
ANA COFIÑO (LaCuerda)
Cada año, en Guatemala, un país de 17 millones de habitantes, son asesinadas 500 mujeres; es decir, una mujer cada 17 horas. Es uno de los países del mundo con mayor tasa de feminicidios y, como en cualquier país, el asesinato machista es la punta del iceberg, invisibilizado y naturalizado, de la violencia machista. La brutal tradición patriarcal del Estado y la sociedad guatemalteca se entremezcla con un racismo estructural e institucionalizado, que deja en condiciones de enorme precariedad a las mujeres racializadas. Son, sin embargo, pueblos que llevan medio milenio de resistencia, y estas mujeres tejen sus luchas conjugando la sabiduría ancestral con los desafíos actuales sobre sus cuerpos-territorios.
Tuvimos la suerte de viajar a Guatemala y de conocer allí a Ana Cofiño, una de las fundadoras del periódico LaCuerda, que es mucho más que un medio de comunicación de orientación feminista: es una propuesta emancipatoria y radical no solo para las mujeres, sino para toda la sociedad.
Nazaret: LaCuerda no solo es un periódico, sino un colectivo que se engloba dentro de un proyecto de transformación social, y que acaba de cumplir 20 años. ¿Cómo nació y qué es LaCuerda?
Ana: LaCuerda nace en 1998, después de la firma de los Acuerdos de Paz del 96. Fue una iniciativa personal, por la inquietud de abrir un espacio feminista, para utilizar la cuestión de género como herramienta de un análisis que es político y radical. No se trata de visibilizar a las mujeres, no solo, sino de hacer una propuesta de sociedad distinta, con una distribución más justa de poder, y eso es muy diferente del llamado igualitarismo. Y en ese 1998, después de una guerra que duró 36 años, se abrió un espacio para la libertad de expresión. Es verdad que no hubo cambios estructurales, pero sí se abrieron esos espacios de discusión y de organización: antes costaba la vida hacer esto que nosotras hacemos. Así que aprovechamos ese momento porque creíamos necesario un diálogo entre las propias mujeres del movimiento social. En los Acuerdos de Paz, las compañeras insistían en visibilizar a las mujeres, para no quedar por fuera del acuerdo. LaCuerda contiene un análisis feminista de la realidad; pero no es una revista para mujeres: es para la comunidad. Son 20 mil ejemplares que lanzamos menstrualmente.
La apuesta de LaCuerda ha sido por la horizontalidad organizativa y por un abordaje del feminismo que parte de la reflexión sobre la transversalidad de las luchas. ¿Cómo funcionáis?
La Asociación Feminista LaCuerda nace de la necesidad de articular, de hacer propuestas. La base es trabajar con las compañeras, para juntas hacer una propuesta; nada de vanguardia, eso ya vimos que no sirve.
Una propuesta es la Comunicación para la Emancipación, que plantea la comunicación desde y para la comunidad, con información de las propias mujeres que promueva la convivencia armónica con la naturaleza. Y aquí hay que destacar una particularidad de Guatemala: es un Estado racista y patriarcal, además de un instrumento de clase. Todos y todas estamos atravesados y heridos por el racismo. Nos ha dejado una sociedad profundamente dañada, golpeada, enferma. Necesitamos entender cómo enfrentar ese fenómeno vinculado a la pobreza y la violencia. Es necesario articular alianzas con diferentes movimientos sociales, no solo de mujeres, sino también campesinos e indígenas. Eso es un esfuerzo monumental: se necesita articular con las diferentes regiones para intercambiar conocimientos.
Uno de los desafíos que encontró LaCuerda es la dificultad para hablar de feminismo en un contexto en el que seguía siendo una mala palabra. ¿Sigue siendo difícil hablar de feminismo la Guatemala de hoy?
LaCuerda contribuyó a sacar al feminismo del closet. Y, a su vez, la sexualidad. Se puso la sexualidad en el centro de la dominación patriarcal. De eso no se habla aquí, no existe, hay una profunda hipocresía, aunque afecta a las relaciones con el entorno, con los otros. Tenemos un programa de investigación que está trabajando sobre la sexualidad de mujeres organizadas. Pero lo más importante es entender que el nuestro eso es un feminismo heterogéneo, anti-racista, que lucha por la emancipación de la red de opresiones. En LaCuerda hay pluralidad de miradas. Yo me identifico con el ecofeminismo, pero también hay compañeras interesadas en el feminismo decolonial, y en el movimiento del territorio-cuerpo. Hemos tratado de construir un lenguaje incluyente, común; de hecho, muchos hombres han escrito en LaCuerda.

