
Fotografía: Zoe Seguí
Ir ao artigo em português
Unas se alejan 5 cuadras esperando que no las vea nadie. Otras llaman a la multitud para pedirles que presten sus espaldas, mientras se preparan para bajarse los pantalones detrás de una traffic blanca. Lo que une a las pibas en congregaciones para mear en público, que pueden caracterizarse o no, por el anonimato de quienes perpetúan el acto de bajarse la bombacha en espacios abiertos, es que todas hacemos lo imposible para evitar que nos vean, porque si bien mear en la calle forma parte de nuestra cotidianeidad (cuando estamos lejos de casa, y no hay baños a la vista) este acto es desconocido a los ojos de la mayoría. Los hombres tienen el privilegio de poder bajarse el cierre en la calle en solitario, sin miedo a que nadie los interpele. Pero no pasa lo mismo para nosotras, las mujeres. Generalmente no vemos pibas en solitario meando en la calle, a diferencia de los hombres. Y, ¿por qué? Bueno, pienso en muchas explicaciones, porque tal vez, una piba exponiendo sus cachetes al viento podría ser visto por machirulos como una invitación a acercarse a ella. Imaginatelo: estás meando en la calle y justo pasan muchos hombres juntos que te empiezan a gritar cosas sobre las que no podés más que desear que no intenten concretar. En estos casos, tu primer pensamiento probablemente sea: me van a violar. Entonces, por supuesto, cuando estamos en soledad, y la urgencia de descargar el tanque se presenta, la opción más sensata parece ser aguantarse las ganas. Sin embargo, cuando estás entre amigas, digamos, en la calle, con la vejiga llena porque estuvieron tomándose unos cuantos tragos, después de birra va, birra viene (porque las ganas incontrolables de hacer pis nunca vienen solamente por tomar agua) y decís “chicas, me estoy haciendo pis”, no hay nada más hermoso que escuchar un “yo también, ¿vamos a mear?” como respuesta. Y este es el momento en el cual se empieza a buscar un lugar en el que no haya moros en la costa, donde el cumplimiento de la misión pueda ser satisfactorio. Tal vez un rincón oscuro, donde los postes de luz estén defectuosos o, averiados; con suerte, un espacio entre dos autos estacionados. Sin embargo, lo que siempre se espera encontrar es, sin lugar a dudas, una calle poco concurrida. La clave es esperar a que la calle esté casi vacía, para tomar la iniciativa de agacharse, si es que no hay más de 2 o 3 pibas que puedan cubrir a las, digamos, dos, que están meando, haciendo un muro corpóreo lo suficientemente formado como para impedir la intromisión de fisgones no deseados. Aunque, cuando los grupos son más grandes (más de 5 pibas), la presencia de transeúntes no parece ser un problema. Y si el grupo no es de 5, y se necesitan refuerzos para hacer el muro, siempre está la opción de pedir ayuda a pibas que estén alrededor. La clave está en tirar al aire un “¿chicas, me tapan para mear?”, a ver si algunas agarran viaje: ya sea porque ellas también esperan que una las cubra, o porque simplemente, les gusta poder darle una mano a una piba que lo necesita. Esta suelo ser yo, la mayoría de las veces. Porque no hay nada más lindo que la sororidad: ayudarse entre pibas para alcanzar un objetivo común. Poder dejar de lado las diferencias: aquellas cosas que nos generan la ilusión de estar separadas, cuando la realidad es que, el feminismo, y no sólo las ganas de mear, nos une mucho más de lo que cualquier disparidad podría hacer para intentar separarnos. Esta misma unión hizo la fuerza para que la posibilidad de interrumpir voluntariamente un embarazo, finalmente, se volviera ley. El acto de brindar la espalda a amigas, o desconocidas, es un acto de generosidad tan grande, que sólo puede ser comprendido por las pibas, porque sólo nosotras nos hemos aventurado a bajarnos la bombacha en la calle, con la alta exposición de la parte baja de nuestro cuerpo que eso conlleva (y, a veces, incluso de todo el cuerpo, porque, cuando tenemos puesto un body, las tetas se terminan mostrando también), sólo nosotras nos hemos enfrentado a la inhibición de hacer pis en lugares que no son los instituidos por la norma, siempre contemplando la posibilidad de que te multe un cana, porque, en casos de urgencias imprevistas, romper la ley constituye la única opción viable para evitar mearte encima.
Brindar la espalda a fin de ayudar a una compañera, una símil, con la misma urgencia -poder mear en la calle sin ser vista, o, por lo menos, descubierta por personas ajenas a la congregación del ritual- es un esfuerzo mínimo que, para otras pibas, en situación de necesidad, puede constituir mucho. Es un gesto que traza la línea demarcatoria entre la posibilidad de que a tu amiga le explote, o no, la vejiga. Aunque, en algunas ocasiones, retener el pis se tolera más que en otras, y, por ende, el dolor que provoca tener la vejiga llena no es tan intenso como para verse una obligada a agacharse entre dos autos, pero, en cualquier caso, la posibilidad de descargar en la vereda sí que nos ahorra muchos malestares. Y si bien mear en la calle siempre es un momento que queda para el recuerdo –cada acto es único-, realmente no lo experimentás como se debe, hasta que no lo hacés en tribu: cuando el ritual se vuelve un gesto de ayuda colectivo, entre desconocidas, que se unen para darse una mano.
.
