
Ilustración: Susanna Martín
Ir ao artigo em português
Publicamos, como adelanto editorial, el texto introductorio al libro Abrir el melón. Una década de periodismo femista, de June Fernández, cofundadora de la revista Píkara Magazine.
«Lo deseable sería que la gente creíble fuera aquella que no se siente dueña de la verdad absoluta, gente que puede cambiar de opinión, gente vulnerable, con defectos públicos, con debilidades, gente capaz de reconocer sus errores. Gente que no tiene respuestas para todo».
Ángeles Mastretta
«Tengo miedo, pero sin embargo, sigo adelante… Hay que reconocer que sí, que tienes miedo, mucho, que el miedo te perturba todo el cuerpo, pero que, al mismo tiempo, pueden hacerse muchas cosas aun teniéndolo. Si quieres, claro. Desde entonces, no temo al miedo».
Arantxa Urretabizkaia. Lecciones en el camino
Nada tiene de especial —como cantaría Mecano— una periodista que publica un libro con una selección de sus artículos en prensa. Hay muchas motivaciones para ello, algunas más sentimentales y otras más prosaicas. Y, sin embargo, me da vergüenza e inseguridad publicarlo. Para camuflar esos miedos, he dicho a la editorial, a la prologuista, a toda persona a la que le contaba este proyecto y, sobre todo, me he dicho a mí misma frases como: «Bueno, no creo que este libro sea interesante o atractivo para un público general, pero sí que puede ser un material útil para alumnado de periodismo o de estudios de género» o «Quiero lanzarlo con discreción, sin hacer presentaciones ni entrevistas en los medios». La editora y la prologuista os pueden contar la matraca que les he dado pidiéndoles feedback, es decir, pidiéndoles su aprobación para aplacar el runrún: ¿Seguro que esto merece ser publicado en un libro?
Aunque tal vez la pregunta es otra: ¿Qué pasaría si creyera e incluso me atreviera a afirmar en público que este libro merece ser publicado? ¿Qué diría eso de mí misma? ¿Hablaría de una buena autoestima o de un exceso de vanidad? Sí, me da miedo que a la gente le parezca narcisista que con 35 años publique una antología de mis reportajes. Como si fueran tan buenos, como si fueran tan imprescindibles, como si merecieran sobrevivir a un apagón digital.
Estaba yo enredada en esos pensamientos tóxicos (¿o necesarios?) cuando leí un libro que ha provocado un pequeño terremoto en el mundo de la cultura vasca: Kontrako eztarritik1. La escritora, periodista y bertsolari Uxue Alberdi entrevistó a quince compañeras bertsolaris [improvisadores de versos en euskera] y, a partir de sus testimonios, describe veintidós mecanismos patriarcales que alimentan la subordinación de las mujeres en el mundo de la improvisación de versos en euskera. Como suele ocurrir cuando las mujeres nos ponemos a hablar de esa mochila llena de piedras que arrastramos, subrayé casi en cada página una situación que yo también he vivido o un fantasma que a mí también me atormenta.
Y así surgió la necesidad de escribir este epílogo, que no deja de ser un ejercicio de autoafirmación (o de justificación) innecesaria si no fuera porque, como concluye Alberdi apoyándose en teóricas como Mary Beard, Celia Amorós o Pierre Bourdieu, la posición de las mujeres en la esfera pública sigue siendo frágil. Lo sigue siendo en un ámbito cultural masculinizado como el bertsolarismo pero también en el periodismo, a pesar de la progresiva feminización de las redacciones y de las aulas.
Una de las claves que repiten varias bertsolaris en el libro es que lo que más se valora en su trabajo es transmitir seguridad. El contraste entre ese ideal y la inseguridad que sienten les impide disfrutar en el escenario y hace que la exposición pública les pase factura en forma de ansiedad. Leyendo Kontrako eztarritik decidí que, como soy incapaz de sostener esa imagen de seguridad impostada, prefiero desnudar mi miedo. Tal vez así me libre del riesgo a ser juzgada de narcisista, claro que aparecerá otro miedo: el de ser acusada de victimista.
¿Cuál es mi sitio? ¿Qué esperan de mí?
Leo a Miren Artetxe…
Igual que en la vida, el sistema de género me ha influido también en mi actividad como bertsolari: he limitado mi margen de movimiento de manera inconsciente […]. También una forma no sana de jugar con la autoridad, buscando su aprobación y huyendo de ella al mismo tiempo, y buscando la aprobación en la propia negación. En la práctica, he sentido que se me ha recordado constantemente cuál es mi sitio.
…y recuerdo la alegría que nos dio que un congreso de periodismo digital concediese su premio anual a Pikara Magazine. Las jornadas en las que se entregaban los galardones coincidieron con la primera huelga feminista, la de 2018. Fuimos a recoger el premio y, en la rueda de prensa, el director del congreso se vio impelido a aclarar que no nos lo daban por esto de la huelga sino porque el jurado creía que nos lo merecíamos. La noche anterior, un periodista al que acababa de conocer me preguntó: «¿Te has planteado si os premian para marcarse un pinkwashing [lavado de imagen rosa]?». Le contesté con esa seguridad impostada: «Sí, créeme que es casi lo primero que hemos pensado, en vez de pensar que lo merecemos. Pero, ¿sabes qué? Lo merecemos». De nuevo la alegría al sentirnos reconocidas y la tristeza al sentir que nos recordaban cuál es nuestro lugar, el de la sospecha sobre nuestro mérito, sobre si estamos ahí por cuota, por moda o porque han valorado lo que hacemos. Nos volvimos a casa con la sensación agridulce de quien te invita a su club pero te hace sentir que estás de paso, que eres forastera. Un club en el que, de todas formas, tampoco disfrutas ni te convence. Pero bueno, está bien el reconocimiento, nos repetimos. Al fin y al cabo, seguimos buscando el reconocimiento de la profesión, por más patriarcal que sea.
