
En septiembre de 1699, la ilustradora y naturalista alemana María Sibylla Merian llegó a la Guayana Neerlandesa con una misión: pasar allí cinco años documentando e ilustrando nuevas especies de insectos y plantas. Divorciada y con dos hijas, María había vendido 255 de sus pinturas para costear el viaje, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en realizar una expedición científica independiente. En el libro que resultó de aquella expedición, María documentó cómo las esclavas africanas e indias de la colonia usaban las semillas de una planta (que ella identificó como flos pavonis) como abortivo. Escribió: “Los indios, quienes son maltratados por sus amos holandeses, usan las semillas [de esta planta] para abortar su descendencia y que no se conviertan en esclavos como ellos. Los esclavos negros de Guinea y Angola reclaman ser bien tratados, amenazando con rehusarse a tener hijos… Ellos mismos me lo dijeron”.
En el relato de María se cristalizan una serie de problemáticas que suelen ignorarse en el debate sobre el aborto: este es tan antiguo como la palabra escrita y sin embargo hoy, desde los sectores conservadores, se busca instalar la idea de que las feministas “inventaron el aborto” o que el deseo de libertad reproductiva es un fenómeno moderno. Muy por lo contrario, lo reciente no es la existencia del aborto sino su criminalización: se trata de un proceso que se desencadenó en forma paralela a los comienzos del colonialismo y el capitalismo, cuando en Europa la libertad reproductiva de las mujeres comenzó a ser vista como una amenaza para los proyectos de expansión capitalista que requerían de una población floreciente.
El concepto de biopolítica nos da un marco idóneo para analizar estas problemáticas: este es el nombre que da el filósofo francés Michel Foucault a una forma específica de gobierno que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. Historizar y contextualizar el aborto nos permite ver cuál es la verdadera naturaleza del debate, y el sustento epistemológico “pro-vida” se cae cuando empezamos a pensar la vida como un concepto que no es ni neutro ni ahistórico sino que está teñido de valor cultural. En virtud de controlar la natalidad, los cuerpos gestantes tuvieron que ser disciplinados. Así, para defender la vida humana “en potencia», las vidas concretas de mujeres, su deseo y su humanidad se vieron relegadas a un lugar de irrelevancia política; sus cuerpos se volvieron cuerpos dóciles para la muerte.
Del perejil al misoprostol: historia de los abortivos
En su libro Eve’s Herbs (Las hierbas de Eva), John M. Riddle, un estudioso de la contracepción en la Antigüedad, se hace la siguiente pregunta: “Si las mujeres solían tener acceso a métodos efectivos de anticoncepción, ¿por qué este conocimiento se les perdió con el comienzo de la modernidad?” Efectivamente, hoy la capacidad reproductiva de las mujeres está regulada por entes ajenos a ellas. Existe un desconocimiento profundo del cuerpo femenino, en un contexto en el que la mayoría de las mujeres no saben lo que son los emenagogos (hierbas para provocar la menstruación) y se encuentran con una serie de trabas para acceder a los servicios reproductivos más básicos. Esto no siempre fue así. Previo a la modernidad, la anticoncepción supo ser un arte femenino que combinaba hierbas, recetas pasadas de generación en generación, prácticas y conocimientos ancestrales.
Algunos de los métodos más antiguos (de las que tengamos registro) datan del 500 a.C. Los abortivos son parte de una cultura de medicina herbal mantenida por mujeres durante miles de años. En la medicina popular germana se utilizaban orégano, tomillo, perejil y lavanda en forma de infusión o supositorio; en Persia, canela, alhelí y ruda. La raíz del helecho dentabrón era muy usado por mujeres francesas y alemanas. Por gran parte de la historia, las mujeres realizaban estas prácticas con la ayuda de curanderas, parteras del pueblo, o las llamadas “mujeres sabias”. En 369 a.C, Platón describía el poder de las parteras en uno de sus diálogos: “Con las drogas y encantaciones que administran, las parteras pueden traer los dolores de la labor de parto o atrasarlas a su voluntad, hacer fácil un parto difícil y en una instancia temprana, causar un aborto si así lo deciden”. El uso y conocimiento de estos métodos era dominio casi exclusivo de mujeres.
Sin embargo, con los comienzos de la modernidad, las mujeres empezaron a perder su autonomía y poder de decisión en estos campos. La revolución científica y médica significó que las mujeres fueran crecientemente excluidas de la medicina por requerimientos de títulos universitarios a los que ellas no accedían. La posición de los hombres de la ciencia fue reforzada por la Iglesia que, en un decreto papal, afirmó: “Si una mujer se atreve a curar sin haber estudiado, es una bruja y debe morir.” De esta manera, las parteras dejaron de aprender y de prescribir. La caza de brujas fue efectiva en romper con una cadena de conocimiento que se había enriquecido en su transcurso milenario.
