Por Nazareth Castro

Imágenes cedidas por Mar Gallego

Ir ao artigo em português

Hablar con Mar Gallego, escucharla, leerla, es dejarse llevar por un flujo de sentipensamiento; es hacer consciente que el cuerpo piensa, que las ideas se sienten, que las palabras curan y que lo que se silencia, enferma. Hablar con Mar Gallego es entender por qué es necesario un feminismo andaluz. Un feminismo del sur, situado y desde los márgenes, que desanda el sendero de lo hegemónico, de las categorizaciones excluyentes, del platonismo que somete y degrada al cuerpo, del patriarcado que niega el valor del trabajo de las mujeres porque ni siquiera alcanza a verlo. Escuchar a Mar Gallego es comprender que no hace falta esperar a que algo pase para “hacer la revolución”: se trata, más bien, de mirar de otro modo, de resignificar lo que existe, de recuperar lo que tuvimos, de comenzar a hacer con lo que ya hay sin dejarnos confundir por lejanos horizontes utópicos. Leer a Mar Gallego es enfrentarnos a unas raíces que, por olvidadas y despreciadas, duelen, y que sin embargo siguen anclándonos con una fuerza que, si la reconociéramos, podría darnos alas.

Andaluza y gaditana, de Chiclana de la Frontera, Mar estudió Periodismo, pero no se identifica como periodista, sino más bien como contaora de historias. Yo la pienso como una tejedora de palabras y sentires. Durante años alimentó la web Feminismo andaluz y, en 2020, publicó el libro Como vaya yo y lo encuentre. Feminismo andaluz y otras prendas que tú no veías (Libros.com). Con lo de “como vaya yo y lo encuentre” rememora esa frase, tan enunciada por nuestras madres, cuando algo no aparece y sólo la que cuida es capaz de encontrarlo, porque sólo ella mira de veras, y puede ver lo que otros no ven. Acaba de publicar su primer poemario, Volvemos a casa, con La Carmensita Editorial. Escribe Mar: “Volvemos a casa / porque pagamos ya / el precio del fuego / que no quema. / Que no calienta / estos huesos hambrientos / de carne conectada”. 

Nazaret: Soy hija y nieta de mujeres gaditanas, pero fue recién hace un año, leyendo tu libro, cuando entendí que no había sabido ver el valor de sus formas de entender el mundo. En comunidades campesinas de Colombia aprendí que cuando las mujeres colaboran juntas para preparar un almuerzo, eso es política, eso es resistencia. Pero no lo había visto en mi propia casa… 

Mar: Es la mirada que hemos construido; por eso lo de “como vaya yo y lo encuentre”. Para deshacer la forma en que despreciamos lo que tenemos cerca, porque no lo vemos. Cuanto más cerca y accesible, menos lo vemos. He pensado mucho en por qué pasa esto, y creo que ese desprecio hacia lo cercano tiene que ver con cómo entendemos el espacio-tiempo y cómo despreciamos el presente. Las mujeres empobrecías nunca son futuro porque siempre son presencia. Remedios Zafra lo nombra como “ceguera por incondicionalidad”[1]. Tiene que ver con que no vemos a quienes siempre están, damos por descontado su presencia, como si fuera un paisaje de fondo. La presencia continua no se valora. Hay identidades que ocupan esa presencia-presente. Sólo se las nota cuando no están. Como sistema, se valora más a quien siempre es ausencia, de hecho. 

Hemos vivido ciertas historias por cercanía, entendiendo que eran historias de otras por una cuestión generacional, pero pasado, presente y futuro son uno, y desde el feminismo debemos cuestionar cómo entendemos el espacio y el tiempo, porque también la idea de espacio-tiempo se ha construido desde una hegemonía interesada. 

El sistema basado en el consumo categoriza constantemente –no para nombrar lo necesario– sino para rompernos en pedazos. Las historias de nuestras madres, vecinas y abuelas no son ajenas a nosotras porque nuestro propio cuerpo es una conversación en colectividad. Casi una memoria celular. A mí me gusta hablar más de antepresentes.  

Por otra parte, hay una mirada muy colonialista sobre el viaje en la que se han basado todos los hitos de los mal llamados descubrimientos. Siempre un héroe que se proyecta hacia el futuro. Ese héroe no tiene idea de qué ocurre en las casas, de quiénes sostienen, en estos momentos, las bases de la existencia. Viven con una flecha constante apuntando al futuro. Están en todas partes  y en ninguna.

