que demostrar las masculinidades que ya no se pueden sostener su autoridad sobre el salario ni sobre la figura proveedora en términos más amplios. Ahí aparece la cuestión del patriarcado de la forma más brutal, sin la mediación salarial. Diríamos entonces que el patriarcado tiene todo que ver con esa división sexual del trabajo, sin la cual no hay acumulación capitalista, y que hoy se reformula hacia el patriarcado colonial de las finanzas.

Como dice Silvia Federici, el movimiento de mujeres debe disputar esa desvalorización que hizo el capitalismo del trabajo de reproducción y cuidado. Eso se ha desarrollado desde las luchas feministas con mucha fuerza en los últimos años; pero aparecen giros polémicos, como la crianza con apego o un nuevo mandato por una lactancia prolongada. ¿Hasta qué punto podemos ver en esos fenómenos una valorización de ese trabajo reproductivo, de la vida, y hasta dónde pueden ser nuevas formas de confinamiento de las mujeres a las tareas de cuidado?

Ahí hay una tensión muy fuerte de las lógicas de cooptación y captura de las que hablábamos antes. La desvalorización del trabajo doméstico, de reproducción y de cuidado es una desvalorización política; como recuerda Federici, se disminuye el prestigio social para quitarles a las mujeres su capacidad política, sus saberes, su poder comunitario. Desde el feminismo se está dando una nueva dignidad a estas tareas, y además estas cuestiones tienen cada vez más que ver con mostrar el papel de estas labores en la reproducción ampliada de las relaciones sociales. Las vertientes que intentan que se convierta en una renaturalización de lo femenino, creo que van en el sentido de volver a fetichizar la maternidad como momento individual, familiar y, sobre todo, de realización personal. El feminismo problematiza esa cuestión desde la imposibilidad de sostener la maternidad y el cuidado de forma individual, una vez han sido derrocados los modelos tradicionales de familia y porque ha habido resistencias enormes a la familia como modelo de aislamiento. Hay discusiones muy interesantes sobre la crianza colectiva, por la ecología de cuidados; porque en el feminismo la autonomía se piensa de la mano de la interdependencia, no desde la concepción individual liberal. Esta discusión se da hoy en un momento de colapso, en un marco de despojo colectivo y de precarización de recursos muy fuerte, en el cual las encargadas de las tareas reproductivas deben hacerse cargo en una estructura social en la que ya no hay una infraestructura. Escuchamos desde distintos espacios un feminismo que se pregunta por ese despojo desde una perspectiva que no confía solamente en el Estado o que simplemente siente nostalgia por sus viejas instituciones, sino que se organiza autonómamente en los territorios.

 

 

 

Verônica Gago, pesquisadora argentina e militante do Nem Uma a Menos

 

 “O feminismo é um movimento de transformação radical da sociedade”

 

Nazaret Castro (Buenos Aires)

 

O 8 de março de 2018 pôs em cena a força do movimento de mulheres na Argentina, e converteu Buenos Aires em um dos eixos mais importantes do mapa internacional dos feminismos. Esperava-se uma marcha massiva, mas foi bem mais que isso: foi imensa, e festiva, chegou acompanhada de uma greve de cuidados e conseguiu fazer-se entender não como um acontecimento mas como um momento -histórico, sim- de um longo processo, tecido ao longo de meses de assembléias e, antes disso, por décadas de luta. A festa memorável que do 8 de março não foi uma completa surpresa. O 3 de junho de 2015 tinha instalado um grito incontestável: o de Nem Uma a Menos; mas a inteligência coletiva dos ativismos feministas não parou por aí: pretendia bem mais do que apenas anunciar que já não estamos dispostas a que nos matem, espancam ou violentem. Pretendia mudar tudo.

 

Temos a mordomia de conversar com Verônica Gago, uma das mais ativas militantes do Nem Uma a Menos, que articula os mundos da militância, da academia e da economia popular. Ela nos fala de algumas de suas maiores referências intelectuais -a argentina Rita Segato, a mexicana Raquel Gutiérrez e a italiana Silvia Federici-, ao lado de quem ela figura, ombro a ombro, em conferências e congressos no mundo inteiro; mas, também, das mulheres que trabalham na economia popular, que levam o trabalho doméstico às ruas das favelas, que lutam para defender seus territórios frente ao modelo extrativista – a mineração, o agronegócio e outros grandes empreendimentos que avançam em detrimento das comunidades indígenas, afrodescendentes e camponesas-, ou as que estão enclausuradas em presídios.