Riddle argumenta que la desvalorización de medicinas antiguas no se trató tanto del desarrollo de una cosmovisión racional y científica sino del desprecio de la elite por los conocimientos y saberes populares. En 1649, Nicolas Cullpeper escribía: “El Colegio de Médicos ha mantenido a la gente en tal ignorancia que ya no deberían ser capaces de saber para qué sirven las hierbas en sus jardines”. Esto resultó ser escalofriantemente cierto. En Europa las mujeres de la realeza ignoraban las propiedades abortivas de aquella hermosa planta americana que adornaba sus jardines: la flos pavonis. La bajada de línea de las instituciones de la época derivó en una especie de amnesia colectiva que borró del corpus médico todo el campo de los conocimientos anticonceptivos.
La restricción cada vez más fuerte empujó a las mujeres a recurrir a drogas de efectividad y seguridad inciertas. Durante la era victoriana, aquellas que buscaban un remedio a sus “problemas femeninos” podían abrir el diario y elegir de una serie de píldoras y polvos. Muchos venían con una advertencia, a modo de guiño: “No deben usarse durante el embarazo”. En esta época hubo altas tasas de envenenamiento y cuando la ley se percató de esta situación, en vez de garantizar el acceso a abortivos más seguros, los restringió aún más, volviéndolos cada vez más peligrosos. Entrado el siglo XX, las mujeres habían perdido prácticamente toda la libertad reproductiva de la que habían gozado desde al menos los comienzos del Imperio Romano. La clandestinidad tuvo un efecto alienante: en vez de abortar en red y con el apoyo y asesoramiento de otras mujeres, ahora las mujeres abortaban solas, avergonzadas y de manera insegura.
Hoy en día el 40% de la población mundial vive en países en donde el aborto es ilegal o está severamente restringido. La Organización Mundial de la Salud estimó en 2008 que en el mundo ocurren cerca de 21.6 millones de abortos inseguros cada año, causando un aproximado de 47.000 muertes. Para reducir ese número, la OMS puso al misoprostol en su lista de Medicinas Esenciales. Existen cientos de grupos y redes de mujeres que se organizan para brindar misoprostol y asesoramiento en países donde el aborto aún es ilegal. Uno de esos grupos, llamado Women on Waves, se vale de un barco para brindar estos servicios reproductivos. El misoprostol representa una amenaza tan grande que se han llegado a usar tropas militares para impedir el ingreso del barco a ciertos países. Dado este estado de cosas, las mujeres se encuentran solas en la prisión legal de sus cuerpos y el Estado se aferra a la llave que les abriría la puerta.
“Sean fecundos y multiplíquense”: Caza de brujas, natalidad y capitalismo
“Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”. (Génesis, 1: 28)
La persecución de brujas y la criminalización del aborto no fueron casuales ni arbitrarios. Disciplinar el cuerpo de la mujer y ejercer control sobre su capacidad reproductiva fue un paso fundamental para dar comienzo al capitalismo y expansionismo más feroz. Fueron un conjunto de factores que iniciaron este proceso. En primer lugar, luego de las pestes de 1347 y 1352 (que ocasionaron crisis demográficas) el control que ejercían las mujeres sobre la reproducción comenzó a ser percibido como una amenaza a la estabilidad económica y social. Para Jean Bodin, un influyente filósofo francés, tanto la seguridad del Estado como la prosperidad de la comunidad dependían de una demografía robusta. “En mi opinión”, escribió, “se equivocan mucho los que dudan de la escasez (…) puesto que no hay ciudades más ricas ni más famosas en las artes y disciplinas que aquellas en las que abundan ciudadanos”. Bodin concluyó que las parteras y “brujas” debían ser eliminadas en pos de este progreso.

Sin embargo, el proyecto económico de expansión no habría sido posible sin el sustento ideológico de instituciones como la Iglesia Católica. Si bien hasta entonces la Iglesia no tenía una postura tomada frente al aborto, esto cambió cuando Tomás de Aquino escribió lo que de allí en adelante pasaría a ser la posición “oficial”: el sexo debía ser solo para la procreación. Los abortivos pasaron a ser considerados como una violación a la reproducción natural dada por Dios. A pesar de los intentos, resultaba difícil condenar a las mujeres por aborto porque era un crimen casi imposible de comprobar. Cuando la Iglesia se percató de que no podía regular los abortivos ni procesar a las mujeres que podrían haberlos usado, decidieron atacar la fuente del conocimiento: las parteras pasaron a ser el blanco de esta campaña y fueron consistentemente perseguidas y quemadas en la hoguera por los cientos de años que duró la caza de brujas en Europa.
Las sospechas hacia las parteras tenían más que ver con el miedo al infanticidio que a cualquier supuesta incompetencia médica. Esta deslegitimación permitió introducir al médico varón a la sala de partos. Según escribe Silvia Federici en su libro El Calibán y la bruja: “Con este cambio, empezó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, priorizaba la vida del feto por sobre la vida de la madre. (…) A partir de ahora sus úteros se transformaron en territorio político, controlados por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista”.
La contractura de la maternidad forzada son las prácticas eugenésicas. Mientras se intentaba aumentar la natalidad, el Estado también quiso seleccionar a quienes era “dignos” de reproducirse. Estas prácticas estatales no son cosa del pasado remoto, sino que tenían un sustento legal hasta hace no tanto tiempo y subsisten de manera encubierta en distintas partes del mundo. En Estados Unidos, el estado de Indiana aprobó la primera ley de esterilización obligatoria para los “biológicamente inferiores” en 1907. Para 1944, la eugenesia ya regía en al menos 18 estados y, según una investigación reciente de la Universidad de Yale, se habrían practicado unas 40 mil esterilizaciones forzosas. En Perú actualmente se denuncia la esterilización forzosa de 236 mil jóvenes, en su mayoría menores de 25, analfabetas y de origen indígena.