En Andalucía, quizás por ser tan de campo y tener esa conexión con la tierra, siento que aún sabemos, un poquito, vivir el presente. También se nos ridiculiza por eso. Por no tener esa ambición desarrollista que está constantemente hablando de futuro. Encuentro más complicidad en cuestiones que me hicieron despreciar. Ver a esas mujeres que ocupan y ocupaban el presente es clave para construir: es donde se es. Los ideales hegemónicos me impidieron verlo así hasta que ha pasado el tiempo. Ahora sé quiénes han sido presencia y quiénes ausencia. Controlando el relato, claro está.

N.: Donde más trabajo hay es donde nunca se utilizó la palabra, como dice George Caffentzis. Con la política pasa igual…

M.: Sí, totalmente. De hecho hay un choque constante entre la palabra académica y nosotras: las andaluzas de orígenes pobres que hemos sido las primeras en nuestras familias en, por ejemplo, obtener un título universitario. Estamos entre abrazarla y desconfiar de ella. Por una parte, es el salvoconducto por el que nos meten el “vosotras también podéis llegar a”… pero, por otra parte, ese mundo de las palabras legítimas frente a las que no ha sido usado históricamente para despreciarnos.  Estamos en medio. No somos ni lo uno ni lo otro; y menos mal. 

N.: En tu libro hay una apuesta por, en lugar de colocar neologismos a cosas que ya existían, rescatar los modos en que se decían y aún se dicen…

M.: Con mis “amigas de la merienda” hablamos de la conexión con nuestra casa, lo que sufrimos como mujeres. El runrún que tengo de lo que históricamente ha sufrido mi madre, etc. Las mujeres andaluzas son grandes comunicadoras y han puesto nombres brillantes a la masculinidad hegemónica. La procesión que sufrimos por dentro los días. El gesto este de hacer así con la mano [se la lleva a la frente]. Que es decir: estoy hasta la coronilla, me tienes hasta aquí. Y ese gesto es el cuerpo hablando. O cuando decimos que “esa mujer ha pasao lo que no está en los escritos”, poniendo en valor que la Historia oficial silencia. Esa lucha que tiene con el macho hegemónico cuando se dice lo de “no me pises lo fregao”. El miramiento como sinónimo del cuidao: “No tienes miramiento”. Estas diciendo que cuidar es sinónimo de mirar; no cuidas si no me estás viendo. 

Me pregunto mucho por las palabras que usamos, cómo incluimos los neologismos constantemente, por ejemplo, y qué nunca incluimos. El lenguaje no puede ser visto sólo como arma de liberación, también ha sido aristocrático, inaccesible; entonces, recuperar esa función original de base del lenguaje que sirve para comunicarnos. Suelo decir que si el lenguaje no nos sirve, nos convertimos en sirvientas del lenguaje. Por ejemplo, todo lo que nos ha servido poner el ojo en las llamadas lenguas maternas. ¿A qué mundos nos ha llevado? 

N.: La lengua materna nos conecta emocionalmente con las palabras; si escribo en inglés nunca voy a llegar a ciertas cosas. Si utilizo neologismos muy sofisticados en lugar de palabras que puedo asociar a algo que aprendí de niña, voy por otro lugar…

M.: Te pierdes tu propio viaje… Hannah Arendt en una entrevista habla de que, cuando se mudó a Estados Unidos, encontró a gente que no tenía el inglés como lengua materna pero que hablaba el inglés de allí mejor que la propia gente de allí.  Decía de ellas que se habían convertido en un cliché. Es decir, en una repetición en serie. Así es como nos quieren, en serie, quienes ponen sus beneficios económicos en el centro. Por eso meda miedo el discurso de la igualdad como panacea.

La lengua materna nos permite acceder a otro mundo donde cada cual tendrá que indagar en su propia historia y su propia identidad. La diferencia entre feminismo andaluz y otros tipos de feminismos podría ser la diferencia que existe entre decir entraña y zentraña. Es lo mismo pero no. “Niña de mizentraña”. Esta es una tierra de sonoridad y en esta última expresión la sonoridad aporta un significado distinto. No es lo mismo decir mamá que mumá. Hay toda una cosmovisión del mundo con un trayecto propio que se vuelca en esta última palabra. Todo un recorrido que explica por qué lo decimos así. Son formas distintas de entender el mundo. En Cádiz, si te fijas, el lenguaje es mu cantaíto, es una forma de darle musicalidad a lo que has dicho. Y la musicalidad aquí es importante. Es otro lenguaje. 