Leo a Nerea Ibarzabal…
Me pregunto constantemente para qué me habrán llamado, qué esperarán de mí, qué rol querrán asignarme, ¿el de una chica joven peculiar? Siempre es el de una chica joven y algo más, a no ser que además de mí haya otra chica joven en esa actuación. Es agotador. En los dos últimos años, en general, he sido la única chica joven en las funciones en las que he participado, el resto eran bertsolaris consagrados, casi todos hombres, y eso no me permite salir de ese rol.
…y me acuerdo de ese congreso de periodismo al que me invitaron para hablar de crónica, como autora de 10 ingobernables. Las bertsolaris coinciden en reconocer que muchas veces se han creído el falso discurso de la discriminación positiva, de que ellas tienen más oportunidades que los compañeros de su edad y trayectoria porque a menudo se las llama para cubrir la cuota femenina. En ese caso no me pregunté si era cuota, porque me consta que la organizadora (que es la misma que firma este prólogo) valora mi trabajo. Pero lo cierto es que yo era la única mujer en esa mesa redonda y además era la persona más joven y la menos conocida en el mundillo periodístico. Eso ocurre todo el rato. Andaba yo conteniendo como podía el síndrome de la impostora cuando, unos minutos antes de la mesa redonda, el moderador me dijo: «¿Qué, nerviosa? Porque vaya mesa de pesos pesados te ha tocado…». Le dije con una sonrisa que yo también soy un peso pesado. De nuevo, la seguridad impostada. De nuevo, la inseguridad que agota. En esa mesa redonda busqué, sin éxito, la complicidad del periodista cipotudo sentado a mi lado.
Leo a Ane Labaka:
Con algunos bertsolaris hombres no siento que tenga una relación de igual a igual, casi siempre he cantado con ellos desde el rol de chica joven y me han tratado según ese rol, tanto en el escenario como fuera de él. No soy uno de ellos, sino alguien a quien le ha tocado estar ahí en esa actuación concreta. No siento que haya interés hacia mí, y me resulta difícil situarme.
Otras veces, cuando sí que aparece el aplauso o la palmada en la espalda por parte del periodista consagrado, me ocurre lo que cuenta Miren Amuriza:
El pasado mes de noviembre actuamos en una bertso-afari [una cena con actuación de bertsolaris] un compañero y yo. Durante el tiempo que duró la cena el centro de atención principal fue mi compañero. Su trayectoria y su edad eran similares a las de las personas asistentes, así que él era su referente. Esto nos ha pasado a menudo, pero aquel día fue especialmente llamativo porque, al terminar la actuación —que resultó bastante buena—la gente me dijo que se había llevado una enorme sorpresa conmigo. Como sus expectativas y su atención estaban puestas en el otro bertsolari, les sorprendió que yo también tuviese cosas interesantes que decir. Recuerdo que a lo largo de la cena me pregunté en más de una ocasión para qué me habrían llamado, ya que no sentían ningún interés hacia mí.
Recuerdo otra vez en que fui la única mujer, la persona más joven y la menos reconocida en ese espacio. Poco después de la muerte de Fidel Castro, el presentador de un programa de debate político me llamó para invitarme a participar en su tertulia. «Mira, corazón —me dijo pese a que no nos conocíamos de nada—, me ha fallado la única mujer para la tertulia sobre el futuro de Cuba y me han dado tu contacto para que entres por teléfono a hablar cinco minutillos sobre el feminismo y la situación de la mujer en la isla». Casualmente, yo estaba ese día en Madrid, pero no me ofreció la opción de ir al plató a sentarme junto a los señoros. Le contesté que yo en Cuba había investigado sobre la izquierda crítica, y que podía hablar de eso, citando al feminismo pero también al anarquismo, el ecologismo, el antirracismo o el movimiento LGTBI. No me hizo mucho caso y en la entrevista insistió en preguntarme sobre «la mujer» y el feminismo en Cuba.
Entiendo entonces a Ainhoa Agirreazaldegi cuando dice que ser mujer «es muy pesado, es agotador, molesta».
Cuerpos marcados
Uxue Alberdi empieza y termina el libro citando a Virginia Woolf y cómo esta señala a Shakespeare como el máximo exponente de la creación literaria pura, a la que las escritoras no podemos aspirar porque vivimos atadas a esa condición de mujeres que pesa como una losa:
Para funcionar como creación autónoma, el cuerpo no autorizado debe llegar hasta el texto, y el texto debe liberar al cuerpo. De eso hablaba Virginia Woolf cuando citaba la pureza de Shakespeare en su emblemática obra Una habitación propia, de su escritura libre, sin rabia, sin cuerpo. Al contrario, maldecía el hecho de no poder escribir olvidando que era mujer, de tener que sacudir la pluma con un cuerpo sometido como medio […]. Por eso muchas mujeres públicas están tratando de espantar el término mujer como si fuese una mosca borriquera, para que no sean reducidas a la recua subordinada, porque prefieren la pureza de Shakespeare a la rabia de Woolf.