 

Verônica, amazona incansável e generosa, sabe que as perguntas se encontram, e as respostas se elaboram, sempre desde baixo e em coletivo. Fala-nos em um contexto complexo -a volta das direitas no país e em toda a região- no qual os feminismos, e em particular o feminismo popular ou comunitário, emergem como a mais promissora das lutas por emancipação.

 

Verónica Gago. Foto de Florencia Trincheri.

 

Como se conseguir vencer a resistência ao termo “feminismo” que há em certos setores, como as mulheres rurais e de classes populares?

 

Acho que a capacidade atual dos feminismos tem sido unir-se a um conflito social; e é graças a isso que vários de seus conceitos fundamentais emergem hoje desde as lutas, e vai para além dessa identificação que existiu durante muito tempo do feminismo associado a uma dinâmica mais próxima às instituições ou ao espaço acadêmico e, por tanto, desencontrado das lutas populares. Hoje essa conexão está sendo muito poderosa e é o que dá vitalidade ao feminismo desde abaixo. A noção de corpo-território, por exemplo, é capaz de pôr em conexão todo um arquivo, um acumulado de lutas em torno da autonomia dos corpos dos feminismos com as lutas ao redor da autonomia dos territórios, complexificando ao mesmo tempo a ideia de soberania” e a de corpo entendidas por fora dos limites do corpo como propriedade individual. A palavra corpo pensada assim de modo extenso, como o corpo social produzindo um tipo de ressonância entre lutas comunitárias e feministas. Insisto que o inovador é como toda essa riqueza de categorias nasce do ritmo e as invenções de uma nova conflitividade social que encontra linguagens para a narrar e a confrontar, que vêm desde o feminismo popular, comunitário, indígena e periférico.

 

Isso nos leva a uma qüestão que é fundamental em toda América latina: por que e como as mulheres estão na primeira linha dos conflitos pelos territórios, em conexão com o avanço acelerado do modelo extrativista.

 

As respostas dadas pelas mulheres nesses conflitos é muito clara; penso por exemplo nos conflitos agora em Tariquía, ao sul da Bolívia: “Porque sabemos que nós seremos as que teremos que ir conseguir a água se a mina acaba com ela, somos as que vamos carregar os baldes no ônibus”. As mulheres enfrentam estes conflitos em termos concretos e cotidianos, na medida em que se multiplica seu trabalho reprodutivo como trabalho obrigatório para responder aos despojos das multinacionais no território. Neste marco, muitas perguntam-se o que significa pôr o corpo na luta se depois são desvalorizadas no momento da tomada de decisões; assim é que se exige não só estar na primeira linha dos conflitos, senão também ocupar os espaços onde se tomam as decisões políticas sobre esses conflitos. Acho que deste tipo de situações surgem reflexões muito ricas que radicalizam as perguntas que nos fazemos todas, porque vão se enlaçando de maneiras variadas. Isto acontece também nos territórios urbanos. Uma colega da Corrente Villera Independente, Gilda, com quem coordenamos uma das assembléias para o 8M morreu algumas semanas depois, eletrocutada, ao tirar água dos becos da comunidade depois de uma tormenta. A falta de infra-estrutura básica faz com que a precarização da existência seja total e que sejam, em geral as mulheres, as que se coloquem na frente da tarefa de produzir infraestrutura popular e sofrer as conseqüências da inexistência de serviços básicos se traduzindo como verdadeira “insegurança”. O que ocorre é uma multiplicação dos territórios em conflito e uma conexão entre essas conflitividades. No ano passado, na Argentina foi muito forte a criminalização das comunidades mapuche, e em particular a uma geração jovem que, crescida nas periferias de uma cidade racista como Bariloche, se propõe hoje uma reinvenção da experiência comunitária e a recuperação do território na Patagônia, nas mãos de latifundiários como Benetton. A aliança dos estados com as empresas é evidente em a cada um destes conflitos.