Es la diferencia entre construir mundos que tienen en cuenta lo que somos como sujetas a construir mundos robóticos con un solo lenguaje en el centro que sólo aspira al capitalismo. Estamos hablando de raíces en el sentido del origen y de caminar. No hay dos raíces iguales.

Imagen cedida por Mar Gallego

N.: La importancia de la memoria. En tu libro hablas de cómo de algún modo nos hacen elegir entre las raíces y las alas. Muchas mujeres de la generación de nuestras madres tuvieron que migrar: ¿se quedaron sin raíces y sin alas? Dejaron atrás su patio de vecinas, pero tampoco lograron ningún reconocimiento social… Y las que estudiamos y ya sólo podemos hablar, como tú dices, teorizando, ¿no corremos también ese riesgo? Porque perdemos las raíces pero tampoco nos van a aceptar como pares, no vamos a ser reconocidas…

M.: Te dan a entender que, si estudias y te esfuerzas, tendrás alas; entendido esto último como libertad. Pero para ello tienes que perder tus raíces y olvidar de dónde vienes porque, como te decía, lo importante es siempre hacia dónde vas. Es la trampa del sistema. Te venden una meta que estamos siempre persiguiendo, de ahí la cultura del esfuerzo. Usan el modelo del pequeño y ridículo porcentaje de personas que llegan para que les copiemos el resto. Es macabro y mezquino, si queremos hablar de una sociedad para todo el mundo. Vivir debería ser un derecho, no una competencia. Una mujer mayor cordobesa me dijo en una presentación del libro: “Mis raíces son mis alas”. Me pareció increíble esa frase.

N.: Es violento que se diga que le va bien a quien se esfuerza…

M.: Y sí veo aquí un salto generacional. Mis sobrinas, que tienen entre 17 y 24, están más en esa cultura del esfuerzo, la cultura yanqui es ahora más fuerte que cuando personas de mi edad (38) éramos más jóvenes, y eso que llaman “sueño americano” cada vez está más presente. 

Es un espejismo. No sólo pasa con lo profesional, pasa en todo. Cuántas veces repetimos patrones sexo afectivos por perseguir un modelo que nos dicen que nos dará seguridad. Y lo intentamos una y otra vez porque los sistemas son también inercias. Falla la persona, que no fue la correcta, el momento que no fue el correcto pero no la idea en sí de vinculación tal y como la entendemos no se nos termina de caer porque “no nos hemos esforzado lo suficiente” La idea del esfuerzo tiene mucha relación con la culpa judeocristiana de hecho. 

 Yo me he encontrado preguntándome muchas veces “¿para qué estoy haciendo esto?” y todo se desmoronaba. Lo hago para ser feliz pero, ¿esto siendo feliz ahora? Lo seré en el futuro. Otra vez la trampa del futuro. Si queremos ver el futuro, entremos a los geriátricos. Son la representación real del futuro. Queremos tener parejas para no sentirnos solas, pero ¿no es con parejas como más solas nos hemos sentido? 

Es todo así todo el rato: un sinsentido. Con todo, creo que la cultura del esfuerzo está alcanzando unas cuotas insostenibles. Generaciones anteriores tenían muy claro que se trabajaba por dinero. Hoy podemos llegar a trabajar por visibilidad, por identidad… El intercambio ya no queda tan claro. Nos vendemos por tres perras [2]. Es importante entender adónde nos está llevando esto. No se trata de decirle a alguien “no trabajes”, pero sí podemos hacernos preguntas porque, si ni siquiera estamos trabajando por un contrato social donde vemos claramente lo que obtenemos de vuelta, es que ya ni siquiera sabemos para qué hacemos lo que hacemos. 

N.: Porque justamente la cultura del esfuerzo es la del individualismo…

M.: Exacto. De ahí lo de entender que este caminar me está dejando sin origen, sin tierra, desgarrada, descorazonada; es una historia que se persigue con la enajenación como condición. Si por lo menos eso te llevara a cierta estabilidad material… Pero no está siendo el caso. Cada vez menos. Y es individualista en la medida en que se pone el acento en cada persona. Pasó con la pandemia con la tendencia a convertir al personal sanitario en héroes. Qué peligroso. Los héroes inhiben una construcción en colectividad porque les otorgamos el poder de salvarnos al resto sin que movamos un dedo. Eso por una parte. Por la otra, son personas que trabajan y que además lo han hecho con bajos recursos y en situaciones de explotación terribles. La heroicidad fue una forma de romantizar la explotación de la clase trabajadora.