La criminalización del aborto y la esterilización forzada constituyen los polos opuestos de una tendencia global que se vale de los úteros de las mujeres como instrumentos para regular el vigor de la economía. Las mujeres deben aceptar el mandato reproductivo de turno y ofrecerse dócilmente a todas las intervenciones. Según estadísticas del Programa de Salud Reproductiva del Hospital Público Materno Infantil (HPMI), durante 2017 se realizaron 870 ligaduras de trompas, pero solo 40 vasectomías. Cuando se ignora la politización de la sexualidad, se naturaliza el reparto de roles en desmedro de los cuerpos femeninos: ellas son las que toman las pastillas, se ligan las trompas, paren en nombre del Estado y se desangran en una camilla por su ausencia.
Conquistar el cuerpo salvaje
De las esclavas que describía María Sybilla Merian se desprende una representación muy clara de la situación de las mujeres en las comunidades indígenas que fueron colonizadas. Federici dedica varios capítulos de su libro a describir cómo la problemática de la caza de brujas se trasladó al Nuevo Mundo con el proceso de colonización. En los registros de los viajantes europeos se puede ver que en la mayoría de las comunidades fueron las mujeres quienes se resistieron con mayor tenacidad a la nueva estructura de poder, probablemente debido a que eran las que más tenían para perder al adoptar los modos de vida europeos, que eran descaradamente patriarcales.
Los conceptos en torno a la salud eran muy distintos a los importados del Viejo Mundo. La lógica cartesiana del cuerpo como máquina resultaba extraño para estas culturas que pensaban a la salud de una manera más holística, como inseparable de la armonía espiritual y la unión con la tierra. De esta misma manera, el uso de plantas abortivas era visto como una forma de garantizar el equilibrio, la salud de la familia y el espaciamiento entre embarazos. En ciertas comunidades, la planta abortiva era recolectada por una mujer mayor, en un lugar sagrado, contando con la presencia de –por ejemplo- “mama killa”, que en quechua significa “madre luna”: la diosa del ciclo menstrual. En algunas regiones de Mesoamérica se le llamaba “purgas” a las hierbas abortivas. El concepto del aborto como pecado o tabú era ajeno a muchas culturas indígenas de América y se instauró recién tras la colonización. La influencia del sistema de creencias europeo fue tal que actualmente los campesinos en Bolivia aún temen que, si una mujer aborta, sufrirán heladas y granizo como “castigo”.

Esta colonización sobre los modos de pensar y concebir el mundo resulta evidente cuando se desempolvan los documentos históricos. Mientras que en 1550 las comunidades indígenas podían reconocer abiertamente su apego a la religión tradicional, un siglo más tarde los crímenes de los que eran acusados giraban en torno a la “brujería” y eran escalofriantemente similares a las acusaciones realizadas contra las brujas en Europa. Las campañas de persecución, matanzas y humillaciones públicas fueron efectivas en lograr que estas prácticas se dirimieran en el ámbito privado, en el que los antepasados y los “huacas” seguían ocupando un papel central.
En la actualidad, la pobreza, la discriminación y la escasez de recursos son factores que contribuyen a un ambiente en donde las mujeres indígenas aún no pueden ejercer total control sobre su salud reproductiva. Dado que las poblaciones indígenas han sido históricamente el blanco de campañas eugenésicas, es entendible que cualquier conversación sobre la libertad reproductiva genere en estas comunidades temor y sospecha. A pesar de esto, y gracias a los esfuerzos de muchas organizaciones de mujeres que establecieron puentes y diálogos con estos pueblos, hoy las mujeres indígenas participan abiertamente de las campañas para garantizar la salud reproductiva y abortos seguros. Son las voces más relevantes en este debate, ya que son la máxima representación de la vulnerabilidad y a la vez el símbolo más potente de resistencia: este cuerpo no se coloniza.
Palabra de hombre, cuerpo de mujer: la biopolítica tiene género
Para adueñarse de los medios de reproducción, primero se tuvo que instalar la idea de que el cuerpo femenino era una máquina natural de crianza que funcionaba según ritmos que estaban fuera del control de las mujeres. Esta dominación se centra sobre toda una serie de tecnologías que tienen por objeto producir, administrar y dominar la vida. A pesar de esto, Foucault, el teórico de la biopolítica, se mostró curiosamente desinteresado por el disciplinamiento de las mujeres. Tal como señala Federici, la biopolítica de Foucault ignora el proceso de reproducción y funde las historias femenina y masculina en un todo indiferenciado. La omisión es significativa ya que muestra cuán naturalizada está la labor reproductiva de las mujeres: se habla de “vida” sin mencionar que hay alguien que la gesta, no siempre por voluntad propia.