Y la propia Uxue Alberdi concluye sentenciando una verdad dolorosa:
Queremos estar libres de categorizaciones, de subordinación, de lecturas parciales… pero somos cuerpos marcados, denominadas mujer y leídas como mujer.
En la comida posterior a la mesa redonda sobre crónica periodística con esos pesos pesados, a la hora de los gintonics —que nos servían camareras delgadas y guapas en minifalda— se nos sumó un señor mayor, con pintas de bohemio, muy pesado, que me propuso interpretar mis rasgos de personalidad a través de mi caligrafía. Dijo adivinar por mi letra que tengo mucho potencial sexual pero no me acabo de soltar. Le seguí un poco el rollo porque la asertividad es una asignatura pendiente para esta feminista imperfecta. El caso es que, mientras ese tipejo hacía comentarios sobre mi sexualidad, señaló mi pecho. Yo había elegido para la ocasión una camisa blanca con lunares negros abotonada hasta arriba —de esto también hablan mucho en Kontrako eztarritik, de esconder la feminidad en la elección del atuendo y buscar la discreción para que el público solo juzgue sus versos y no su cuerpo—. Me miré y descubrí con horror que se me había roto un botón a la altura del canalillo: llevaba horas navegando en esas aguas cipotudas con el sujetador negro con push-up bien a la vista. Sí, soy un cuerpo marcado. Y cuando se me olvide, cuando me sienta periodista a secas, siempre habrá un señor que me mirará las tetas para que no se me vuelva a olvidar2.
Leo «Quiero huir de la categorización…» y me identifico de nuevo con Ane Labaka, una bertsolari que decidió abandonar la competición y explorar otros caminos guiados por el feminismo, como la investigación y divulgación de la genealogía de mujeres bertsolaris o el lanzamiento de un espectáculo teatral feminista junto con la cuentacuentos Beatriz Egizabal llamado Erradikalak gara (Somos radicales):
Sé que identificarme como feminista me ha abierto algunas puertas y me ha cerrado otras. Valoro las puertas que me ha abierto […]. Percibo que el juicio es que «lo único que tienes es el discurso feminista, con eso ¿a dónde vas?».
Y me descubro a mí misma insistiendo en que Pikara Magazine no es una revista feminista sino una revista que aborda todo tipo de temas políticos, sociales y culturales con perspectiva feminista. O insistiendo en que 10 ingobernables no es un libro de crónicas en clave feminista y LGTBI sino que habla de muchas más cosas. O recordando al editor de un medio que no piense en mí solo para el enfoque feminista, que soy más versátil que eso. O alegrándome especialmente cuando me premian por un reportaje que no va de feminismo.
Este epílogo es, en efecto, un ejercicio de autoafirmación que me gustaría no necesitar hacer pero que sigue siendo pertinente mal que me pese. El hecho de publicar este libro, con esta selección de textos y no otra, es también un ejercicio de autoafirmación. He recogido los reportajes, entrevistas y artículos que son directamente deudores del pensamiento y de la práctica feminista, de la que yo también soy deudora. Porque el feminismo —entre otros movimientos sociales que también están muy presentes en este libro, como el antirracismo y el movimiento LGTBI— me ha dado claves para hacer el periodismo que hago, para explicar el mundo como lo explico, para elegir las historias que elijo contar, pero también para entenderme a mí misma. Es el feminismo el que me permite entender por qué me da tanto miedo publicar este libro, o sea, por qué se me hace cuesta arriba ser una mujer en la esfera pública intentando aparentar seguridad en sí misma y en lo que hace.
Abrir el melón recoge, como anuncia su subtítulo sin perífrasis, una década de periodismo feminista, que es por lo que se me conoce, por lo que las lectoras me dan las gracias, por más que yo siga queriendo a veces renegar de Woolf y aspirar a ser Shakespeare. En este libro hay rabia, hay cuerpo y hay mucho disfrute. También hay gratitud, hacia las mujeres con las que he aprendido tanto y hacia el periodismo por ser mi coartada para conversar con ellas y contarlo.
Regular la voz
En Kontrako eztarritik, las bertsolaris también hablan de lo inseguras que se sienten hacia su voz, en el sentido literal: algunas creen que la suya es demasiado aguda o que no tiene suficiente potencia y se quiebra con facilidad, otras sienten que es demasiado bonita y hace que la gente las valore más por la belleza de su canto que por el ingenio o la profundidad de sus versos. En un perfil sobre Angela Merkel en Pikara Magazine3, Mª Ángeles Fernández y J. Marcos reproducían este fragmento de una entrevista a la mandataria:
—Así que, ¿ninguna desventaja por el hecho de ser mujer [en política]?
—Sí, la voz. El poder y la soberanía están fuertemente unidos con una profunda y oscura voz4. No hay nada peor que un tono chillón.