N.: Y en medio de todo esto, Mar, ¿por qué es necesario un feminismo andaluz?

M.: Porque ni el género ni la clase lo explican todo. El factor territorial es clave para poner en evidencia cómo se ha construido hegemonía en el estado español. Y lo es porque la Marca España se construye explotando, denostando y despreciando a territorios muy concretos. No sólo “fuera”, también “dentro”. Bajo procesos particulares y distintos que merecen no ser metidos en el mismo saco. 

Somos otra cosa y si seguimos buscándonos en la historia oficial de España no vamos a saber nunca quiénes. Así que empecé a hablar de feminismo andaluz porque, aunque ese sentimiento del que hablo está muy presente también en Murcia, Extremadura, también Canarias, incluso Galicia; existen diferencias en nuestros procesos y esas diferencias son importantes.  Mi amiga Elisa Coll tiene una frase que me encanta: “Si en la diversidad ocupamos espacios distintos, eso nos brinda un suculento abanico de imaginativas formas de destrozar el patriarcado”. También nos das herramientas para entender su complejidad y sus múltiples estrategias.

He intentado dar palabras a este sentimiento de inferioridad que arrastraba desde pequeña y hasta que no me paré en el efecto que había tenido en mí el imaginario que en el estado español se tiene de la cultura andaluza, no pude ve el puzle completo. A nosotras nos han dicho que nuestra cultura es sinónimo de incultura y que, por tanto, no experimentamos un choque cultural. Para experimentar un choque cultural tienes que tener cultura antes. Así de fuerte es nuestra movida.

Pasas de vivenciar tu tierra de España fracasada a andaluza contextualizada. Y luego hay temas que sólo entendemos si nos sumergimos en nuestra propia tierra. Por ejemplo, la relación de Andalucía con los latifundismos hizo que aquí no hubiera una relación entre persona empleadora y empleada sino entre amo-sirvienta. Las mujeres andaluzas llevamos eso grabado a fuego. Mi hermana, que tiene cinco años más que yo, le decía “mi señora” a la mujer que la empleaba. Yo de chica, no entendía pero me rebelaba. 

¿Por qué hablar de feminismo andaluz? Porque nosotras hemos sido machacás por ser un pueblo pobre pero no sólo eso; por ser mujeres pero no sólo eso: por ser andaluzas también. Y eso te da una forma de estar en el mundo. Y cuando escarbas, te das cuenta de lo que hay, en la literatura del romanticismo es una barbaridad lo que se dice de Andalucía. Por otra parte, Andalucía es una cultura que tiene mucho contacto con el cuerpo. Aquí los sentires tienen gran importancia. También se nos machaca por nuestra cosmovisión del mundo. Por su potencial transformador.

N.: Hablando de esa diversidad, tú has escrito sobre la herencia negra de Andalucía, y de Cádiz en particular, algo que está totalmente silenciado, olvidado…

M.: Escribí un artículo rescatando lo que otras personas ya han investigado al respecto. El origen de la patrona de Cádiz, la Virgen del Rosario, es una cofradía de personas negras. Por su ubicación, Andalucía ha sido usada para un proyecto civilizador que tenía su origen en la Corona de Castilla. Esta tierra tiene una historia de esclavitud muy fuerte y muy desconocida. 

Entrevisté a una bailaora de flamenco de la cofradía de los Negritos de Sevilla y a otras mujeres que ponen el foco en esta cuestión. Andalucía no deja de ser una frontera y, como frontera, recoge identidades y manifestaciones no hegemónicas que molestan al discurso de pureza que tuvo en Al-Andalus su principal resistencia y que luego fue retomado por el franquismo. Andalucía no se considera pura, entre otras cuestiones, por la fuerte presencia de identidades racializadas durante siglos.

El enemigo que inventa el Estado-nación España está ubicado en Andalucía: Al Andalus. Y eso históricamente se ha ido arrastrando. Y obviamente las identidades racializadas tienen mucho que decir ahí, porque sus vivencias su múltiples y también distintas.

N.: Lo mostraba aquella propaganda electoral de Santiago Abascal [del partido ultra-derechista Vox] a lomos de un caballo llamando a la Reconquista de Andalucía….