En definitiva, puede pensarse que la trasgresión que supone el aborto como práctica social es una afrenta a la vocación materna: resulta ofensivo, bajo la norma patriarcal, que la mujer no desee ser madre. En el libro Del inconveniente de haber nacido, el filósofo Émile Cioran nos recuerda una obviedad que a veces no resulta tan obvia: la decisión de nacer siempre es de Otro, no del naciente. Por eso resultan tan preocupantes las estrategias persuasivas de ciertos activistas “pro-vida”. Han llegado a escribir poemas en nombre de un feto a su madre, expresando su deseo de nacer. Lo que se esconde en esta apelación es el deseo de quien es, de hecho, el único sujeto capaz de desear en esta situación: la mujer.

Si las mujeres no tienen la libertad de decidir si quieren o no reproducirse, entonces están sujetas a la deshumanización más brutal ya que se asume que su cuerpo “no les pertenece”. Esta frase de hecho es articulada de manera explícita por muchos de los que se oponen a la legalización del aborto. El diputado Felipe Sola dice: “Pienso que la mujer embarazada no es dueña de su cuerpo, hay otro ser adentro”. Esta cuestión plantea una pregunta interesante sobre la autonomía corporal, un concepto cultural que establece que las personas tienen derecho a decidir sobre las intervenciones en su cuerpo.
En la situación de un embarazo, se asume que la mujer pierde su autonomía corporal ya que este derecho choca con el “derecho a vivir” del embrión. Sin embargo, la defensa de la vida no prima sobre la autonomía corporal en ninguna otra situación. Legalmente no se puede forzar a nadie a donar sangre para un paciente, aunque el paciente muera a causa de esto. En casos de trasplantes de órganos vitales, es ilegal extraerlos de un cadáver sin constar con su consentimiento por escrito. Es decir, legalmente le garantizamos más autonomía a un cadáver que a una mujer embarazada.
Aún falta mucho para que podamos garantizarles a las mujeres la autonomía corporal que se les negó por tanto tiempo, pero decididamente vamos en esa dirección. En 2012, surgió el grupo de las socorristas argentinas, que, inspiradas por el movimiento autonomista de las feministas italianas, ponen a disposición una serie de herramientas y ofrecen acompañamiento a mujeres que desean abortar, devolviéndoles la autonomía y el poder de decisión sobre sus cuerpos y sus vidas. Se trata de una solidaridad entre mujeres que ante la clandestinidad se unificaron bajo un objetivo común: preservar la vida y el bienestar de todas. Como las “brujas” de la Antigüedad, estas mujeres comparten conocimientos, tejen redes y se fortalecen unas a otras. Al final, la tragedia de nuestras antepasadas se transformó en un poderoso símbolo de lucha que las italianas de los setenta encarnaron por primera vez, tomando las calles con carteles que exclamaban “Tremate, tremate, le streghe son tornate”. Tiemblen, tiemblen, las brujas están de vuelta.
Imágenes: Luisa Lerman (ilustradora y dibujante. Cursa el ultimo año de la Licenciatura en Artes Visuales en UMSA y trabaja ilustrando especies botánicas para investigadores del CONICET)
Bibliografía
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Comité de Derechos Humanos; Comité contra la Tortura; Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.
AS ERVAS DA EMANCIPAÇÃO: ABORTO, BIOPOLÍTICA E SOBERANIA
Em setembro de 1699, a ilustradora e naturalista alemã Maria Sibylla Merian chegou a Guiana Holandesa com uma missão: passar lá cinco anos documentando e ilustrando novas espécies de insetos e plantas. Divorciada e com duas filhas, Maria havia vendido 255 de suas pinturas para pagar a viagem, tornando-se uma das primeiras mulheres a realizar uma expedição científica independente. No livro que resultou dessa expedição, Mary documentou como Africanas e escravas indígenas na colônia usavam as sementes de uma planta (que ela identificou como flos pavonis) como abortivo. Ele escreveu: «As indígenas, que são abusadas por seus senhores holandeses, usam as sementes [da planta] para abortar seus filhos para que não se tornassem escravos como elas. Os escravos negros da Guiné e de Angola reivindicavam ser bem tratados, ameaçando se recusar a ter filhos … Eles me disseram «.
Na história de Maria cristalizam-se uma série de questões que são muitas vezes ignorados no debate sobre o aborto: ele é tão antiga quanto a palavra escrita e ainda hoje, setores conservadores, procuram incutir a ideia de que as feministas «inventaram o aborto «ou que o desejo de liberdade reprodutiva é um fenômeno moderno”. Muito pelo contrário, recente não é a existência de aborto, mas sua criminalização: um processo desencadeado em paralelo com o início do colonialismo e do capitalismo, enquanto na Europa a liberdade reprodutiva das mulheres começou a ser vista como uma ameaça aos projetos de expansão capitalista que exigiam uma população florescente.
O conceito de biopolítica nos dá um quadro ideal para discutir estas questões: este é o nome dado pelo filósofo francês Michel Foucault a uma forma específica de governo que aspira à gestão de processos biológicos da população. Historicizar e contextualizar o aborto nos permite ver a verdadeira natureza do debate, e a base epistemológica «pró-vida» cai quando começamos a pensar a vida como um conceito que não é neutro nem a-histórico, mas tingido com valores culturais . Em virtude de controlar a taxa de natalidade, os corpos gestantes tiveram que ser disciplinados. Assim, para defender a «potencial» vida humana, a vida concreta das mulheres, seu desejo e sua humanidade foram relegados a um lugar de irrelevância política, seus corpos se tornaram corpos dóceis para a morte.