Yo tengo una voz grave y potente, unas cualidades favorables para el liderazgo. No necesito micrófono y de hecho mi problema es el contrario, que cuando hablo en público hablo demasiado alto, así que termino siendo chillona igualmente. Ane Labaka me da una clave que me ayuda a entenderme:
Cuando me sentía incómoda en alguna actuación, me escondía detrás de la voz. Cuanto más asustada estaba más seguridad quería proyectar. Escondía todo lo que me estorbaba, todo lo que me asustaba detrás de una voz muy alta. A veces he llegado a cantar casi chillando. Cuando me he atrevido a mostrarme de otra manera en el escenario, la voz se me ha adaptado al cuerpo de otra manera. La regulo de otra manera, no canto tan alto ni con tanta seguridad; ahora no siento la necesidad de cantar con tanta fuerza ni desgañitándome5.
Resuena en mi cabeza por enésima vez la cita de Ángeles Mastretta que abre este epílogo y que subrayé en el ensayo de la antropóloga feminista Dolores Juliano Tomar la palabra. Cuando estaba escribiendo mentalmente estas líneas, leí la entrevista que hizo Itziar Abad al escritor y humorista de televisión Bob Pop en Pikara Magazine6. Sus últimas respuestas me sirvieron para ahuyentar miedos y fantasmas durante un rato:
Yo lo único que hago es convertir en divertido un discurso que otra gente de la que he aprendido controla mucho más que yo. Mi intención es lanzar una idea, jugar con ella y que la gente reflexione. […] Que algo de lo que diga le lleve a buscar a algún autor o autora mucho mejor que yo. Me gustaría abrirle un camino a la fuente y al conocimiento de verdad interesante.
¿Merece ser publicada una colección de mis reportajes y entrevistas? No sé, pero sí que estoy segura de que merece ser publicado un libro en el que hablan Dolores Juliano, Justa Montero, las Gitanas Feministas por la Diversidad y tantas otras maestras y compañeras.
En este libro apenas he incluido artículos de opinión porque me gusta más cuando hago lo que dice Bob Pop: acercar a la gente lo que he aprendido de personas que saben más que yo. No sé si eso responde al mandato de humildad patriarcal que menciona Onintza Enbeita en Kontrako eztarritik o tiene que ver, de nuevo, con el miedo a la exposición del que también hablan las bertsolaris y que es mayor cuando escribimos opinión que reportajes o entrevistas.
Incluir en esta selección el artículo «Si no puedo perrear no es mi revolución» ha sido otro acto de autoafirmación, porque si reniego de él es por intentar escapar en vano de esa imagen que me cansa, la de la June fresca, provocadora, pícara, la del cuerpo marcado.
Publico este libro con 35 años. Acabo de dar por cerrada mi etapa de diez años coordinando Pikara Magazine para intentar cumplir ese lema tan de moda de «poner los cuidados en el centro». Esa es otra de las razones para publicar este libro.
Llevo tatuada en el brazo la frase «Ez nau beldurrak beldurtzen» (No temo al miedo), parte de un fragmento que subrayé en el libro de Arantxa Urretabizkaia Bidean ikasia, traducido a castellano como Lecciones en el camino. «Se pueden hacer muchas cosas con miedo», dice Urretabizkaia. Como publicar este libro. Como presentarlo con ilusión, pero sin imposturas, sin desgañitarme. Sin intentar esconder detrás de mi voz lo que se me atraganta.
1Editado por Susa dentro de la colección de ensayo feminista Lisipe, el título se podría traducir como Atragantarse. Está en proceso de ser traducido al castellano por Miren Iriarte, quien me ha facilitado traducidos los fragmentos que incluyo en este epílogo.
2En Kontrako eztarritik también narran situaciones de acoso e incluso un intento de violación por parte de un bertsolari. No quiero extenderme hablando sobre el acoso sexual que vivimos las periodistas, así que os invito a buscar en pikaramagazine.com el reportaje de Aurora Díaz Obregón «Lo que las periodistas callan», publicado en 2015, donde yo cuento mis dos batallitas: las insinuaciones sexuales por email de un profesor de universidad vasco al que contacté para que me recomendase fuentes expertas de su área de conocimiento y el claustrofóbico viaje en avión sentada frente a un expresidente de gobierno centroamericano que se pasó medio trayecto piropeándome y burlándose de mi enfado.
3«Merkel, la físico oriental que lidera Europa» (2016).
4Para profundizar sobre la relación entre poder y voz, recomiendo el artículo de Teresa Villaverde en Pikara Magazine «Las ideologías de la voz» y el ensayo Tomar la palabra de la antropóloga Dolores Juliano. Juliano señala que el poder también determina «el lenguaje corporal, donde una gestualidad autoafirmada, acompañada de seguridad y aplomo, constituye el bagaje de los poderosos, mientras que la inseguridad y la búsqueda de aprobación acompañan como una sombra a los sectores desfavorecidos». Se refiere no solo a las mujeres sino a «las clases bajas, los campesinos, las minorías étnicas, los inmigrantes y los sectores marginales» que «constituyen en general los grupos silenciosos, los renuentes a manifestar su opinión».
5Escuché a Pepa Bueno decir en una charla que otra huella de la socialización de género es que las mujeres, cuando hablan en la radio, intentan decir muchas cosas, demasiadas, como si tuvieran que aprovechar al máximo esa preciada ocasión de hablar frente a un micrófono y justificar ese lugar demostrando que tienen mucho que decir. Afirmaba que la mayoría de hombres, en cambio, se permiten divagar, y algunos hablan y hablan sin decir gran cosa, encantados de escucharse.6«Bob Pop: “La gente cada vez exige más verdad, quizás porque no es tan fácil de encontrar“» (2020).
.