 

Na Guatemala, as organizações locais em defesa dos territórios asseguraram-me que as resistências ao avanço do monocultivo de cana açucareira ou palma azeiteira são mais exitosas quando são lideradas por mulheres, porque elas são mais difíceis de cooptar pelas empresas. Qual é a potência política dessa implicação do feminismo com outras lutas?

 

Acho que essa “garantia” de radicalidade e não cooptação é muito material: as mulheres são as que conhecem e avaliam no próprio corpo e coletivo e no trabalho extra –como dizia mais acima- que implicará para elas e para a comunidade toda o avanço do megaemprendimento. O interessante é que bem como ocorre nos conflitos territoriais, ocorre também nos sindicatos, onde as mulheres são vistas como mais “intransigentes” nas negociações e por isso menos “confiáveis”. Temos presenciado com muita força a partir do processo das demissões de mulheres. Então, o que não se quer reconhecer é que, o que colocamos em jogo é outra lógica de construção que, aliás, desnuda os próprios limites e ineficácias das conduções machistas. Nem falar dessa radicalidade demonstrada pelas estudantes secundaristas que têm entrelaçado de maneira direta a crítica a reforma estudiantil com a luta por uma educação sexual integral na contramão do giro “preventivo” e moralizador que lhe quer impôr o governo. Por isso, acho que o feminismo atua como um vetor de radicalização de todas as premissas dos conflitos: desde o que se entende por poder e liderança até o desejo que se põe em jogo na luta. Estamos vendo hoje uma massificação da radicalização e isto vai contra o sentido comum persistente nas militâncias que sustentavam que tinham de “suavizar” o discurso para se aproximar de camadas amplas da população. Estas experiências concretas de feminismo, a partir de sua popularidade e transversalidade, desafiam toda a linguagem de reconhecimento das minorias e do prêmio dos cargos para fazer uma reivindicação que não deixa espaço social, político, trabalhista e vital sem comover.

 

A popularidade é um cenário de muita potência, mas também surgem riscos em torno dessa “moda” à que se quer reduzir o feminismo…

 

Desde o início há tentativas de captura. Acho que uma ofensiva empresarial muito clara foi a campanha da Benetton, “Bê Purple” (seja “lilás”, a cor do movimento feminista), que invadiu várias cidades justo no momento em que o conflito pelos territórios na Patagônia, onde a empresa Benetton é uma das maiores proprietárias, estavam num pico de violência. Existe também um risco de banalização do movimento por muitos dispositivos de marketing. E há, também, contra ofensivas mais violentas diante do sucesso inegavel do movimento: assim, na Argentina se viu uma mudança na repressão posterior ao 8M de 2017 evidente. No ano passado, o 8 de março inaugurou um novo modelo de repressão do governo macrista: a “caçada”, isto é, a perseguição de mulheres depois que se tinha dispersado a multitudinária marcha, enquanto garotas esperavam o ônibus ou caminhavam para suas casas. Neste ano isso não aconteceu, em parte porque se demonstrou uma inteligência coletiva que armou estratégias para o evitar; mas na noite do 8 para o 9 de março houve uma brutal repressão contra as mulheres do presídio de Ezeiza que tinham feito greve e protesto, como aconteceu em 16 presídios do país. O serviço penitenciário, que tinha sido objeto de denúncia das colegas, se irritou com elas nessa mesma noite, justamente aproveitando seu isolamento e a audácia de levar a greve para a cadeia. Por outro lado houve uma ofensiva midiática e de servidores públicos do governo de Macri contra o documento lido no 8M, onde se elencam uma quantidade de demandas, problemáticas e denúncias que claramente desobedeciam e denunciavam as fronteiras da “agenda de gênero” que o governo diz pôr em prática. A nova estratégia depois do 8M na Argentina combina assim a tentativa de deslegitimar o documento consensuado num trabalhoso processo de assembléias com o acirramento sobre o corpo das mulheres privadas de liberdade.

 

Trata-se do mesmo governo que, no entanto, tem posto sobre a mesa a descriminalização do aborto. Para além do que possa ter de oportunismo político por parte do macrismo, está conseguindo o movimento de mulheres inserir temas na agenda política?