M.: Exactamente. Hay un odio al territorio porque es aquí donde se ubica la diversidad entendida como “no pura”. Andalucía es el corpus territorial que es leído como “lo otro” indeseable. A evitar. Esto salpica a nivel individual de diferentes formas. Nos da lugar a las mismas opresiones pero el desprecio al territorio y a la identidad andaluza nos dice mucho de quiénes lo habitaron y lo habitan.

N.: Dices que los cuerpos de las mujeres andaluzas son como hemerotecas de resistencia. Pastora Filigrana describe la historia de represión y resistencia del pueblo gitano y dice, aquí, tenemos muchas pistas, todos los payos que estén pensando en la emancipación, aquí hay un reservorio de estrategias de resistencia… También tú planteas en el libro cómo, así como las culturas más ricas nacen en los pueblos más empobrecidos, la resistencia nace allí donde se batalla por el día a día, no entre los libros y la academia…

M.: Sí, creo que se rechaza históricamente lo que nace de la necesidad, y eso no tiene sentido. Construyes una sociedad feminista porque es necesario; y todo lo que no es necesario, es capitalismo, porque el capitalismo lo que hace al final es una oda a lo innecesario. Compra este muñequito, este plástico, esta nueva cosa. En lo necesario, las mujeres andaluzas de orígenes pobres siempre han estao. Ellas son una hemeroteca de resistencias, y de resiliencia, por las prácticas que han llevado a cabo. 

Por otra parte, suelo decir que Andalucía es una hemeroteca de resistencias en tanto lo es de fracaso. Si Andalucía fracasa en alcanzar el esplendor capitalista, vamos a preguntarnos cómo ha sobrevivido todos estos años. Si no hemos vivido de ese modelo, de qué hemos vivido. Lo mismo ahí hay recetas, ¿no? Para habitar esos modelos que no encuentran su éxito en la mirada capital y centralista. 

Por otra parte creo que el feminismo tiene que dejar de ser sólo un proyecto de futuro, tiene que ser también un proyecto de presente. Estas teorías que hablan de un feminismo construido desde el ideal, ¿tienen en cuenta el cuerpo? Porque a veces me parece muy platónico. Porque, si piensas desde el cuerpo, hay que hacer lo que se pueda con lo que hay. Por lo menos es real. Si se hizo con conciencia más o menos feminista, pues dependerá de lo que tú entiendas por conciencia feminista. Cuidado con infantilizar el pasado y decir, “ellas lo hacían aunque no lo sabían”… Claro que lo sabían. Sabían que se estaban ayudando, que iban contra corriente, que se estaban dejando el cuerpo y sabían de comadreo y de poner un plato más en la mesa. Por ejemplo. Y si quieres poner en el centro los cuidados tienes que preguntar a las sabias en eso que son quienes lo han hecho. Preguntarte por la práctica. Pero tenemos el platonismo metido en el cuerpo.

N.: A veces se habla de escenarios utópicos, desde la izquierda. Amador Fernández-Savater opone el habitar al gobernar. Plantea que frente a las utopías revolucionarias que hablan de lo que tenemos que construir, el paradigma del habitar parte de identificar lo que ya está, acompañar, cuidar, que desarrolle su potencia… Me pareció interesante ese planteamiento. Porque cuando hablamos de colocar el cuidado en el centro, no estamos hablando (o no sólo) de que haya que incluir las tareas de cuidados en el PIB; hablamos de que esa mirada lo atraviese todo, ¿no?

M.: Sí, totalmente. Por eso el reto de mirar lo que se tiene cerca que es una forma de decir mirar aquello a lo que tenemos acceso. Empezar a ver las posibilidades que sí tenemos –aunque no sean ideales– y ensuciarnos las manos, meternos en el barro y salir de ese aprendizaje de la utopía de la perfección. Es que si no, siempre va a ser una política de futuro. Una política de lo que aún no se habita ni se vive. Que no se ocupa del presente.

De hecho, la alusión al futuro es muy macabra, porque coloca lo que hay que hacer en un lugar en que nunca se llega a hacer. A la clase política le encanta hablar de futuro. Es la mejor forma de eludir responsabilidades en el presente. Nos dicen que la gente joven es el futuro. O sea, que no existen. Y que la gente mayor es el pasado. O sea, que tampoco existen. Se han quitao de encima un montón de gente con esta cosa futurista. Por eso lo del “como vaya yo y lo encuentre”. Cómo vamos a construir una sociedad feminista si no la sabemos ver cuando la tenemos delante. Si las prácticas que podrían darnos un suelo no nos parecen ni correctas ni ideales. Esto también pasa en quienes nos consideramos de izquierdas. Históricamente las izquierdas se han construido desde la utopía y eso da mucha pereza. Marx, por ejemplo, creó desde su corpus territorial y temporal; tendremos que ubicar la acción desde cada territorio. 