MOTIVOS PARA (NÃO) PUBLICAR ESTE LIVRO
Por June Fernández
Tradução: Karen Amaral
Publicamos, como avanço editorial, o texto introdutório ao livro Abrir o melão. Uma década de jornalismo feminista, de June Fernández, cofundadora da Revista Píkara.
«O desejável seria que as pessoas com credibilidade fossem aquelas que não se sentem donas da verdade absoluta, pessoas que possam mudar de opinião, pessoas vulneráveis, com defeitos públicos, com fraquezas, pessoas capazes de reconhecer seus erros. Pessoas que não têm respostas para tudo».
Ángeles Mastretta
«Tenho medo, mas mesmo assim sigo em frente… É preciso reconhecer que sim, que tens medo, muito, que o medo te perturba todo o corpo, mas que, ao mesmo tempo, muitas coisas podem ser feitas mesmo com medo. Se queres, claro. Desde então, não tenho medo ao medo».
Arantxa Urretabizkaia. Lecciones en el camino
Nada tem de especial —como cantaria Mecano— uma jornalista que publica um livro com uma seleção de seus artigos na imprensa. Existem muitas motivações para isso, algumas mais sentimentais e outras mais prosaicas. E, no entanto, me dá vergonha e insegurança publicá-lo. Para camuflar esses medos, disse à editora, à escritora do prólogo, a todos a quem contei desse projeto e, acima de tudo, disse a mim mesma frases como: «Bom, acho que esse livro não é interessante ou atraente para um público geral, mas pode ser um material útil para estudantes de jornalismo ou de estudos de gênero» ou «Quero lançá-lo discretamente, sem fazer apresentações, nem entrevistas nos meios de comunicação». A editora e a escritora do prólogo podem contar-lhes como as importunei pedindo feedback, isto é, pedindo sua aprovação para apaziguar meu zunzum: Tem certeza de que isso merece ser publicado em um livro?
Embora, talvez, a pergunta seja outra: O que aconteceria se eu acreditasse e, inclusive, me atrevesse a afirmar em público que este livro merece ser publicado? O que isso diria de mim mesma? Seria um sinal de uma boa autoestima ou de um excesso de vaidade? Sim, tenho medo que as pessoas vejam como narcisista que, aos 35 anos, publique uma antologia com minhas reportagens. Como se essas reportagens fossem tão boas, como se fossem imprescindíveis, como se merecessem sobreviver a um apagão digital.
Estava eu, presa a estes pensamentos tóxicos (ou necessários?) quando lí um livro que provocou um pequeno terremoto no mundo da cultura basca: Kontrako eztarritik1. A escritora, jornalista e bertsolari Uxue Alberdi entrevistou a quinze companheiras bertsolaris [improvisadoras de versos no idioma basco] e, a partir de seus depoimentos, descreve vinte e dois mecanismos patriarcais que alimentam a subordinação das mulheres no mundo da improvisação de versos no idioma basco. Como costuma acontecer quando nós, mulheres, falamos dessa mochila cheia de pedras que arrastamos, sublinhei em quase todas as páginas uma situação que também vivi ou um fantasma que também me assombra.
E assim surgiu a necessidade de escrever esse epílogo, que não deixa de ser um exercício de autoafirmação (ou de justificativa) desnecessária, se não fosse porque, como conclui Alberdi, baseando-se em teóricas como Mary Beard, Celia Amorós ou Pierre Bourdieu, a posição das mulheres na esfera pública continua sendo frágil. Continua sendo assim em um âmbito cultural masculinizado como o do bertsolarismo, mas também no jornalismo, apesar da progressiva feminização das redações e das salas de aulas.
Uma das chaves que várias bertsolaris repetem no livro, é que o mais valorizado em seu trabalho é a transmissão de segurança. O contraste entre esse ideal e a insegurança que elas sentem as impede de divertirem-se no palco e faz com que a exposição pública cobre seu preço em forma de ansiedade. Lendo Kontrako eztarritik, decidi que, como sou incapaz de sustentar essa imagem de segurança impostada, prefiro despir o meu medo. Talvez assim me livre do risco de ser julgada como narcisista, é claro que outro medo aparecerá: o de ser acusada de vitimista.
Qual é o meu lugar? O que esperam de mim?
Leio Miren Artetxe…
Assim como na vida, o sistema de gênero influenciou também em minha atividade como bertsolari: limitei inconscientemente minha amplitude de movimento […]. Também uma forma pouco saudável de brincar com a autoridade, buscando sua aprovação e fugindo dela ao mesmo tempo, e buscando a aprovação na própria negação. Na prática, sinto que sou constantemente recordada de qual é o meu lugar.
… e me lembro da alegria que nos deu que um congresso de jornalismo digital concedesse seu prêmio anual à Pikara Magazine. Os dias de entrega dos prêmios coincidiram com a primeira greve feminista, a de 2018. Fomos buscar o prêmio e, na coletiva de imprensa, o diretor do congresso se viu impelido a esclarecer que não estavam nos premiando por conta da greve, mas porque o júri acreditava que merecíamos. Na noite anterior, um jornalista que eu acabava de conhecer me perguntou: «Você já se perguntou se esse prêmio não é uma forma de pinkwashing?». Respondi com aquela segurança impostada: «Sim, acredite que foi quase a primeira coisa que pensamos, invés de pensar que merecemos». Novamente a alegria de sentirmos reconhecidas e a tristeza ao sentir que nos recordam de qual é o nosso lugar, um lugar de desconfiança sobre nosso mérito, se estamos ali por cota, por moda ou porque valorizaram o que fazemos. Voltamos pra casa com a sensação agridoce que acontece quando te convidam para um clube, mas te fazem sentir que é apenas de passagem, que você é uma forasteira. Um clube do qual, de qualquer forma, você não gosta nem está completamente convencida. Mas tudo bem, o reconhecimento é bom, repetimos. Afinal, continuamos buscando reconhecimento para a profissão, por mais patriarcal que seja.