 

Sim, desde sempre. Falar unicamente em termos de oportunismo político é desprezar como a luta continuada das mulheres tem feito com que se vejam mais próximos para tratar o tema. Não é só uma qüestão de agenda: o feminismo é um movimento de transformação radical da sociedade. E, na Argentina, é a principal atriz de oposição ao governo macrista. Que o presidente Macri declare na televisão que é um “feminista tardio” não só é uma tentativa grotesca de disputa de palavras, é também a capacidade de ter instalado esta discussão em todos os espaços sociais e políticos. Um exemplo: nos dias preparatórios à greve do 8 de março conseguiram-se cenários de transversalidade inéditos, como aconteceu com mulheres de sindicatos de todas as centrais sindicais: todos elas puderam construir um acordo no apoio à convocação superando as internas patriarcais. E tudo isto responde a um acúmulo de lutas das mulheres contra a estrutura machista e verticalizada no interior dos sindicatos mas também no interior das organizações sociais e na elaboração coletiva de que significa um movimento anti-neoliberal que se tece desde baixo.

 

Como se sustenta essa transversalidade?

 

A greve tem sido importante como horizonte organizativo e isso se notou no incremento de assembléias, de coletivos novos, de iniciativas diversas que cresceram entre o 8M 2017 para o 8M 2018. Acho que a transversalidade se alimenta do fato de que o ativismo feminista se converteu em numa força disponível que se põe na batalha em diferentes espaços de luta e de vida. Esta é uma forma que vai contra a “setorização” da chamada agenda de gênero. Ou seja, a transversalidade não é só uma forma de coordenação, é também uma capacidade de fazer do feminismo uma força própria em cada lugar e de não limitá-lo a uma lógica de demandas pontuais. Sustentá-la não é fácil porque implica um trabalho quotidiano de tecido, de conversa, de traduções e ampliação de discussões, de ensaios e de erros. Mas o mais forte é que hoje essa transversalidade é sentida como necessidade e desejo de estar nos encontrando lá e cá, de imaginar coisas juntas, de saber umas das outras, de sentir a força de sermos parte de um momento histórico que deixa, de algum modo, o tempo em nossas mãos.

 

Na massiva marcha de Buenos Aires, algumas mulheres se sentiram incomodadas pela presença e atitude de alguns homens. Que papel devem desempenhar os homens no movimento feminista?

 

Essa discussão não levou muito tempo nas assembléias preparatórias do 8M, porque desde o princípio houve um amplo acordo de que os homens não participassem na marcha, mas que fizessem o exercício de subtrair-se da visibilidade política ao menos por um dia! e se dedicassem a tarefas de apoio, como suprir suas companheiras nas tarefas de cuidado para que elas pudessem marchar. Chama a atenção como é custoso aos companheiros ocupar esse lugar de invisibilidade e de respeito da autodeterminação dos espaços feministas. Na marcha houveram situações incômodas, como homens segurando cartazes de partidos políticos, que se colocaram à frente rompendo todos os acordos das assembléias; inclusive quando lhes pedimos que baixassem as bandeiras, ofenderam a uma companheira; era uma violência num espaço que tínhamos criado para estar a salvo disso, por isso sentiu-se como uma dupla violência. Acho que há uma responsabilidade aí dos partidos de esquerda, em seu desejo de aparelhar a manifestação; e há também o papel da grande mídia, repetindo o estereótipo do feminismo que odeia os homens, fazendo uma inversão caricatural da violência segundo a qual seriam as mulheres que violentam os homens.

Verónica Gago. Foto de Santiago Sburlatti.

 

 

Na Espanha, o 8M, onde a marcha também foi histórica e massiva, teve tensões porque coletivos de mulheres negras e ciganas recusaram-se a participar da greve; assim denunciavam a invisibilidade à que o feminismo hegemônico e branco tem condenado os coletivos racializados. Um dos argumentos utilizados foi sinalizar a greve como um instrumento de privilegiados, nascida num contexto masculino e europeu. Na Argentina o processo foi muito diferente, por que?

 

Aqui, a potência tem sido que a qüestão da paralisação, ou da greve, vai sendo apropriada exatamente por segmentos de mulheres que têm sido sempre as excluídas do mundo do trabalho reconhecido como tal, desde as mulheres da economia popular até as demitidas, mas também pelas trabalhadoras sindicalizadas para desobedecer a suas direções. Isto, na Argentina,tem a ver com a trajetória do movimento piquetero que há mais de quinze anos problematiza o tema do trabalho, do que significa estar excluídx e incluidx, como modos de classificação e tutela estatais, e isso é algo que hoje segue presente de modos diversos nas organizações e nos protestos de rua.

