
Por Maite Garrido Courel
Mundos en los en los que cualquier tipo de realidad, de sociedades extrañas, de planetas desconocidos, de géneros diluidos son posibles. La ciencia ficción es una enorme metáfora de un presente incómodo, de un futuro inquietante. Y en este no woman’s land el feminismo ha encontrado un subterfugio por donde colarse para reventarnos la mente.
“La ciencia ficción no es algo menor. Significa experimentar con la imaginación, responder preguntas que no tienen respuesta. Implica cosas muy profundas, que cada viaje es irreversible”. Úrsula K. Le Guin (Berkeley, 1929), autora de estas palabras y suma sacerdotisa del género, inició su último viaje interestelar en enero de este año dejando a sus seguidores hambrientos de nuevos mundos. Ella, con su imaginación transgresora, había elevado a literatura un género denostado muchas veces y tratado de subgénero en ocasiones. La ciencia ficción (CF) siempre había estado relacionada con la imaginación de hombres que vislumbran un futuro utópico o distópico y que escribían para lectores también hombres.
Pero rebobinemos un poco en el tiempo antes de llegar al auge de la ciencia ficción en el siglo XX. La primera constancia que se tiene de este género, contradictoriamente, es de la mano literaria de una mujer. Mary Shelley (Londres, 1797) dejaba boquiabiertos a sus coetáneos al publicar Frankenstein, fruto de su invención pero, y lo más espectacular, fruto de posibles avances científicos. Después de este éxito editorial, hay un silencio abismal en la ciencia ficción escrita por mujeres. Hubo una minoría que escribió historias salidas de su imaginación visionaria, pero hallarlas en las grandes antologías sí puede suponer una utopía.
La literatura de ciencia ficción ha sido, durante años, dominio masculino. Tal vez por lo asociado a la tecnología, tal vez porque la mayoría de sus supuestos lectores eran hombres, pero lo cierto es que en esas novelas el rol de la mujer quedaba reducido a pasiva ama de casa o amante del protagonista, siempre hombre. Grandes escritores como Ray Bradbury, autor de Farenheit 451 o Crónicas marcianas, mostraba estereotipos de mujer que poco tenían que ver con la acción de sus historias. Desfilaban por el argumento sin aportar nada más que su mera presencia.
Sin embargo, hay escritoras que sí se hicieron un hueco en este mundo y publicaron con éxito sus novelas, comenzando así la andadura de lo que se ha denominado ‘ciencia ficción feminista’. Úrsula K. Le Guin es una de las autoras que supo transgredir ese mundo, y supo aportar, a través de su mirada antropológica, una nueva visión con sus universos imaginarios. En una de sus novelas más conocidas, La mano izquierda de la oscuridad, presenta un planeta en el que sus habitantes son andróginos, biológicamente bisexuales. Durante tres semanas al mes son neutros, y la semana restante son hombres o mujeres, esto determinado por un acuerdo entre los interesados. Trata en esta novela temas que hasta ese momento ni se habían asomado por la CF: el género y la sexualidad.
Hay que mencionar también el caso de mujeres que por la época (hablamos de los años 60 y 70) decidieron publicar con seudónimo masculino, como tantas otras veces se hizo con otras disciplinas. Es el caso de Alice Sheldon (Chicago, 1915), quien firmando como James Tiptree publicó exitosamente varios relatos y novelas. Una anécdota curiosa, y muy significativa, que cita la periodista Lola Robles en un completo artículo sobre mujer y ciencia ficción, es el comentario que hizo el escritor y antologista Robert Silverberg al respecto de Tiptree: “Se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones”. No pudo meter más la pata este novelista que, además, uno de los relatos que presentaba de la autora oculta era, irónicamente, Las mujeres que los hombres no ven. Actualmente se concede un premio literario en su nombre por los libros que exploran el género a través de la ciencia ficción y la fantasía.
Alice Sheldon/ Tiptree encontraba en este género su lugar en el mundo: “Cuando uno no se ve reflejado en la realidad, la imaginación se convierte en el instrumento más útil. Y cuando uno empieza a preguntarse a qué planeta tendrá que viajar para descubrir mentes afines, es entonces cuando se recurre a la comunidad que crea la ciencia ficción”. Úrsula y Alice mantuvieron correspondencia durante buena parte de su vida aunque durante mucho tiempo Úrsula pensó que, efectivamente, Alice era un hombre. Fue con casi 60 años cuando James Tiptree salió del armario literario y se lo confesó a su amiga. “¿Sabes?, – respondía Úrsula- no hace falta que finjas que no existe ningún Tip, que nunca fue ni será; yo conocía a mi Tree muy bien y al infierno con los sexos”.