Leio Nerea Ibarzabal…
Constantemente me pergunto por que me chamaram, o que esperam de mim, que papel querem me atribuir, o de uma jovem peculiar? É sempre o papel de uma garota jovem e algo mais, a não ser que além de mim haja outra garota jovem nessa atuação. É exaustivo. Nos dois últimos anos, em geral, venho sendo a única garota jovem nos espetáculos em que participei, os demais eram bertsolaris consagrados, quase todos homens, e isso não me permite sair desse papel.
… e me recordo desse congresso de jornalismo para o qual me chamaram para falar sobre crônicas, como autora de 10 ingobernables. As bertsolaris coincidem em reconhecer que muitas vezes acreditaram no falso discurso da discriminação positiva, de que elas têm mais oportunidades que os companheiros da sua idade e trajetória porque muitas vezes são chamadas para cobrir a cota feminina. Nesse caso não me perguntei se era cota, porque eu sei que a organizadora (que é a mesma que assina este prólogo) valoriza o meu trabalho. Mas o certo é que eu era a única mulher nessa mesa redonda e, além do mais, era a pessoa mais jovem e a menos conhecida na cena jornalística. Isso acontece todo o tempo. Eu estava tentando controlar a síndrome de impostora quando, alguns minutos antes da mesa redonda, o moderador me disse: «Nervosa? Você tem uma mesa de pesos pesados pela frente…». Respondi, com um sorriso, que eu também era um peso pesado. Novamente, a segurança impostada. Novamente, a insegurança que cansa. Nessa mesa redonda busquei, sem êxito, a cumplicidade do jornalista machão sentado ao meu lado.
Leio Ane Labaka:
Com alguns bertsolaris homens não sinto que tenha uma relação de igual para igual, quase sempre cantei com eles ocupando o papel de garota jovem e me trataram segundo esse papel, tanto no palco como fora dele. Não sou um deles, mas alguém que esteve presente nessa performance específica. Não sinto que exista um interesse por mim e tenho dificuldade em me posicionar.
Outras vezes, quando surge o aplauso ou o tapinha nas costas da parte do jornalista consagrado, acontece o que conta Miren Amuriza:
No último mês de novembro, eu e um companheiro performamos numa bertso-afari [um jantar com a participação de bertsolaris]. Durante o tempo que durou o jantar, meu colega foi o centro das atenções. Sua trajetória e idade eram próximas às das pessoas ali presentes, então ele era o seu referente. Isso aconteceu muitas vezes, mas aquele dia foi especialmente chamativo porque, ao terminar a atuação —que terminou bastante bem— as pessoas me disseram que estavam surpreendidas comigo. Como suas expectativas e sua atenção estavam dirigidas no outro bertsolari, eles ficaram surpresos com o fato de que eu também tinha coisas interessantes para dizer. Me lembro que ao longo do jantar, me perguntei, em mais de uma ocasião, por que me chamaram, já que não tinham nenhum interesse por mim?
Me lembro de outra vez em que fui a única mulher, a pessoa mais jovem e a menos reconhecida neste espaço. Pouco depois da morte de Fidel Castro, o apresentador de um programa de debate político me ligou para convidar-me a participar de sua tertúlia. «Escuta, querida —ele disse, apesar de que mal nos conhecíamos—, a única mulher para a tertúlia sobre o futuro de Cuba cancelou e me passaram o seu contato para que você fale uns cinco minutinhos, por telefone, sobre o feminismo e a situação das mulheres na ilha». Por coincidência, eu estava em Madrid naquele dia, mas ele não me ofereceu a opção de ir ao set e sentar-me junto aos senhores. Respondi que, em Cuba, eu havia pesquisado sobre a esquerda crítica, e que poderia falar disso, citando o feminismo, mas também o anarquismo, o ecologismo, o anti racismo ou o movimento LGBTI. Ele não me deu muita bola e na entrevista insistiu em perguntar sobre «a mulher» e o feminismo em Cuba. Entendo, então, Ainhoa Agirreazaldegi quando ela diz que ser mulher «é muito pesado, é exaustivo, incomoda».
Corpos marcados
Uxue Alberdi começa e termina o livro citando Virginia Woolf e como ela aponta Shakespeare como o maior expoente da criação literária pura, ao qual nós, como escritoras, não podemos aspirar porque vivemos amarradas a essa condição de mulher que é pesada como uma pedra:
Para funcionar como criação autônoma, o corpo não autorizado deve chegar até o texto e, o texto deve liberar o corpo. É sobre isso que Virginia Woolf fala quando cita a pureza de Shakespeare em sua emblemática obra Um Teto Todo Seu, da sua escrita livre, sem raiva, sem corpo. Do contrário, amaldiçoava o fato de não poder escrever sem lembrar de que era mulher, de ter que mover a pluma com um corpo submisso como meio […]. Por isso muitas mulheres públicas estão tentando espantar o termo mulher como se fosse uma mosca, para não serem reduzidas a um rebanho subordinado, porque preferem a pureza de Shakespeare à raiva de Woolf.