A mí me espanta que el andalucismo sin mirada de género esté siempre erre que erre con el Al-Andalus del esplendor. Pero había esclavitud en ese Al-Andalus del esplendor. Y había muchas otras cosas porque los esplendores se construyen de las sombras de otras. Me interesan más las sombras. Vamos a poner en cuestión lo esplendoroso, que una cultura justa se parece mucho más a una barriada que rechazamos que a las historias de esplendor. Una de las bases de la inequidad es el esplendor: unos sitios son esplendorosos desde el punto de vista económico porque otros son empobrecidos. Hay que hablar más de riqueza extrema.

N.: Cádiz fue de los territorios más represaliados cuando la guerra civil española, con muchos muertos en las cunetas. Cómo eso tiene que ver con las marcas del silencio. Es urgente la recuperación de esa memoria. También del protagonismo de las mujeres en las luchas anarquistas y socialistas.

M.: Andalucía ha sido muy reprimida históricamente. ¿Cómo se relaciona el silencio con la represión? Nos lo podríamos preguntar porque, a su vez, hemos sido leídos como pueblo que no se levanta. Por lo general, quienes sufren más represión no son precisamente quienes no se han levantado. Es muy significativo que se haya silenciado tanto la historia de la “Desbandá”. Es un camino que se hace para huir de las bombas franquistas, entre Almería y Málaga; empezaron a tirar bombas a la gente y murió una enorme cantidad de personas en el 37, de tres a cinco mil personas murieron asesinadas. Cuando supe de esto, me sorprendió no saberlo. Que nadie nos lo hubiera contado en ningún libro de Historia. Conocí antes los sucesos de Guernica, donde fueron asesinadas unas 1.600 personas, que los sucesos de la tierra donde vivo. Por otra parte, el protagonismo de las mujeres en estos sucesos históricos es tan innegable como invisibilizado. En la Desbandá, las mujeres se enfrentaron a las autoridades civiles y, hasta día de hoy, no estamos recuperando sus voces y sus historias. 

La represión andaluza ha sido tal que me parece que por eso hay tanta cultura del “habla bajito, no digah eso niña”. Eso nos ha identificado como un pueblo menos político y no como un pueblo que ha sufrido represión y que establece sus herramientas de autodefensa para protegerse. Identificamos al pueblo vasco y catalán como pueblos muy políticos y parece que Andalucía no lo fuera; parecía que estaba sentada y no hacía nada. Desde el punto de vista feminista tiene que haber una revisión de esos hitos que han sido silenciados y también de qué estamos entendiendo como politizado. 

Pueblos muy machacados son leídos sólo desde el silencio en una forma de autoculpa y revictimización. Sin preguntarnos qué entiende la hegemonía por silencio. Es una forma de culparnos. Por eso me gusta matizar el lema “Andaluces, levantaos” [3], me parece que se puede leer mal. No pone el acento en el sistema. Tiene algo también de cultura del esfuerzo. Yo digo así medio broma y medio en serio que somos las hijas de las andaluzas a las que no les da la gana levantarse porque es la primera vez que se sientan en to el puñetero día. 

Imagen cedida por Mar Gallego

N.: Un recuerdo que tengo muy marcado de mi pueblo gaditano es el de “salir a tomar el fresquito” a la noche, cuando las mujeres sacan las sillas a la calle. Esto es poner en cuestión los límites entre el espacio público y el privado…

M.: En Andalucía la calle se vivencia como un espacio propio. Creo que eso tiene mucho que ver con la cultura andaluza, la dificultad que tenemos las mujeres andaluzas para encajar en las categorías que nos proponen, porque aquí todo es más fluido y los límites entre una categoría y otra se diluyen. Creo que hay culturas que son más difíciles de domesticar por su forma de vivenciar las categorías y los límites.