El planeta dominado por mujeres
se alzaba desde las colinas estelares de Júpiter…
La creación de una de las primeras utopías feministas se la debemos a Charlotte Perkins Gilman, (Connecticut, 1860) redescubierta en los años 70. Esta mujer tuvo que vivir en su piel las famosas curas de reposo muy comunes en aquella época de finales del siglo XIX. Se trataba de recluir a la mujer, normalmente de clase media alta con inquietudes, dentro de la casa impidiéndole ninguna actividad intelectual, para “preservar” su salud mental. Se les prohibía tener acceso a ningún libro y mucho menos tocar una pluma, un lápiz o un pincel. Rozando la locura, Gilman leyó y escribió a escondidas y consiguió, finalmente, huir de este confinamiento, separándose de su marido y criando sola a su hija. Plasmó esa terrible experiencia en su célebre libro The yellow wallpaper y más tarde se aventuró con la ciencia ficción creando un universo utópico en el que cabían estructuras sociales que estaban muy alejadas de lo que a ella le había tocado vivir. Así, creó el mundo de Herland en el que tres expedicionarios venidos de la Tierra llegan a un mundo donde solo viven mujeres. En este mundo la maternidad no es exclusiva y se vive en colectividad la crianza de los niños.
Gilman ya apuntalaba lo que se convertiría en los años 60 y 70 en el verdadero estallido de los estereotipos de género. La dinamita estaba preparada para explotar dentro de la CF y autoras como Joanna Russ (New York, 1932) tenían ya la mecha en llamas. Con su novela El hombre hembra las mujeres aspiran a ser hermafroditas para lograr la igualdad de derechos porque “solo el que tiene un pene entre sus piernas tiene privilegios”. Russ también buceó en el Slash (género fanfiction de temática LGTB) y utilizó la CF como espacio político donde la mujer pudiera pensar en futuros en los que la dominación y la discriminación no se perpetúan. Después de todo, en la CF cabe cualquier realidad que se imagine ¿por qué no crear mundos libre de sexismo o utopías más allá del género?
Woman on the Edge of Time de Marge Piercy, Leviathan’s Deep de Jayge Carr, donde los hombres son una especie de concubinas desventuradas, The Wanderground de Sally Gearhart, donde las mujeres han huido de las ciudades dominadas por los hombres hacia el desierto, son solo algunas de las autoras que mantuvieron el queroseno a punto para volar por los aires la realidad que las atenazaba.
Los años 80, sin embargo, llegan con la resaca lisérgica de la década anterior e irrumpen con distopías que muestran infiernos de opresión, discriminación y violencia contra las mujeres. El cuento de la criada de Margaret Atwood (Otawa, 1939) es el paradigma de las antiutopías feministas. Convertida en serie de éxito, se ha colado en nuestros salones para avisarnos de que el escenario más espeluznante todavía se puede dar. «En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar», dice Atwood. Inspirándose en la revolución iraní y en la dictadura talibán, nos sitúa en un EEUU teocrático donde las mujeres son úteros andantes carentes de todo derecho y libertad. La saliva se traga como plomo por la garganta.
Trinidad femenina en Hispanoamérica
En España costó más que cuajara este género de tradición anglosajona, tanto en hombres como en mujeres. Sin embargo, en la historia de nuestra literatura encontramos nombres como Elia Barceló (Alicante,1957) la primera mujer en ganar el UPC (uno de los premios más prestigiosos de la CF europea) y que ha logrado la difícil tarea de hacerse un renombre en este ghetto literario para dar obras conocidas como Anima Mundi o El mundo de Yarek. Barceló es considerada una de las escritoras más importantes, en lengua castellana, de ciencia-ficción, junto con la argentina Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 1928) y la cubana Daína Chaviano (La Habana, 1957). Las tres forman la llamada ‘trinidad femenina de la ciencia-ficción en Hispanoamérica. “Los cubanos somos los marcianos de la Tierra, y solo un extraterrestre puede entender lo que le pasa a otro“, escribía Chaviano autora de Fábulas de una abuela extraterrestre y de El hombre, la hembra y el hambre.
América Latina tuvo mayor tradición en ciencia ficción muy influenciada por las revistas y cómics que circulaban de fuera, pero nunca fue tomada en serio por las grandes potencias que las miraban con cierta condescendencia incapaces de concebir una CF buena en áreas ‘no desarrolladas’. “Mis novelas les llamaron la atención, creo, porque yo era de un país en el que no funcionaba nada bien, ni los teléfonos, ni las compañías eléctricas, ni los gobiernos, -explicaba la argentina Gorodischer- y sin embargo he podido imaginar universos de fantasía como los de Kalpa Imperial”.