Da salsa ao misoprostol: história de abortivos
Em seu livro Eve’s Herbs (Ervas de Eva), John M. Riddle, um estudante de contracepção na antiguidade, faz a seguinte pergunta: «Se as mulheres costumavam ter acesso a métodos eficazes de contracepção, por que esse conhecimento foi perdido com o começo da modernidade? «De fato, hoje a capacidade reprodutiva das mulheres é regulada por entidades externas a elas. Há uma profunda ignorância do corpo feminino, num contexto em que a maioria das mulheres não sabem quais são as emenagogas (ervas para provocar a menstruação) e enfrentam uma série de obstáculos para acessar os serviços reprodutivos mais básicos. Isso nem sempre foi assim. Antes da modernidade, a contracepção era uma arte feminina que combinava ervas, receitas transmitidas de geração em geração, práticas e conhecimentos ancestrais.
Alguns dos métodos mais antigos (dos quais temos registro) datam de 500 a.C. Os abortos fazem parte de uma cultura de fitoterapia mantida por mulheres há milhares de anos. Na medicina popular alemã, orégano, tomilho, salsa e lavanda eram usados na forma de uma infusão ou supositório; na Pérsia, canela, wallflower e arruda. A raiz da samambaia “dentabrón” foi muito utilizada por mulheres francesas e alemãs. Durante grande parte da história, as mulheres realizaram essas práticas com a ajuda de curandeiros, parteiras de aldeias ou as chamadas «mulheres sábias». Em 369 aC, Platão descreveu o poder das parteiras em um de seus diálogos: «Com as drogas e encantamentos que administram, as parteiras podem trazer as dores do trabalho ou atrasá-las à vontade, facilitar um parto difícil e, num estágio inicial, causar um aborto, se assim o decidirem «. O uso e conhecimento desses métodos era quase exclusivamente o domínio das mulheres.
No entanto, com o início da modernidade, as mulheres começaram a perder sua autonomia e poder de decisão nesse campo. A revolução científica e médica fez com que as mulheres fossem cada vez mais excluídas da medicina devido aos requisitos de graduação que elas não tinham acesso. A posição dos homens na ciência foi reforçada pela Igreja que, em um decreto papal, declarou: «Se uma mulher se atreve a curar sem ter estudado, ela é uma bruxa e deve morrer.» Desta forma, as parteiras pararam de aprender e prescrever. A caça às bruxas foi eficaz em romper com uma cadeia de conhecimento que havia sido enriquecida em seu curso milenar.
Riddle argumenta que a desvalorização dos remédios antigos não se deu como resultado do desenvolvimento de uma cosmovisão racional e científica, mas do desprezo da elite pelo conhecimento popular. Em 1649, Nicolas Cullpeper escreveu: «O Colégio de Médicos manteve as pessoas submetidas a tal ignorância que não são mais capazes de saber para que servem as ervas dos seus jardins». Isso acabou sendo assustadoramente verdadeiro. Na Europa, as mulheres da realeza ignoravam as propriedades abortivas daquela bela planta americana que adornava seus jardins: os flos pavonis. Das ordens dadas pelas instituições da época derivou uma espécie de amnésia coletiva que liberou do corpus médico todo o campo do conhecimento anticoncepcional.
A restrição cada vez mais forte levou as mulheres a recorrer a medicamentos de eficácia e segurança incertas. Durante a era vitoriana, aqueles que buscavam um remédio para seus «problemas femininos» podiam abrir o diário e escolher entre uma série de comprimidos e pós. Muitos vinham com um aviso, como uma piscadela: «Eles não devem ser usados durante a gravidez.» Neste momento, haviam altos índices de envenenamento e, quando a lei tomou conhecimento dessa situação, em vez de garantir o acesso a abortivos mais seguros, restringiu-os ainda mais, tornando-os cada vez mais perigosos. Ao entrar no século XX, as mulheres perderam praticamente toda a liberdade reprodutiva que desfrutaram desde, pelo menos, o início do Império Romano. A clandestinidade teve um efeito alienante: em vez de abortar com o apoio e aconselhamento de uma rede de outras mulheres, as mulheres abortavam sozinhas, envergonhadas e inseguras.
Hoje, 40% da população mundial vive em países onde o aborto é ilegal ou severamente restrito. A Organização Mundial da Saúde estimou em 2008 que existem cerca de 21,6 milhões de abortos inseguros no mundo a cada ano, causando uma estimativa de 47.000 mortes. Para reduzir esse número, a OMS colocou o misoprostol em sua lista de medicamentos essenciais. Existem centenas de grupos e redes de mulheres que são organizados para fornecer misoprostol e aconselhamento em países onde o aborto ainda é ilegal. Um desses grupos, chamado Women on Waves, usa um barco para fornecer esses serviços reprodutivos. O misoprostol representa tal ameaça que as tropas militares foram usadas para impedir a entrada do navio em determinados países. Dado este estado de coisas, as mulheres estão sozinhas na prisão legal de seus corpos e o Estado se aferra à chave que abriria as portas para deles.