E a própria Uxue Alberdi conclui sentenciando uma verdade dolorosa:
Queremos ser livres de categorizações, da subordinação, de leituras parciais… mas somos corpos marcados, denominadas mulheres e lidas como mulheres.
No jantar após a mesa redonda sobre crônicas jornalísticas com esses pesos pesados, na hora das gin tônicas —servidas por garçonetes magras e lindas com minissaias— um senhor muito chato, com pinta de boêmio, juntou-se à mesa e propôs interpretar minha personalidade através da minha caligrafia. Ao analisar minha letra, disse que eu tinha muito potencial sexual, mas não que não consigo me soltar completamente. Eu lhe dei um pouco de bola, porque a assertividade é uma questão pendente para esta feminista imperfeita. O caso é o seguinte, enquanto esse cara fazia comentários sobre a minha sexualidade, ele apontou para o meu peito. Eu escolhi para aquela ocasião uma camisa branca com bolinhas pretas toda abotoada —também se fala muito disso no Kontrako eztarritik, de esconder a feminilidade na escolha das roupas e buscar a discrição para que o público julgue apenas seus versos e não o seu corpo—. Me olhei e descobri, com horror, que um botão havia estourado na altura dos meus seios: passei horas navegando essas águas viris com o sutiã push-up preto bem à vista. Sim, sou um corpo marcado. E quando eu me esqueça, quando me sinta uma jornalista apenas, sempre haverá um senhor que olhará para as minhas tetas para que eu não volte a esquecer2.
Leio «Quero fugir da categorização…» e me identifico novamente com Ane Labaka, uma bertsolari que decidiu abandonar a competição e explorar outros caminhos guiados pelo feminismo, como a pesquisa e divulgação da genealogia de mulheres bertsolaris ou o lançamento de um espetáculo teatral feminista chamado Erradikalak gara (Somos radicais) junto com a contadora de histórias Beatris Egizabal:
Sei que identificar-me como feminista me abriu algumas portas e me fechou outras. Valorizo as portas que foram abertas […]. Percebo que o julgamento é que «o único que você tem é o discurso feminista, onde você vai com isso?».
E eu me pego insistindo que Pikara Magazine não é uma revista feminista, mas uma revista que aborda todos os tipos de assuntos políticos, sociais e culturais com uma perspectiva feminista. Ou insistindo que 10 ingobernables não é um livro de crônicas em tom feminista e LGTBI, mas que fala de muitas outras coisas. Ou lembrando ao editor de algum meio que não pense em mim apenas para a abordagem feminista, que sou mais versátil que isso. Ou ficando especialmente feliz quando sou premiada por uma reportagem que não fala de feminismo.
Este epílogo é, na verdade, um exercício de autoafirmação que eu gostaria de não precisar fazer, mas que continua sendo pertinente por mais que seja difícil. O fato de publicar este livro, com esta seleção de textos e não outra, é também um exercício de autoafirmação. Coletei as reportagens, entrevistas e artigos que são diretamente devedores do pensamento e da prática feminista, da qual eu também sou devedora. Porque o feminismo —entre outros movimentos sociais que também estão muito presentes neste livro, como o antirracismo e o movimento LGTBI— me deu ferramentas para fazer o jornalismo que eu faço, para explicar o mundo como eu o explico, para escolher as histórias que escolho contar, mas também para me entender. O feminismo é o que me permite entender por que me tenho tanto medo de publicar este livro, ou seja, por que é difícil pra mim ser uma mulher na esfera pública tentando aparentar segurança em si mesma e no que faz.
Abrir el melón reúne, como anuncia seu subtítulo sem perífrase, uma década de jornalismo feminismo, pelo qual sou conhecida, pelo qual as leitoras me agradecem, por mais que, às vezes, eu continue querendo renegar Woolf e aspirar ser Shakespeare. Neste livro há raiva, há corpo e há muito prazer. Também há gratidão pelas mulheres com as quais aprendi tanto e pelo jornalismo, por ser meu álibi para conversar com elas e contar sobre isso.
Regular a voz
Em Kontrako eztarritik, as bertsolaris também falam de como se sentem inseguras com suas vozes, literalmente: algumas acham que têm a voz muito aguda ou que não têm potência suficiente e que desafinam com facilidade, outras sentem que têm vozes bonitas demais e que isso faz com que as pessoas as valorizem mais pela beleza de seu canto do que pela sagacidade ou profundidade de seus versos. Em um perfil sobre Angela Merkel na Pikara Magazine3, Maria Ángeles Fernández e J. Marcos reproduziam esse fragmento de uma entrevista com a mandatária:
—Então, não há nenhuma desvantagem em ser mulher [na política]?
—Sim, a voz. O poder e a soberania estão fortemente unidos com uma voz escura e profunda4. Não há nada pior que um tom estridente.