Su obra de cuentos de ciencia ficción se hizo tan internacionalmente famosa que tuvo para ellos una traductora de lujo: la admirada Úrsula K. Le Guin.
Y, con este giro interestelar, cerramos el viaje iniciático a la ciencia ficción feminista. La que se quede con hambre de más, que siga buscando otros mundos que, por suerte, son infinitos.
“- ¿Cuándo comenzará mi aprendizaje, maestra?
– Ya ha comenzado.
¡Pero si aún no he aprendido nada!
-Porque no has descubierto lo que estoy enseñándote”*.
La mano izquierda de la oscuridad. Úrsula K. Le Guin.
Ficção Científica e feminismo: teu androide foi comido pelo patriarcado
Mundos nos quais qualquer tipo de realidade, de sociedades estranhas, de planetas desconhecidos, de gêneros diluídos são possíveis. A ciência ficção é uma enorme metáfora de um presente incômodo, de um futuro inquietante. E neste no woman’s land o feminismo tem encontrado um caminho por onde seguir para reventar nossa mente.
Por Maite Garrido Courel
“A ciência ficção não é algo menor. Significa experimentar com a imaginação, responder perguntas que não têm resposta. Implica coisas muito profundas, cada viagem é irreversível”. Úrsula K. Lhe Guin (Berkeley, 1929), autora destas palavras e suma sacerdotisa do gênero, iniciou sua última viagem interestelar em janeiro deste ano deixando seus seguidores famintos de novos mundos. Ela, com sua imaginação transgressora, tinha elevado a literatura – um gênero depreciado muitas vezes e tratado como subgênero em ocasiões. A ciência ficção (CF) sempre esteve relacionada com a imaginação de homens que vislumbram um futuro utópico ou distópico e que escreviam para leitores também homens.
Mas rebobinemos um pouco e voltemos ao tempo de antes de chegarmos ao auge da ciência ficção, no século XX. O primeiro registro que se tem deste gênero, contraditoriamente, é das mãos literárias de uma mulher. Mary Shelley (Londres, 1797) deixava boquiabertos a seus contemporâneos ao publicar Frankenstein, fruto de sua invenção mas, e isso é ainda mais espetacular, fruto de possíveis avanços científicos. Após este sucesso editorial, houve um silêncio abismal na ciência ficção escrita por mulheres. A minoria escreveu histórias nascidas de sua imaginação visionária, mas encontrá-las em grandes antologías sim pode supor uma utopia.
A literatura de ciência ficção tem sido, durante anos, domínio masculino. Talvez por ser associada à tecnologia, talvez porque a maioria de seus supostos leitores eram homens, mas a verdade é que nesses romances o papel da mulher ficava reduzido à passiva dona-de-casa ou amante do protagonista, sempre homem. Grandes escritores como Ray Bradbury, autor de Farenheit 451 ou Crônicas marcianas, mostrava estereótipos de mulher que pouco tinham que ver com a ação de suas histórias. Desfilavam pelo argumento sem contribuir nada mais que sua mera presença.
No entanto, há escritoras conseguiram abrir um espaço neste mundo e publicaram com sucesso suas novelas, começando assim um caminho que se denominou ‘ciência ficção feminista’. Úrsula K. Lhe Guin é uma das autoras que soube transgredir esse mundo, e soube postular, através de seu olhar antropológico, uma nova visão com seus universos imaginários. Em uma de suas novelas mais conhecidas, A mão esquerda da escuridão, apresenta um planeta em o que seus habitantes são andróginos, biologicamente bisexuais. Durante três semanas por mês são neutros, e na semana restante são homens ou mulheres, isto determinado por um acordo entre os interessados. Trata-se nesta obra de temas que até esse momento nem tinham sido percebidos pela CF: o gênero e a sexualidade.
É preciso mencionar também o caso de mulheres que pela época (falamos dos anos 60 e 70) decidiram publicar com pseudônimo masculino, como tantas outras vezes se fez com outras áreas. É o caso de Alice Sheldon (Chicago, 1915), que assinando como James Tiptree publicou exitosamente vários relatos e novelas. Um episódio curioso, e muito significativo, citado pela jornalista Lola Robles em um completo artigo sobre mulher e ciência ficção, é o comentário que fez o escritor e antologista Robert Silverberg a respeito de Tiptree: “Sugeriu-se que é uma mulher, teoria que acho absurda porque há para mim algo inelutavelmente masculino em suas narrações”. Não pôde ser mais infeliz este escritor que, além de tudo, apresentava um dos relatos sobre a autora oculta nomeado, ironicamente, As mulheres que os homens não vêem. Atualmente concede-se um prêmio literário em seu nome pelos livros que exploram o gênero através da ciência ficção e a fantasía.