«Ser fértil e multiplicar»: bruxas, nascimento e capitalismo
«Deus os abençoou e disse a eles: ‘Sejam fecundos e multipliquem-se. Encham a terra e a subjuguem. Exerça o domínio sobre os peixes do mar, sobre as aves do céu e sobre todos os seres vivos que se movem sobre a terra «. (Gênesis, 1: 28)
A perseguição de bruxas e a criminalização do aborto não foram acidentais ou arbitrárias. Disciplinar o corpo da mulher e exercer controle sobre sua capacidade reprodutiva foi um passo fundamental para iniciar o capitalismo e o expansionismo mais feroz. Um conjunto de fatores iniciou esse processo. Em primeiro lugar, depois das pragas de 1347 e 1352 (que causaram crises demográficas), o controle exercido pelas mulheres sobre a reprodução começou a ser percebido como uma ameaça à estabilidade econômica e social. Para Jean Bodin, um influente filósofo francês, tanto a segurança do estado quanto a prosperidade da comunidade dependiam de uma demografia robusta. «Na minha opinião», ele escreveu, «aqueles que duvidam da escassez estão muito errados (…) já que não há cidades mais ricas ou mais famosas nas artes e nas disciplinas do que aquelas em que os cidadãos abundam». Bodin concluiu que as parteiras e «bruxas» deveriam ser eliminadas em busca desse progresso.
No entanto, o projeto de expansão econômica não teria sido possível sem o sustento ideológico de instituições como a Igreja Católica. Embora até então a Igreja não tivesse uma posição definida contra o aborto, isso mudou quando Tomás de Aquino escreveu o que a partir de então se tornaria a posição «oficial»: o sexo deveria ser apenas para a procriação. Os abortos passaram a ser considerados como uma violação à reprodução natural dada por Deus. Apesar das tentativas, foi difícil condenar as mulheres pelo aborto porque era um crime quase impossível de provar. Quando a Igreja percebeu que não podia regular os abortivos ou processar as mulheres que poderiam tê-los usado, eles decidiram atacar a fonte do conhecimento: as parteiras se tornaram o alvo dessa campanha e foram consistentemente perseguidas e queimadas na fogueira pelos centenas de anos da caça às bruxas na Europa.

As suspeitas às parteiras tinham mais a ver com o medo do infanticídio do que qualquer suposta incompetência médica. Esta deslegitimação permitiu a introdução do médico masculino na sala de parto. Silvia Federici escreve em seu livro O Caliban ea bruxa: «Com esta mudança, também começou a hegemonia de uma nova prática médica que, em caso de emergência, priorizou a vida fetal em detrimento da vida da mãe. (…) Daí em diante, seus úteros foram transformados em território político, controlados por homens e pelo Estado: a procriação foi posta diretamente a serviço da acumulação capitalista «.
A contração da maternidade forçada são práticas eugênicas. Enquanto tentava aumentar a taxa de natalidade, o Estado também queria selecionar aqueles que eram «dignos» de se reproduzir. Essas práticas estatais não são coisa do passado remoto, mas tinham sustentação legal até pouco tempo atrás e subsistem de maneira oculta em diferentes partes do mundo. Nos Estados Unidos, o estado de Indiana aprovou a primeira lei esterilização compulsória para «biologicamente inferiores» em 1907. Em 1944, a eugenia e governou em pelo menos 18 estados e, de acordo com recente pesquisa da Universidade de Yale, teria praticou cerca de 40 mil esterilizações forçadas. No Peru, a esterilização forçada de 236 mil jovens, a maioria com menos de 25 anos, analfabetos e de origem indígena, é relatada.
A criminalização do aborto e a esterilização forçada são pólos opostos de uma tendência global que utiliza o ventre das mulheres como instrumentos para regular o vigor da economia. As mulheres devem aceitar o mandato reprodutivo do dia e oferecer-se docilmente a todas as intervenções. Segundo estatísticas do Programa de Saúde Reprodutiva do Hospital Público Materno Infantil (HPMI), durante o ano de 2017 houve 870 laqueaduras, porém apenas 40 vasectomias. Quando a politização da sexualidade é ignorado, a divisão de papéis é naturalizada em detrimento dos corpos das mulheres: eles estão tomando pílulas, tendo seus tubos amarrados, stand em nome do Estado e sangrar em uma maca por sua ausência.
Conquistar o corpo selvagem
Dos escravos que María Sybilla Merian descreveu, segue-se uma clara representação da situação das mulheres nas comunidades indígenas que foram colonizadas. Federici dedica vários capítulos de seu livro para descrever como o problema da caça às bruxas mudou-se para o Novo Mundo com o processo de colonização. Nos registros dos viajantes europeus, pode-se ver que na maioria das comunidades foram as mulheres que resistiram mais tenazmente à nova estrutura de poder, provavelmente porque foram elas que mais perderam ao adotar os modos de vida europeus, que eram descaradamente patriarcais.