Eu tenho uma voz grave e potente, qualidades favoráveis para a liderança. Não preciso de microfone e, de fato, o meu problema é o contrário, quando eu falo em público, falo alto demais, então acabo sendo estridente da mesma forma. Ana Labaka me dá uma pista que ajuda e me entender:
Quando me sentia incômoda em alguma performance, me escondia atrás da voz. Quanto mais assustada estava, queria projetar mais segurança. Escondia tudo o que me incomodava, tudo o que me assustava atrás de uma voz muito alta. Às vezes cheguei a cantar quase gritando. Quando me atrevi a mostrar-me de outra maneira no palco, minha voz se adaptou ao corpo de outra forma. Eu me regulo de outra forma, não canto tão alto, nem com tanta segurança; agora não sinto a necessidade de cantar com tanta força, nem gritando5.
Pela enésima vez ressoa na minha cabeça a frase de Ángeles Mastretta que abre este epílogo e que sublinhei no ensaio da antropóloga feminista Dolores Juliano Tomar la palabra. Quando estava escrevendo mentalmente essas linhas, li a entrevista de Itziar Abad com o escritor e humorista televisivo Bob Pop na Pikara Magazine6. Suas últimas respostas me serviram para afugentar medos e fantasmas durante um tempo:
A única coisa que eu faço é tornar divertido um discurso que outras pessoas, com quem aprendi, controlam muito mais que eu. Minha intenção é lanças uma ideia, brincar com ela e que as pessoas possam refletir. […] Que algo do que eu diga a leve a buscar algum autor ou autora muito melhor que eu. Eu gostaria de abrir um caminho à fonte e ao conhecimento realmente interessantes.
Uma coleção de minhas reportagens e entrevistas merece ser publicada? Não sei, mas tenho certeza que um livro onde fala Dolores Juliano, Justa Montero, as Ciganas Feministas pela Diversidade e tantas outras professoras e companheiras deve ser publicado.
Neste livro inclui apenas artigos de opinião, porque eu gosto mais de fazer o que diz Bob Pop: trazer para as pessoas o que aprendi com quem sabe mais do que eu. Não sei se isso responde ao mandato de humildade patriarcal mencionado por Onintza Enbeita em Kontrako eztarritik ou se tem a ver, novamente, com o medo à exposição de que também falam as bertsolaris e que é maior quando escrevemos opinião do que reportagens ou entrevistas.
Incluir nessa seleção o artigo «Se não posso rebolar, não é minha revolução» foi outro ato de autoafirmação, porque se o nego é porque procuro escapar em vão daquela imagem que me cansa, da June fresca, provocadora, travessa, a do corpo marcado.
Publico este livro com 35 anos. Acabo de encerrar minha etapa de dez anos coordenando a Pikara Magazine para tentar cumprir esse lema tão na moda de «colocar os trabalhos no centro». Essa é outra razão para publicar este livro.
Tenho tatuada no braço a frase «Ez nau beldurrak beldurtzen» (Não tenho medo do medo); parte de um fragmento que sublinhei no livro de Arantxa Urretabizkaia Bidean ikasia, traduzido ao espanhol como Lecciones en el camino. «Muitas coisas podem ser feitas com medo», diz Urretabizkaia. Como publicar este livro. Como apresentá-lo com ilusão, mas sem fingimentos, sem gritar. Sem tentar esconder atrás da minha voz o que me engasga.
1Editado por Susa dentro da coleção de ensaio feminista Lisipe, o título poderia ser traduzido como Engasgar-se. Está em processo de tradução ao espanhol por Miren Iriarte, que me forneceu os fragmentos traduzidos que incluo neste epílogo.
2Em Kontrako eztarritik também relatam situações de abuso e inclusive uma tentativa de estupro da parte de um bertsolari. Não quero me estender falando sobre os abusos que vivem as jornalistas, então convido-os a buscar em pikaramagazine.com a reportagem de Aurora Díaz Obregón «Lo que las periodistas callan», publicado em 2015, onde conto minhas duas pequenas batalhas: as insinuações sexuais recebidas por e-mail de um professor universitário basco que contatei para pedir recomendações fontes especializadas em sua área de conhecimento e a claustrofóbica viagem aérea sentada em frente a um ex-presidente da América Central que passou metade do trajeto me aplicando cantadas e rindo do meu incômodo.
3«Merkel, la físico oriental que lidera Europa» (2016).
4Para aprofundar sobre a relação entre poder e voz, recomendo o artigo de Teresa Villaverde na Pikara Magazine «Las ideologías de la voz» e o ensaio Tomar la palabra da antropóloga Dolores Juliano. Juliano aponta que o poder também determina «a linguagem corporal, onde uma gestualidade auto afirmada, acompanhada de segurança e aprumo, constitui a bagagem dos poderosos, enquanto a insegurança e a busca de aprovação acompanham como uma sombra aos setores desfavorecidos». Refere-se não apenas às mulheres, mas às «classes baixas, os camponeses, as minorias étnicas, os imigrantes e os setores marginais» que «constituem, em geral, os grupos silenciosos, os relutantes em manifestar sua opinião».
5Escutei Pepa Bueno dizer em uma palestra que a outra marca da socialização de gênero, é que as mulheres, quando falam na rádio, tentam dizer muitas coisas, demasiadas, como se tivessem que aproveitar ao máximo essa preciosa ocasião de falar em frente a um microfone e justificar esse lugar demonstrando que têm muito o que dizer. Afirmava que, em troca, a maioria dos homens permitiam-se divagar e, alguns, falam e falam sem dizer nada, deleitados por escutar-se.
6«Bob Pop: “La gente cada vez exige más verdad, quizás porque no es tan fácil de encontrar“» (2020).