En la cultura hegemónica, nuestra identidad es la laboral y se relaciona con el hacer. Pero en los pueblos andaluces, la pregunta más importante es: ¿tú de dónde vienes, tú de quién eres? No quiero decir que esto sea la panacea pero sí es forma de vivenciar las identidades distintas que reconoce que la identidad no te la tienes que ganar. Tú vienes ya hecha. Lo que te ganas es el pan en todo caso. No es que tengas que hacer para ser. Es sólo un ejemplo. Como te digo, esta pregunta luego puede ser dolorosa según qué casos pero me parece una buena forma de explicar que las identidades no siempre han sido vivenciadas de la misma forma y que tampoco se vivencia en la actualidad de la misma forma en todos sitios. 

Yo no me defino como periodista. Me cuesta una barbaridad hacerlo y, en parte, tiene que ve con esta herencia. Me cuestiono el modelo de éxito todo el rato. No quiero decir que haya que volver al pasado, lo que trato es de reflexionar qué me están vendiendo como desarrollo. Es curioso que siempre se ponga el acento en que, quienes pensamos estas cosas, estamos romantizando el pasado. Me parece muy reduccionista cuando quienes más romantizan el desarrollo y las grandes ciudades son quienes te lo dicen. No sé quién es más romántica.

De hecho, hacer el ejercicio de mirar hacia atrás puede ser un ejercicio más subversivo que mirar hacia adelante todo el rato. Cuando miras hacia atrás encuentras prácticas de las que podemos aprender, que podemos no repetir. Del pasado se aprende todo el rato.  

N.: Esto es emancipador colectivamente y también individualmente: reflexionar sobre qué entendemos por éxito y por fracaso…

M.: Imaginamos una comuna a un estilo muy concreto y tenemos el imaginario de la comuna con gente rubia y delgadísima con la que nos llevamos bien, por supuesto, y con quien nos drogamos de vez en cuando y sonreímos fumadas. Una comuna exitosa desde el punto de vista del status quo tal y como el estatus elige los cuerpos deseables de los que no lo son. Las comunidades reales huelen más a fracaso desde el imaginario hegemónico. Se parece más a los delantales, a los pucheros, a las peleas vecinales: que las habrá. Se parece más a los barrios que consideramos conflictivos porque el conflicto en comunidad va a ser necesario.

El modelo de éxito actual es un cuarto propio donde nadie me toca. Donde nadie me molesta. Yo he visto más comunidad real en las mujeres con las que me he criado. Leer su afán por construir con otras como una cuestión de resignación me parece una mirada paternalista, misógina y reduccionista.

N.: El deseo es una construcción social; a veces no llegamos a ser muy conscientes de hasta qué punto nos ha sido impuesto desde fuera, por ejemplo, el deseo de ser madres, de tener pareja o de alcanzar el éxito profesional…

M.: Mudar los deseos es un duelo. Un duelo estructural. Es muy duro. Implica dejar de agarrarte a lo que pensabas que te daba seguridad, amor o identidad. Así era: como promesa y espejismo. Lo hegemónico es una promesa de seguridad. De que llegará un día en que estaremos a salvo y nada nos tocará ni nos pasará. Es una promesa de salvación como pueda ser El Cielo pero, si nos plantamos ante esa realidad tal y como es, a veces es sólo una promesa.

El duelo también está en que creemos que, si construimos desde otros deseos, no seremos vistas ni reconocidas. No siempre es una cuestión material. Por ejemplo, hemos vivido toda la vida con la idea del hombre proveedor. Mira a tu alrededor y ve quién provee realmente. Las familias monomarentales han salido adelante siempre pero siempre pensaremos que nos va a proveer un macho, aunque en la mayoría de las veces no lo haya hecho. Pero la narrativa va por dentro.  

Pero bueno, también luego hay gente que te ve precisamente porque resignificas y esa parte hay que contarla más. No contar las construcciones alternativas sólo como un camino de pérdidas porque eso implicaría que seguir la norma no es doloroso. Y lo es. Y mucho. Y se dan situaciones sorpresivas cuando la sigue un pelín menos. Mudar los deseos también tiene sus recompensas pero el camino no te viene trazado. Eso nos genera incertidumbre.  

A mí me parece interesante, por ejemplo, qué sucede entre tener una pareja y tener otra (u otras). Siempre hablando, claro, desde el punto de vista de la pareja entendida desde la hegemonía.  Lo que hay en medio tiene un potencial transformador increíble pero lo vivimos como un entre-lugar. Como algo que debe ser superado. Al final te encuentras que lo que debe ser superado es lo que podría darnos una sociedad más colectiva y más justa. Por eso para mí los “en medio” son importantes. 