Decías que vuestra concepción del feminismo lo incardina dentro de una red de opresiones; pero no os limitáis a la denuncia, sino que hacéis una propuesta de sociedad distinta. ¿Cuál es vuestra visión? ¿Por qué es tan necesario un cambio radical -de raíz- en Guatemala?
Planteamos la necesidad de un proceso de reflexión de largo aliento para formular una propuesta política para la sociedad guatemalteca. Desde 2007 tenemos reuniones para elaborar nuestro sueño del Buen Vivir, que propone nuevas formas de relacionarnos para el cuidado de la vida, la producción, la distribución de los recursos. Nosotras hacemos esa reflexión desde aquí, por eso hacemos hincapié en el racismo.
En todo el mundo hay violencia, pero en Guate la profundidad del racismo y del patriarcado hace a una sociedad dañada y enferma, conflictiva, que difícilmente se reconcilia con su identidad múltiple, porque está marcada por la identidad criolla que ha tenido el poder. La relacionalidad, la sujetividad dañada, permeada por algo que pareciera eterno y natural: eso es lo que hay que desenmascarar, hay que hablar de las violencias en plural y mostrar que no son naturales y por lo tanto, tampoco son eternas. En ese sentido, nuestro enfoque es influir, contribuir a cambiar el imaginario, las conductas, las mentalidades. Al mismo tiempo, construir condiciones materiales dignas de vida, desarrollarnos sin dañar a la naturaleza, en un momento en que el país está en el punto de mira de las transnacionales. La desgracia de este país es ser tan bello.
¿Qué implica decir que el Estado guatemalteco es estructuralmente racista?
El racismo está presente en la vida cotidiana. Las élites se opusieron frontalmente a reconocer la legitimidad del derecho indígena. Este es un país indígena, pero racista, vertical, religioso (es mentira lo del estado laico), y todo esto no se quiere ver. Niega a la población indígena, la disminuye y menosprecia. Las estadísticas hablan. La población indígena tiene las peores condiciones de vida de la población.
Como dices, en todo el mundo hay violencia, y desde luego en todas partes hay violencia patriarcal; sin embargo, en Guatemala se ha desarrollado con una brutalidad extrema. ¿Por qué?
Las mujeres en las guerras son más vulnerables, no es casual que hayan matado a tantas. Después de la guerra, las mujeres estuvieron al frente de las luchas por la justicia y la verdad. Hay nombres como Nineth Montenegro, Rigoberta Menchú, Rosalina Tuyuc, Helen Mack… mujeres con un valor para enfrentar a los militares, que son el enemigo más temido. Lograron quitar el reclutamiento forzoso. Han sido quienes han testificado y fiscalizado en los juicios. Pero no hay que mujerizarlo todo, no es que somos la reserva moral de la sociedad, pero de alguna manera, la sociedad admira a estas mujeres.
El largo conflicto interno dejó una huella inmensa en el país, tras 36 años de guerra. Pero la historia de la violencia en Guatemala venía de antes, y continuó después de la firma de la paz. ¿Cómo resumirías la base histórica de la violencia endémica que sufre el país?
La colonia marca una ruptura, sienta las bases del primer despojo, pero hay otros: los liberales, en el siglo XIX, y ahora, el bestial despojo extractivista, con la explotación de los recursos naturales, del agua sobre todo. Y, con todo, aquí a veces parece que solo nos cayó penca [que solo nos cayó desgracia], pero la resistencia nunca ha muerto. En el conflicto hubo 250 mil víctimas, 240 aldeas destruidas, se destruyó de forma brutal el tejido social. Y sin embargo, la resistencia continúa.
La violencia contra las mujeres nunca ha parado: cacería de brujas, exterminio masivo, de ser botín de guerra a objeto de crueldad. Hay una estrategia de violación. Esto de ahora es parte del continuum de violencias, pero también es una reacción del patriarcado a la tenacidad de las mujeres.