 

Na Argentina, a decisão da paralisação combinou-se com esta história de luta muito potente e radical. Desta maneira, as que fizeram greve são também as que não podem parar, como antes fizeram piquetes lxs que já estavam fora da fábrica ou reclamaram justiça as mães que tiveram seus filhXs desaparecidos. Acho que a greve se vincula com um gesto de reapropriação e desobediência que têm diferentes momentos históricos em nosso país. Não há dúvidas de que o desemprego remete, em termos hegemônicos, à história do movimento operário masculino, assalariado, branco. Mas não ver como isso está sendo hoje refutado, reinventado e reformulado por práticas concretas implicaria negar e desconhecer a força do movimento. Este processo político pôs em discussão que a greve pode ser apropriada, reinventada e ampliada para além dos limites do mundo do trabalho formal, e reconhecido que, sabemos, é predominantemente masculino. Quando o movimento feminista convoca à greve, a paralisação deixa de ser uma ordem que se acata -isto é, que se sabe como  obedecer-, para converter-se numa pergunta a responder desde a multiplicidade de situações do trabalho informal, doméstico, precário, mas também assalariado. Que significa parar para as donas-de-casa, parar as vendedoras ambulantes, parar as trabalhadoras do campo, parar as estudantes, parar as desempregadas, para as beneficiárias de programas sociais, parar as migrantes, parar as mulheres camponesas que se opõem ao agronegócio? Que significa parar quando seu sindicato não dá a ordem de parar? É uma pergunta pelo por que e como desobedecemos hoje,à partir de nossas situações concretas e, no caso do trabalho, como visibilizamos o valor que produzimos quando não se é reconhecido por aquilo que se faz em casa ou no bairro e/ou porque trabalhamos em empregos sem padrão formal ou reconocível. Esta pergunta é política e é existencial.

 

Qual é essa herança da luta piquetera que você mencionou?

 

Acho que a economia popular hoje em dia está fortemente protagonizada pelas filhas das piqueteras. Na Argentina, com a crise do 2001, muitos homens ficam desempregados, a depressão e o alcoolismo foi muito forte em muitos lares. Nesse momento crítico são as mulheres as que saem às ruas para problematizar o que está acontecendo, e quem toma a iniciativa de pôr em marcha um gerenciamento coletivo da vida: creches, cozinhas comunitárias, toda uma série de equipamentos comunitários, uma infra-estrutura social que derrama o trabalho de reprodução num espaço fora do lugar que permite depois juntar força comum para bloquear uma avenida. Hoje são elas e suas filhas quem está dando valor ao trabalho doméstico que já não se faz dentro das casas, mas no bairro e que sustenta inclusive uma discussão parlamentar sobre o “salário social”; são elas, com um forte protagonismo feminino nessas economias, são elas que disputam com as economias ilegais um modo de gerenciar a crise da sociedade assalariada (e todo seu imaginário). Assim, não só se valoriza o trabalho doméstico atribuído às mulheres, mas se disputa o confinamento deste trabalho de cuidado e reprodução aos lares e sua associação estrita com modelos familiares, ao mesmo tempo em que se denuncia a miséria e se valoriza o trabalho comunitário como trabalho produtivo fundamental para o sustento da vida.

 

Já que falamos da valorização das tarefas de reprodução e cuidado: por que sem patriarcado não há capitalismo?

 