Conceitos em torno da saúde eram muito diferentes daqueles importados do Velho Mundo. A lógica cartesiana do corpo como máquina era estranha para essas culturas que pensavam na saúde de uma maneira mais holística, inseparável da harmonia espiritual e da união com a terra. Da mesma forma, o uso de plantas abortivas foi visto como uma forma de garantir equilíbrio, saúde familiar e espaçamento entre as gestações. Em certas comunidades, a planta abortivo foi colhido por uma mulher mais velha em um lugar sagrado, com a presença de -por exemplo- «Mama Killa», que em quechua significa «Mãe Lua»: a deusa do ciclo menstrual. Em algumas regiões da Mesoamérica, nomearam de «expurgos» as ervas abortivas. O conceito de aborto como pecado ou tabu era estranho para muitas culturas indígenas da América e foi estabelecido somente após a colonização. A influência do sistema de crenças europeu era tal que atualmente os camponeses na Bolívia ainda temem que, se uma mulher abortar, eles sofrerão geada e granizo como «punição».

Essa colonização dos modos de pensar e conceber o mundo é evidente quando os documentos históricos são descartados. Enquanto em 1550 as comunidades indígenas podiam reconhecer abertamente seu apego à religião tradicional, um século depois os crimes de que eram acusados giravam em torno da «feitiçaria» e eram assustadoramente semelhantes às acusações feitas contra as bruxas na Europa. As campanhas de perseguição, massacres e humilhações públicas foram eficazes para que essas práticas fossem resolvidas na esfera privada, na qual os ancestrais e as «huacas» continuaram ocupando um papel central.
Atualmente, a pobreza, a discriminação e a escassez de recursos são fatores que contribuem para um ambiente em que as mulheres indígenas ainda não conseguem exercer controle total sobre a sua saúde reprodutiva. Dado que as populações indígenas têm sido historicamente o alvo das campanhas eugênicas, é compreensível que qualquer conversa sobre liberdade reprodutiva gere medo e suspeita nessas comunidades. Apesar disso, e graças aos esforços de muitas organizações de mulheres que estabeleceram pontes e diálogos com esses povos, hoje as mulheres indígenas participam abertamente de campanhas para garantir saúde reprodutiva e abortos seguros. São as vozes mais relevantes neste debate, pois são a representação máxima da vulnerabilidade e, ao mesmo tempo, o mais poderoso símbolo de resistência: esse corpo não coloniza.
Palavra de homem, corpo de mulher: biopolítica tem gênero
A fim de assumir os meios de reprodução, a idéia de que o corpo feminino era uma máquina natural de envelhecimento que funcionava de acordo com ritmos que estavam além do controle das mulheres tinha que ser instalada primeiro. Esta dominação se concentra em toda uma série de tecnologias que visam produzir, gerenciar e dominar a vida. Apesar disso, Foucault, o teórico da biopolítica, foi curiosamente desinteressado no disciplinamento das mulheres. Como Federici aponta, a biopolítica de Foucault ignora o processo de reprodução e funde as histórias feminina e masculina em um todo indiferenciado. A omissão é significativa, pois mostra como se naturalizou o trabalho reprodutivo das mulheres: elas falam de «vida» sem mencionar que há alguém que o faz, nem sempre por escolha.
Em resumo, pode-se pensar que a transgressão implicada pelo aborto como prática social é uma afronta à vocação da mãe: é ofensivo, sob a norma patriarcal, que uma mulher não queira ser mãe. No livro Da inconveniência de ter nascido, o filósofo Émile Cioran nos lembra de um truísmo que às vezes não é tão óbvio: a decisão de nascer é sempre de Outro, não do nascente. É por isso que as estratégias persuasivas de certos ativistas «pró-vida» são tão preocupantes. Eles vieram escrever poemas em nome de um feto para a mãe, expressando o desejo de nascer. O que está oculto neste apelo é o desejo de quem é, de fato, o único sujeito capaz de desejar nesta situação: a mulher.

Se as mulheres não são livres para decidir se querem ou não se reproduzir, então elas estão sujeitas à mais desumana desumanização, uma vez que se supõe que seu corpo «não lhes pertence». Esta frase de facto é articulada explicitamente por muitos daqueles que se opõem à legalização do aborto Deputado Felipe Sola diz: «Eu acho que a mulher grávida não possui seu corpo, há outro ser dentro». Esta questão levanta uma questão interessante sobre a autonomia do corpo, um conceito cultural que afirma que as pessoas têm o direito de decidir sobre as intervenções em seu corpo.
Na situação de uma gravidez, supõe-se que a mulher perde sua autonomia corporal, pois este direito colide com o «direito de viver» do embrião. No entanto, a defesa da vida não prevalece sobre a autonomia corporal em nenhuma outra situação. Legalmente, você não pode forçar ninguém a doar sangue para um paciente, mesmo que o paciente morra por causa disso. Em casos de transplantes de órgãos vitais, é ilegal extraí-los de um cadáver sem o seu consentimento por escrito. Ou seja, legalmente garantimos mais autonomia a um cadáver do que a uma mulher grávida.