Esa violencia está tan naturalizada, que el mero hecho de visibilizarlo constituye ya un desafío comunicativo. Pero hay que ir mucho más allá de la denuncia: es necesario afirmar que un mundo nuevo y pospatriarcal es posible. ¿Cómo hacerlo?
La comunicación contribuye a informar, formar, cuestionar. La cultura dominante en todas partes, transmite violencia contra las mujeres, implícita o explícita. En todas partes, en los medios, en el cine, hay violencia contra las mujeres. Las excepciones son las que nosotras creamos, son gotitas en un mar de mierda.
Tenemos que evitar reproducir el lenguaje del opresor. Es necesaria la denuncia, pero no debemos limitarnos a publicar estadísticas e imágenes de mujeres maltratadas, víctimas. Tenemos que crear un imaginario de vidas libres de violencia; tenemos que creérnoslo y nombrarlo. Es necesario dejar de hablar desde el lenguaje del opresor para comenzar a hablar el lenguaje del sujeto emancipado, y eso, en lo textual y también en lo visual.
Tenemos que contribuir a crear un lenguaje emancipado, eso supone inventar, pensar, cómo será el lenguaje de una sociedad no patriarcal. Por ejemplo, canciones en las que dejemos de ser esclavas del amor. Es tiempo de hacer ese otro mundo, la Matria, pensar la buena vida, la vida digna. Y eso requiere acceso a la salud y la educación, que eso no fuera un negocio. No queremos ser Noruega, no necesitamos esos trenes super mágicos; solo queremos no tener miedo, que no quemen a nuestras niñas.
Nosotras parecemos ser el enemigo de todo el mundo, por ser críticas, aunque usamos un lenguaje que no es violento. Nos gusta tener una actitud beligerante “con estilo”. La lucha feminista es multifrontal. No solo lo personal es político: todos los ámbitos lo son. Es vital hacernos dueñas de nuestra sexualidad, de nuestros cuerpos en medio de esta cruda realidad.
Cuando dices que no queremos que quemen a nuestras niñas, está todavía, muy reciente en el recuerdo, el terrible caso de las 41 niñas que murieron calcinadas, siendo que estaban encerradas en una institución de la que el Estado era responsable. Y no pasó nada…
41 niñas murieron en una impunidad total. La iglesia, de las 41 no dijo nada. Le echaron las culpas de alguna forma a las familias, que al final son ellas, las mujeres: las madres. Y eso es la punta del iceberg. Hay una imbricación de opresiones, violencias, violaciones, redes de trata, con el narco, las armas, y siempre aparecen implicados los militares en esas redes que enlazan formas brutales de violencia contra las mujeres. Porque, así como hay redes de resistencia, hay redes de impunidad. Hay que visibilizarlas. Con poder y con antecedentes históricos. El modelo de acumulación es anticomunista, fascista, se aplica en la represión al movimiento social y está en los medios de comunicación, en las editoriales, está en la calle. A las 41 niñas las mataron por rebeldes, por denunciar las violaciones. Por eso reivindicamos su valentía.
¿Hay que ser heroína para ser feminista en Guatemala?
A sangre y fuego nos han dicho que calladitas nos vemos más bonitas. Que debemos ser fieles esposas, madres. Hay tanta presión, que cuestionarlo es bien difícil. Es necesaria fortaleza y persistencia. Permanecer juntas a pesar de todo ya es un logro. Permanecer luchando, dando cuerda. Hemos hecho mucho. Una Escuela feminista de formación política, un periódico que se conoce, hemos creado alianzas con organizaciones mixtas. En medio de todo este desastre, hay avances: antes no hablábamos en el espacio público; hoy las mujeres han roto barreras, en el arte, lo social, en la economía… Romper el silencio, se trata de salir, tomar espacios; es necesario tras tantos años de guerra. Y eso sí está cambiando.
Nosotras, como colectivo, nos hemos fortalecido muchísimo, estamos orgullosas de este espacio luchón. Pero Guate nos está matando.