Abaixar a calcinha em tribo: um ritual da sororidade
Por Zoe Segui
Tradução: Luana Matsumoto
Umas se afastam 5 quadras esperando que ninguém as vejam. Outras chamam a multidão para pedir que emprestem suas costas, enquanto se preparam para abaixar as calças atrás de uma traffic branca. O que une as mulheres em congregações para mijar em público, que podem se caracterizar ou não, pelo anonimato de quem perpetuam o ato de abaixar a calcinha em espaços abertos, é que todas fazemos o impossível para evitar que nos vejam, porque embora mijar na rua forma parte do nosso cotidiano (quando estamos longe de casa, e não há banheiros perto) este ato é desconhecido pelos olhos da maioria. Os homens tem o privilégio de poder abaixar o zíper na rua sozinho, sem medo de que ninguém interpele. Mas não acontece o mesmo com nós, as mulheres. Geralmente não vemos mulheres mijando sozinhas, diferente dos homens. E por quê? Bom, penso em muitas explicações, porque talvez, uma mulher expondo suas nádegas ao vento poderia ser visto por machistas como um convite para que cheguem perto. Imaginem: está mijando na rua e na hora passam muitos homens juntos que começam a gritar coisas sobre o que não pode mais que desejar que não tentem concretizar. Nestes casos, seu primeiro pensamento provavelmente seja: vão me violar. Então, claro, quando estamos sozinhas, e a urgência de esvaziar o tanque se apresenta, a opção mais sensata é aguentar. Entretanto, quando está entre amigas, digamos, na rua, com a bexiga cheia porque estava tomando muitas saideiras, uma cerveja aqui, outra ali, (porque a vontade incontrolável de fazer xixi nunca vem só por tomar água) e diz “meninas, estou apertada”, não há nada mais bonito que escutar um “eu também, vamos mijar?” como resposta. E este é o momento no qual começa a busca por um lugar que não seja perigoso, onde o cumprimento da missão pode ser satisfatório. Talvez um canto escuro, onde os postes de luz estejam com defeitos ou, avariado; com sorte, um espaço entre dois carros estacionados. Porém, o que sempre se espera encontrar é, sem dúvidas, uma rua pouco concorrida. A chave é esperar que a rua esteja quase vazia, para tomar a iniciativa de se agachar, se é que não há mais de 2 ou 3 mulheres que podem cobrir as, digamos, duas, que estão mijando, fazendo um muro corpóreo o suficientemente formado como para impedir a intromissão de espiões não desejados. Ainda, quando os grupos são maiores (mais de 5 mulheres), a presença de transeuntes não parece ser um problema. E se o grupo não é de 5, e se necessitam reforços para fazer o muro, sempre está a opção de pedir ajuda a mulheres que estejam ao redor. A chave está em jogar no ar “garotas, podem me tampar?”, para ver se algumas se dispõem: seja porque elas também esperam serem cobertas, ou porque simplesmente, estendem a mão para uma mulher quando necessita. Esta costumo ser eu, na maioria das vezes. Porque não há nada mais bonito que a sororidade: se ajudar entre mulheres para alcançar um objetivo comum. Poder deixar de lado as diferenças: aquelas coisas que nos geram a ilusão de estarmos separadas, quando na realidade é que, o feminismo, e não só a vontade de mijar, nos une muito mais do que qualquer disparidade poderia fazer para tentar nos separar. Esta mesma união fez a força para que a possibilidade de interromper voluntariamente uma gravidez, finalmente, se tornasse lei. O ato de fazer a barreira humana para as amigas, ou desconhecidas, é um ato de generosidade tão grande, que só pode ser compreendido pelas mulheres, porque só nós nos aventuramos a baixar a calcinha na rua, com alta exposição da parte de baixo do nosso corpo que isso implica (e, às vezes, inclusive todo o corpo, porque quando vestimos um body, os seios acabam sendo mostrados também), só nós enfrentamos a inibição de fazer xixi em lugares que não são instituídos pela norma, sempre contemplando a possibilidade de que te multe um guarda, porque, em casos de urgências imprevistas, romper a lei constitui a única opção viável para evitar se mijar.
Fazer a barreira de mulheres a fim de ajudar a uma companheira, uma similar, com a mesma urgência – poder mijar na rua sem ser vista, ou, pelo menos, descoberta por pessoas alheias a congregação do ritual – é um esforço mínimo que, para outras mulheres, em situação de necessidade, pode constituir muito. É um gesto que traça a linha demarcatória entre a possibilidade de que sua amiga exploda ou não a bexiga. Ainda que, em algumas ocasiões, reter o xixi se tolera mais que em outras, e, consequentemente, a dor que provoca ter a bexiga cheia não é tão intenso como para se ver obrigada a se agachar entre os carros, mas, em qualquer caso, a possibilidade de esvaziar no caminho sem que nos traga muito incômodos. E embora mijar na rua sempre é um momento que fica para a recordação – cada ato é único –, realmente não experimenta como se deve, até que não faça em tribo: quando o ritual se torna um gesto de ajuda coletiva, entre desconhecidas, que se unem para dar a mão.
«… Es realizadora audiovisual, fotógrafa, estudiante de Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires, y una ávida investigadora de las artes ocultas. Cree firmemente en que la militancia debe tener lugar en los actos cotidianos, y que hay mucho más allá de lo que podemos ver. Actualmente se encuentra trabajando en su primer poemario: Hojas amarillas en primavera