Ainda há um longo caminho a percorrer antes que possamos garantir às mulheres a autonomia corporal que lhes foi negada por tanto tempo, mas definitivamente estamos indo nessa direção. Em 2012 veio o grupo de socorristas argentinos, que, inspirados pelo movimento autonomia das feministas italianas, disponibilizou um número de ferramentas e oferecer apoio para as mulheres que querem um aborto, restaurando autonomia e poder de decisão sobre seus corpos e suas vidas. É uma solidariedade entre mulheres que antes do clandestino unifica-se sob um objetivo comum: preservar a vida e o bem-estar de todos. Como as «bruxas» da antiguidade, essas mulheres compartilham conhecimento, tecem redes e se fortalecem mutuamente. No final, a tragédia dos nossos antepassados tornou-se um poderoso símbolo de luta que os anos setenta italianos encarnou pela primeira vez, tomando as ruas com bandeiras exclamando «Tremate, tremate, streghe você é tornate». Tremem, tremem, as bruxas estão de volta.
Bibliografía
Conklin, Beth A. y Morgan, Lynn M. (1996) “Babies, Bodies, and the Production of Personhood in North America and a Native Amazonian Society”. Ethos.
Federeci, Silvia. Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta limón ediciones, 2015.
Foucault, Michael, Estética, ética y hermenéutica, Editorial Paidos, 1999, p. 245.
Hamilton, Edith. The Collected Dialogues of Plato. New Jersey: Princeton University Press, 1980, pág. 854.
Molsave, Patricia. “Los imperativos biológicos” en Peripecias de la antropología. Buenos Aires: Proyecto Editorial, 2012
Riddle, John M. Eve’s Herbs: A History of Contraception and Abortion in the West. Harvard University Press, 1997
Schiebinger, Londa. «Lost Knowledge, Bodies of Ignorance, and the Poverty of Taxonomy as Illustrated by the Curious Fate of Flos Pavonis, an Abortifacient,» in Picturing Science, Producing Art. Routledge, 1998.
Shiebinger, Londa. “The art of medicine: Exotic abortifacients and lost knowledge” in The Lancelet. Vol 371. 1ero de Marzo 2008
Unsafe abortion: global and regional estimates of the incidence of unsafe abortion and associated mortality in 2008, sixth edition; 2011. Department of Reproductive Health and Research, World Health Organization.
Vlassoff et al. Economic impact of unsafe abortion-related morbidity and mortality: evidence and estimation challenges. Brighton, Institute of Development Studies, 2008 (IDS Research Reports 59).
L Haddad. Unsafe Abortion: Unnecessary Maternal Mortality. Rev Obstet Gynecol. 2009 Spring; 2(2): 122–126.
Comité de Derechos Humanos; Comité contra la Tortura; Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.
Waaw ! Me encanto. Excelente investigación me parece de suma importancia que TODAS! tengamos acceso a este tipo de información y que seamos nosotras mismas quienes tomemos las decisiones acerca de nuestro cuerpo y nuestra reproduccion !
Excelente artículo, coincido perfectamente en el hecho de que el problema radica en la desapropiación del cuerpo de las mujeres como simples medio de producción de vida. Si tienen más al respecto del tema estaré encantada de poder leerlo.
Muy buen artículo, me gustaría que hubieran anexado la bibliografía.
Sin bibliografía no sirve de nada. Lástima.
Tenés razón, Andrea! No la publiqué porque no acostumbro a hacerlo en artículos periodísticos pero es cierto que este tiene un rigor más académico. Aquí va:
Bibliografía:
Conklin, Beth A. y Morgan, Lynn M. (1996) “Babies, Bodies, and the Production of Personhood in North America and a Native Amazonian Society”. Ethos.
Federeci, Silvia. Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta limón ediciones, 2015.
Foucault, Michael, Estética, ética y hermenéutica, Editorial Paidos, 1999, p. 245.
Hamilton, Edith. The Collected Dialogues of Plato. New Jersey: Princeton University Press, 1980, pág. 854.
Molsave, Patricia. “Los imperativos biológicos” en Peripecias de la antropología. Buenos Aires: Proyecto Editorial, 2012
Riddle, John M. Eve’s Herbs: A History of Contraception and Abortion in the West. Harvard University Press, 1997
Schiebinger, Londa. «Lost Knowledge, Bodies of Ignorance, and the Poverty of Taxonomy as Illustrated by the Curious Fate of Flos Pavonis, an Abortifacient,» in Picturing Science, Producing Art. Routledge, 1998.
Shiebinger, Londa. “The art of medicine: Exotic abortifacients and lost knowledge” in The Lancelet. Vol 371. 1ero de Marzo 2008
Unsafe abortion: global and regional estimates of the incidence of unsafe abortion and associated mortality in 2008, sixth edition; 2011. Department of Reproductive Health and Research, World Health Organization.
Vlassoff et al. Economic impact of unsafe abortion-related morbidity and mortality: evidence and estimation challenges. Brighton, Institute of Development Studies, 2008 (IDS Research Reports 59).
L Haddad. Unsafe Abortion: Unnecessary Maternal Mortality. Rev Obstet Gynecol. 2009 Spring; 2(2): 122–126.
Comité de Derechos Humanos; Comité contra la Tortura; Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.
Valioso, gracias
Artigo excelente e leitura necessária. A biopolítica de dominação dos corpos femininos precisa ser abolida.
Excelente artículo!!!!
Buenísimo texto, claro, preciso, y con buenas referencias… gracias!