Hay, en efecto, otras muchas cosas que no cambian, como el empeño del Estado guatemalteco -y de muchos otros, casi todos en América Latina- por mantener la penalización del aborto. ¿Por qué es tan importante para el patriarcado sostener el control sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestra capacidad reproductiva?
Para dominar y controlar los cuerpos de las mujeres, se hace todo lo posible para evitar el aborto. Está por detrás una cultura misógina, de un profundo odio a las mujeres. El Estado históricamente se ha enriquecido no solo del trabajo doméstico de las mujeres, sino de sus cuerpos.
En los siglos XIX y XX cobró un impuesto a las mujeres en prostitución, y con eso se hizo el Palacio de la Policía. El aborto, la trata, las violaciones y los feminicidios deben verse desde una visión integradora, tanto para el diagnóstico como para pensar las soluciones. Es necesaria una revolución de la mentalidad. Hay leyes que han mejorado, pero no se aplican: hasta hace poco, la violación se resolvía si el violador te proponía casarse con vos.
¿Qué papel ha tenido la Iglesia católica guatemalteca en el debate sobre el aborto?
La iglesia arremete contra el aborto, pero calló cuando quemaron a las 41 niñas. ¿Solo importa la vida de los no nacidos? Un caso extremo, pero representativo del discurso que impera, es el de un cardenal de Ciudad de Guatemala, que tomó un anticonceptivo en una mano y en la otra una bala, para decir que era lo mismo, que eran dos formas de matar. Hay una iniciativa en el congreso para aumentar las penas contra las mujeres que abortan. El congreso está lleno de corruptos e incapaces, que son quienes deciden sobre nuestros cuerpos.
En un contexto tan difícil como el que describes, ¿cuál es el problema más acuciante?
Las niñas son las más vulnerables. La cultura permite, tolera y estimula la violación por parte de los hombres cercanos, padres, parientes, y a partir de ahí todo se tuerce: están dañando a la semilla. Como contraparte, los niños se construyen como máquinas de destrucción.
ANA COFIÑO: O RACISMO NA GUATEMALA IMPEDE QUE A SOCIEDADE SE RECONCILIE COM SUA IDENTIDADE
A cada ano, na Guatemala, um país de 17 milhões de habitantes, são assassinadas 500 mulheres, ou seja, uma mulher a cada 17 horas. É um dos países do mundo com a mais alta taxa de feminicídios; e, como em qualquer país, o assassinato machista é a ponta do iceberg, ocultado e banalizado, da violência machista. A brutal tradição patriarcal do Estado e da sociedade guatemalteca se mistura com um racismo estrutural e institucionalizado, que deixa em condições de enorme precariedade as mulheres racializadas [discriminadas racialmente]. São, entretanto, pessoas que vêm enfrentando meio milênio de resistência, e essas mulheres tecem suas lutas combinando a sabedoria ancestral com os desafios atuais sobre seus corpos-territórios.
Tivemos a sorte de viajar à Guatemala e lá conhecer Ana Cofiño, uma das fundadoras do jornal/da revista La Cuerda (A Corda), que é muito mais do que um meio de comunicação de orientação feminista: é uma proposta emancipadora e radical não somente para mulheres, mas para toda a sociedade.
Nazaret: La Cuerda não é apenas uma revista, mas um coletivo independente que se enquadra em um projeto de transformação social e que acaba de completar vinte anos. Como nasceu e o que é La Cuerda?
Ana: La Cuerda nasceu em 1998, depois de firmados os Acordos de Paz de 1996. Foi uma iniciativa pessoal, que surgir da inquietude de abrir um espaço feminista, par utilizar a questão de gênero como ferramenta de uma análise que é política e radical. Não se trata apenas de dar visibilidade às mulheres, mas de apresentar uma proposta de sociedade diferente, com uma distribuição mais justa de poder, e isso é muito diferente do chamado igualitarismo. No ano de 1998, depois de uma guerra que durou 36 anos, se abriu um espaço para a liberdade de expressão. É verdade que não houve mudanças estruturais, porém abriram-se esses espaços de discussão e de organização. Antes quem fazia o que fazemos pagava com a vida. Então, aproveitamos aquele momento porque acreditávamos que era necessário um diálogo entre as próprias mulheres do movimento social. Nos Acordos de Paz, as companheiras insistiam em dar visibilidade às mulheres, para não ficarem de fora do Acordo. A Corda apresenta uma análise feminista da realidade; mas não é uma revista para mulheres: é para a comunidade. São 20 mil exemplares que lançamos mensalmente.