Alice Sheldon/ Tiptree encontrava neste gênero seu lugar no mundo: “Quando alguém não se vê refletido na realidade, a imaginação se converte em um instrumento mais útil. E quando alguém começa a se perguntar a que planeta terá de viajar para descobrir mentes como a sua, é quando se recorre à comunidade que cria a ciência ficção”. Úrsula e Alice mantiveram correspondência durante boa parte da vida, ainda que durante muito tempo Úrsula pensou que, efetivamente, Alice era um homem. Foi com quase 60 anos que James Tiptree saiu do armário literário e confessou à sua amiga. “Sabe?, – respondia Úrsula- não precisa fingir que não existe nenhum Tip, que nunca foi e nem será; eu conhecia a meu Tree muito bem e ao inferno com os sexos”.
O planeta dominado por mulheres
alçava-se desde as colinas estelares de Júpiter…
A criação de uma das primeiras utopias feministas devemos a Charlotte Perkins Gilman, (Connecticut, 1860) redescoberta nos anos 70. Esta mulher teve que viver na própria pele as famosas curas de repouso, muito comuns naquela época de finais do século XIX. Tratava-se de enclausurar uma mulher, normalmente de classe média alta com inquietudes, dentro de casa, impedindo-lhe toda atividade intelectual, para “preservar” sua saúde mental. Proibia-se ter acesso a livros e até mesmo tocar uma pluma, um lápis ou um pincel. Beirando a loucura, Gilman leu e escreveu às escondidas e conseguiu, finalmente, fugir deste confinamiento, separando-se de seu marido e criando sozinha a sua filha. Essa terrível experiência se materializou em seu célebre livro The yellow wallpaper e mais tarde aventurou-se com a ciência ficção criando um universo utópico em o que cabiam estruturas sociais que estavam muito afastadas do que a ela lhe tinha tocado viver. Assim, criou o mundo de Herland no qual três expedicionários vindos da Terra chegam a um mundo onde só vivem mulheres. Neste mundo a maternidade não é exclusiva e se vive em coletividade a criação dos meninos.
Gilman já sinalizava o que se converteria nos anos 60 e 70 na verdadeira explosão dos estereótipos de gênero. A dinamite estava preparada para explodir dentro da CF e autoras como Joanna Russ (New York, 1932) tinham já o estopim aceso. Com sua novela O homem fêmea as mulheres aspiram ser hermafroditas para conseguir a igualdade de direitos porque “só o que tem um pênis entre suas pernas tem mordomias”. Russ também mergulhou no Slash (gênero fanfiction de temática LGTB) e utilizou a CF como espaço político onde a mulher pudesse pensar em futuros em que a dominação e a discriminação não se perpetuam. Depois de tudo, se na CF cabe qualquer realidade que se imagine, por que não criar mundos livres de sexismo ou utopias para além do gênero?
Woman on the Edge of Time de Marge Piercy, Leviathan’s Deep de Jayge Carr, onde os homens são uma espécie de concubinas desventuradas, The Wanderground de Sally Gearhart, onde as mulheres têm fugido das cidades dominadas pelos homens para o deserto, são só algumas das autoras que mantiveram o combustível pronto para lançar pelos ares a realidade que as oprimia.
Periodista y contadora de historias. He escrito para varias publicaciones digitales como Público o eldiario.es sobre temas de género e igualdad y también sobre todos aquellos que aporten una forma distinta de entender el mundo. En los últimos años me he dedicado a la comunicación corporativa aunque en mi corazón y en mi tiempo siempre queda espacio para el periodismo feminista.
Por supuesto me ha encantado el texto, y me las pienso leer a todas las que aún no, gracias por ese listado. Sin embargo debo llamar la atención en una que considero vital dentro de la ciencia ficción y de la que considero una omisión preocupante que no aparezca por acá: me gustaría saber ¿Qué pasó srta Maite con Octavia Butler? Gracias por su respuesta.
Querida, Lilit,
No encuentro palabras para remendar semejante fallo. He debido ser poseída momentáneamente por un ser extraterrestre porque no puedo creer que no haya hablado de Octavia Butler. No lo conocía mucho si te soy sincera, pero googelándola ahora me parece fascinante. Gracias por dármela a conocer y por ver mi flagrante fallo.
Ya no se me olvida más.
Un saludo!