Muitas de nós nos nutrimos de um livro fundamental que é Calibán e a bruxa, de Silvia Federici. Ela recupera uma maneira de pensar muito profunda de como se estrutura a exploração específica das mulheres no capitalismo: é um diferencial de exploração que leva à pergunta de por que as mulheres são exploradas de maneira particular, e sobretudo, confinadas e obrigadas ao trabalho doméstico não remunerado. Essa organização do trabalho das mulheres como obrigatório e gratuito dá a chave: o capitalismo precisa da subordinação patriarcal das mulheres para organizar as relações de exploração; assim pode se entender como se utilizou historicamente o salário como uma ferramenta de dominação das mulheres pelos homens, segundo uma organização específica do desprestígio social do doméstico e a consagração do público como único espaço da política. E esta é uma discussão interessante para entender o que acontece hoje, quando, com a crise da sociedade salarial, o salário deixa de ser a ferramenta de autoridade masculina. Hoje temos que pensar o que acontece depois do patriarcado do salário. Acho que parte do agravamento da violência doméstica na atualidade explica-se assim: os homens, que já não têm o salário como ferramenta que objetiva sua dominação masculina, praticam formas “desmedidas” de violência. O salário medía e mediava a autoridade do homem e delimitava as fronteiras entre público e privado; hoje, junto à crise do salário entra em crise a autoridade masculina, que já não pode se erigir em torno do papel de macho provedor; e isto explica como explode a violência nos lares, quando a masculinidade precisa fazer presente sua autoridade. A hipótese que estou trabalhando junto a Raquel Guitérrez Aguilar é que estamos em um momento de “patriarcado colonial das finanças”. Isto tem ao mesmo tempo que ver com como as economias ilegais organizam hoje certa conflictividade dos territorios; penso, em particular, em como o narcotráfico provê aos homens uma via de captação de recursos e controle dos fluxos de dinheiro, e assim inventa novas formas de autoridade com muito maior violência. Para um moleque hoje, ser um soldadinho [meninos captados pelas redes do narcotráfico] volta a organizá-lo sob um princípio de autoridade que, por sua vez, na ponta de uma violência bem maior. Produz-se então uma disputa num momento em que a violência surge como força produtiva, como pensa Federici para outros contextos históricos. É a pergunta que também se faz Rita Segato: por que hoje o corpo das mulheres aparece como território de conquista. A multiplicação de violências machistas se refere a isso, têm que demonstrar as masculinidades que já não podem sustentar sua autoridade através do salário e nem da figura provedora em termos mais amplos. Aí aparece a qüestão do patriarcado da forma mais brutal, sem a mediação salarial. Diríamos então que o patriarcado tem tudo a ver com essa divisão sexual do trabalho, sem a qual não há amulação capitalista, e que hoje se reformula para o patriarcado colonial das finanças.

 

Como diz Silvia Federici, o movimento de mulheres deve disputar essa desvalorização que o capitalismo fez do trabalho de reprodução e cuidado. Isso se desenvolveu desde as lutas feministas com muita força nos últimos anos; mas surgem temas polêmicos, como o apêgo das crianças ou um novo pacto por uma amamentação prolongada. Até que ponto podemos ver nesses fenômenos uma valorização desse trabalho reprodutivo, da vida, e até onde podem surgir novas formas de confinamento das mulheres às tarefas de cuidado?

 

Aí há uma tensão muito forte das lógicas de cooptação e captura que falávamos antes. A desvalorização do trabalho doméstico, de reprodução e de cuidado é uma desvalorização política; como recorda Federici, se diminui o prestígio social para arrancar das mulheres sua capacidade política, seus saberes, seu poder comunitário. À partir  do feminismo está se conferindo uma nova dignidade a estas tarefas, e além disso estas qüestões têm  cada vez mais a ver com mostrar o papel destes trabalhos na reprodução ampliada das relações sociais. As vertentes que buscam se convergir numa renaturalização do feminino, acho que vão no sentido de voltar a fetichizar a maternidade como momento individual, familiar e, sobretudo, de realização pessoal. O feminismo problematiza essa qüestão à partir da impossibilidade de sustentar a maternidade e o cuidado de forma individual, uma vez que têm sido demolidos os modelos tradicionais de família e porque tem tido resistências enormes à família como modelo de isolamento. Há discussões muito interessantes sobre a criação coletiva, pela ecologia de cuidados; porque no feminismo a autonomia é pensada pela via da interdependência, não da concepção individual liberal. Esta discussão se dá hoje num momento de colapso, num marco de espoliação coletiva e de precarização de recursos muito forte, no qual as encarregadas das tarefas reprodutivas devem ser responsáveis por uma estrutura social que já não tem nenhuma infraestrutura. Escutamos, à partir de diferentes espaços, um feminismo que se pergunta por essa espoliação desde uma perspectiva que não confia somente no Estado ou que simplesmente sente nostalgia por suas velhas instituições, mas sim que se organiza autonomamente nos territórios.

 

 

 

 

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