A aposta de La Cuerda foi pela organização horizontal e por uma abordagem do feminino que parte da reflexão sobre transversalidade das lutas. Como a revista funciona?
A Associação Feminista La Cuerda nasceu da necessidade de articular, de fazer propostas. A base é trabalhar com as companheiras, para juntas fazer uma proposta. Nada de vanguarda, isso já vimos que não serve. Uma proposta é a Comunicação para a Emancipação, que apresenta a comunicação a partir da comunidade e para a comunidade, com informação das próprias mulheres que promova a convivência harmônica com a natureza. E aqui há que se destacar uma particularidade da Guatemala: é um Estado racista e patriarcal, além de um instrumento [de dominação] de classe. Todos e todas estamos atropelados e feridos pelo racismo. [O racismo] nos tornou uma sociedade defeituosa, machucada, doente. Precisamos entender como enfrentar esse fenômeno vinculado à pobreza e à violência. É necessário articular alianças com diferentes movimentos sociais, não somente de mulheres, mas também de camponeses e indígenas. É um esforço monumental: é necessário articular com as diferentes regiões para trocar conhecimentos.
Um dos desafios que La Cuerda encontrou foi a dificuldade de falar de feminismo em um contexto em que essa palavra continuava sendo uma má palavra. Ainda é difícil falar de feminismo na Guatemala de hoje?
La Cuerda contribuiu para tirar o feminismo do armário. E, por sua vez, a sexualidade. A sexualidade foi posta no centro da dominação patriarcal. Não se fala sobre isso aqui, é como se não existisse, há uma profunda hipocrisia, mesmo afetando as relações com o meio, com os outros. Temos um programa de investigação que está trabalhando sobre a sexualidade de mulheres [da organização/do movimento]. Mas o mais importante é entender que o nosso feminismo é um feminismo heterogêneo, anti-racista, que luta pela emancipação da rede de opressões. Em La Cuerda há uma pluralidade de ponto de vista. Eu me identifico com o ecofeminismo, mas há também companheiras interessadas no feminismo descolonial e no movimento do território-corpo. Tratamos de construir uma linguagem inclusiva, comum; de fato, muitos homens escreveram em La Cuerda.

Você dizia que a concepção de vocês sobre o feminismo o situa em meio a uma rede de opressões; porém vocês não se limitam à denúncia, mas apresentam uma proposta de sociedade diferente. Qual é a visão de vocês? Por que é tão necessária uma mudança radical – de raiz – na Guatemala?
Apresentamos a necessidade de um processo de reflexão de amplo fôlego para formular uma proposta política para a sociedade guatemalteca. Desde 2007 temos reuniões para elaborar nosso sonho de Bem Viver, que propõe novas formas de nos relacionarmos para manter o cuidado com a vida, a produção, a distribuição dos recursos. Nós fazemos essa reflexão começando por aqui, por isso damos ênfase ao racismo.
Em todo o mundo há violência, mas na Guatemala a profundidade do racismo e do patriarcado faz com que a sociedade se torne defeituosa e doente, conflituosa, que dificilmente se reconcilia com sua identidade múltipla, porque está marcada pela identidade crioula [dos nascidos na América de pais espanhóis] que detém o poder. A racionalidade e a subjetividade danificada, permeada por algo que parecia eterno e natural: é isso que precisamos desmascarar, é preciso falar das violências no plural e mostrar que não são naturais e, portanto, também não são eternas.
Nesse sentido, nosso enfoque é influenciar, contribuir e mudar o pensamento, os comportamentos, as mentalidades. Ao mesmo tempo, construir condições materiais dignas de vida, nos desenvolver sem causar danos à natureza, em um momento em que o país está na mira das transnacionais. A desgraça desse país é ser tão belo.
O que significa dizer que o Estado guatemalteco é estruturalmente racista?
O racismo está presente na vida cotidiana. As elites se opuseram frontalmente a reconhecer a legitimidade do direito indígena. Este é um país indígena, mas racista, vertical, religioso (o estado laico é uma mentira), mas ninguém quer ver isso tudo. (O país) renega a população indígena, a diminui e menospreza. As estatísticas falam. A população indígena tem as piores condições de vida da população.
Como você diz, em todo o mundo há violência, e sem dúvida em todas as partes há violência patriarcal; no entanto, na Guatemala (a violência patriarcal) se desenvolveu com brutalidade extrema. Por quê?
As mulheres nas guerras são mais vulneráveis, não é por acaso que tantas tenham sido mortas. Despois da guerra, as mulheres estiveram à frente das lutas por justiça e verdade. Há nomes como Nineth Montenegro, Rigoberta Menchú, Rosalina Tuyuc, Helen Mack… mulheres com um valor para enfrentar os militares, que são o inimigo mais temido. Conseguiram acabar com o recrutamento forçado. Foram quem testemunharam e fiscalizaram os julgamentos. Porém não se pode generalizar, não é que as mulheres são a reserva moral da sociedade; mas, de alguma forma, a sociedade admira essas mulheres.
O amplo conflito interno deixou uma marca imensa no país, depois de 36 anos de guerra. Mas a história da violência na Guatemala vem de antes, e continuou depois do acordo de Paz. Como você resumiria a base histórica da violência endêmica que o país sofre?
A colonização marca uma ruptura, assenta as bases da primeira desapropriação, mas há outros: os liberais, no século XIX, e agora, a bestial desapropriação extrativista, com a exploração dos recursos naturais e sobretudo da água. E, com tudo isso, aqui às vezes parece que somente nos aconteceram coisas ruins (que só nos aconteceram desgraças), mas a resistência nunca morreu. No conflito houve 250 mil vítimas, 240 aldeias foram destruídas, se destruiu de forma brutal o tecido social. E mesmo assim a resistência continua.
A violência contra as mulheres nunca parou: caça às bruxas, extermínio massivo, ser desde espólio de guerra a objeto de crueldade. Há uma estratégia de violação. O que está acontecendo agora é parte do continuum de violências, mas é também uma reação do patriarcado à tenacidade das mulheres.
Essa violência está tão naturalizada que o mero fato de visualizá-lo já se constitui como um desafio comunicativo. Mas é preciso fazer mais do que denunciar: é necessário afirmar que um mundo novo e pós-patriarcal é possível. Como fazê-lo?
A comunicação contribui ao informar, formar, questionar. A cultura dominante, em toda parte, transmite violência contra as mulheres, implícita ou explícita. Em toda parte, nos meios (de comunicação), no cinema, há violência contra as mulheres. As exceções são as que nós criamos, são gotinhas em um mar de merda.
Temos que evitar reproduzir a linguagem do opressor. A denúncia é necessária, mas não devemos nos limitar a publicar estatísticas e imagens de mulheres maltratadas, vítimas. Temos que criar um imaginário de vidas livres de violência; temos que acreditar nisso e dar nome a isso. É necessário parar de usar a linguagem do opressor e começar a falar o idioma do sujeito emancipado, e isso tanto no textual quanto no visual.
Temos que contribuir para criar um idioma emancipado, e isso implica em inventar, pensar como será o idioma de uma sociedade não patriarcal. Por exemplo, canções em que deixemos de ser escravas do amor. É tempo de fazer esse outro mundo, A Mátria (em oposição a Pátria), pensar na vida boa, na vida digna. E isso requer acesso à saúde e à educação, que isso não seja um negócio. Não queremos ser a Noruega, não precisamos daqueles trens super mágicos; só queremos não ter medo, que não queimem nossas filhas.
Nós mulheres parecemos ser o inimigo de todo o mundo; por sermos críticas, mesmo que usemos uma linguagem não violenta. Gostamos de ter uma atitude beligerante “com estilo”. A luta feminista tem muitas frentes. Não somente o lado pessoal é político: todos os âmbitos o são. É vital nos tornarmos donas de nossa sexualidade, de nossos corpos diante dessa cruel realidade.
Quando você diz “não queremos que queimem nossas filhas”, está ainda muito recente na memória o terrível caso das 41 meninas que morreram queimadas e que estavam presas em uma instituição pela qual o Estado era responsável. E nada aconteceu…
41 meninas morreram em uma impunidade total. A igreja não disse nada sobre as 41 meninas. Puseram a culpa de alguma forma nas famílias, que afinal são elas, as mulheres, as mães. E isso é a ponta do iceberg. Há uma imbricação de opressões, violências, estupros, redes de tráfico, com o narcotráfico, as armas, e os militares sempre aparecem implicados nessas redes que envolvem formas brutais de violência contra as mulheres. Porque, assim como há redes de resistência, há redes de impunidade. É preciso enxergá-las. Com poder e com antecedentes históricos. O modelo de acumulação é anticomunista, fascista, se aplica na repressão ao movimento social e está nos meios de comunicação, nas editoras, está nas ruas. Mataram as 41 meninas por serem rebeldes, porque elas denunciaram os estupros. Por isso reivindicamos sua valentia.
É preciso ser heroína para ser feminista na Guatemala?
A sangue e fogo nos disseram que caladinhas ficamos mais bonitas. Que devemos ser esposas fieis, mães. Há tanta pressão, que é difícil questionar. É necessário força e persistência. Permanecer juntas apesar de tudo já é uma vitória. Permanecer lutando, dando corda (dando ânimo). Fizemos muito. Uma Escola feminista de formação política, um periódico que se conhece, criamos alianças com organizações mistas. Em meio a todo esse desastre, há avanços: antes não falávamos no espaço público; hoje as mulheres quebraram barreiras na arte, na sociedade, na economia… romper o silêncio significa sair, tomar espaços; é necessário depois de tantos anos de guerra. E isso sim, está mudando.
Nós, como coletividade, nos fortalecemos muito, estamos orgulhosas (desse espaço de luta). Mas a Guatemala está nos matando.
Há, de fato, muitas outras coisas que não mudam, como o empenho do Estado Guatemalteco – e de muitos outros, quase todos na América Latina – para manter a penalização do aborto. Por que é tão importante para o patriarcado sustentar o controle sobre nossos corpos, nossa sexualidade e nossa capacidade reprodutiva?
Para dominar e controlar os corpos das mulheres, se faz tudo que é possível para evitar o aborto. Está por trás uma cultura misógina, de um profundo ódio às mulheres. O Estado se enriqueceu não apenas com o trabalho doméstico das mulheres, mas também de seus corpos.
Nos séculos XIX e XX era cobrado um imposto às mulheres em prostituição, e com esse imposto se construiu o Palácio da Polícia. O aborto, o tráfico, os estupros e os feminicídios devem ser vistos sob uma visão integradora, tanto para o diagnóstico quanto para pensar as soluções. É necessária uma revolução da mentalidade. Há leis que melhoraram, mas que não se aplicam: até pouco tempo, o estupro se resolvia se o violador se propunha a casar com você.
Que papel teve a igreja católica guatemalteca no debate sobre o aborto?
A igreja se coloca contra o aborto, mas se calou quando queimaram as 41 meninas. Só importam as vidas dos que não nasceram? Um caso extremo, mas representativo do discurso que impera, é o de um cardial da Cidade da Guatemala, que colocou um anticoncepcional em uma mão e na outra uma bala, e disse que eram a mesma coisa, que eram duas formas de matar. Há uma iniciativa no Congresso para aumentar as penas contra as mulheres que abortam. O congresso está cheio de corruptos e incapazes, e são eles que tomam decisões sobre nossos corpos.
Em um contexto tão difícil como o que você descreve, qual é o problema mais inquietante?
As meninas são as mais vulneráveis. A cultura permite, tolera e estimula o estupro dos homens próximos, pais, parentes, e a partir daí tudo se distorce: estão danificando a semente. Como consequência, os meninos são criados como máquinas de destruição.
Desde niña, mi mayor pasión es escribir. Soy periodista, madrileña y vivo en América Latina desde 2008. He colaborado con medios como Le Monde Diplomatique, Público y La Marea, y formo parte del colectivo de periodismo independiente Carro de Combate, que analiza los impactos socioambientales de lo que consumimos. Entiendo que el feminismo implica la descolonización de nuestras vidas, cuerpos y mentes y esa es una tarea cotidiana, muchas veces ardua pero también profundamente liberadora.