N.: De nuevo, someter a escrutinio qué es lo que estamos viendo. Se nos pasa desapercibido el cuidado y también el tránsito; vemos el resultado pero no somos capaces de entender el proceso, acompañarlo, sostenerlo, no pensar que es un tiempo improductivo…

M.: Para mí, la vida es tránsito. Poner el acento en todo lo que ocurre, lo que sucede que no tiene un nombre tan contundente como tienen las categorías hegemónicas. Qué sucede cuando no sucede eso que históricamente perseguimos que es lo normativo. Cuando estamos en una situación que la sociedad hegemónica define como algo a ser superado. Ahí hay un potencial transformador increíble por el que pasamos de puntillas. Andalucía tiene un caudal transformador increíble porque se nos ha dicho históricamente que debe ser superada tal y como está constituida. 

Puede que un punto esté en decir, aquí y ahora nosotras somos nuestro propio referente, no quiero estar siempre hacia, porque eso es un discurso capitalista, mostrarte siempre eso que te falta, y que lo compres. Sería muy sanador darnos cuenta de que somos completas aquí y ahora, con lo que tenemos. No sé si la palabra es “completa”, sobre todo cuando hay precariedad. Pero sí, no ser una identidad que se persigue las 24 horas del día. Encontrar en mí mi propio referente, en mi historia. Esto es lo que tengo, con esto construyo: ¿qué hacemos hoy con esto? Detener la carrera. Dejar de perseguir por sistema. No me tengo que superar todo el tiempo; soy una persona con mis circunstancias. Lucharé para estar mejor pero no para perseguir una historia que ni siquiera es la mía. Podemos mejorar el mundo como podemos: con lo que tenemos aquí y ahora. Sería más humilde, más presente y menos mesiánico. También más colectivo. 

N.: Eso de tener siempre que estar examinándonos… Esto de nombrar me tiene pensativa porque también trabajo con la palabra. Escuchaba el otro día a Donna Haraway decir que este es un momento de mucha incertidumbre en que nos faltan palabras; pero los momentos en que nos faltan palabras son, decía ella, los más ricos para pensar. Me quedé pensando que el feminismo académico ha sido a lo mejor demasiado impaciente al poner muchas categorías; y al nombrar estabilizas, quitas poder transformador, haces decantar las posibilidades que tenía esa realidad que existe. Pero al mismo tiempo, las cosas que son nombradas ayudan, cuando por ejemplo alguien habla de síndrome de la impostora…

M: He pensado mucho esto de los silencios y el lenguaje. Me interesa sobre todo qué se dice cuando se está en silencio porque los silencios dicen y también son una respuesta. Hay películas en las que, para vencer al demonio y quitarle todo su potencial, hay que descubrir su nombre. En el momento en que se sabe, el demonio se encierra en una caja y pierde su poder desbordante. Ese es el poder del lenguaje: categorizar y meter en una caja. Sería genial saber usarlo para amarrar esos demonios pero sin caer en poner puertas al campo. 

La relación entre lenguaje y realidad es complicada. A veces complejiza, a veces facilita. Hay que encontrar un equilibrio. Hay que entender el lenguaje como necesidad básica. Que deje de servir para hacer a otros sentirse analfabetos, o para imponer jerarquías o dogmas. Es una herramienta de comunicación y no es la única. Eso de ponerlo todo en palabras es muy capacitista. Por ejemplo, en el caso del pueblo andaluz se ha expresado de muchas formas, no sólo mediante la palabra; si eso no se considera un discurso, muchas personas lo tienen complicado para posicionarse. La palabra ha de servir para algo palpable. Si haces una tesis que no va a entender nadie, a lo mejor no sirve. Se trata de recuperar el para qué. Eso tiene un poder sanador increíble. Me cambió la vida entender que las palabras curan y que hay personas que son curanderas de la palabra, y que al contar tu historia, sanas. Pero no creo que tenga que ser algo inaccesible y jerárquico, que ahí está la RAE, y no queremos ser como la RAE: una policía de las palabras. 

N.: Hay en tu libro una crítica al feminismo que no es capaz de entender los patios de vecinas, el cuerpo… Las migrantes, las racializadas, las putas o las trans han venido dando toques de atención a un feminismo hegemónico que las excluye. ¿Estamos siendo capaces de avanzar en ese sentido, lograr incorporar otras demandas?

El feminismo hegemónico son los padres [risas]. Es como un fantasma, el feminismo hegemónico. Creo que quienes no tenemos contacto con él somos la mayoría. Estamos en la ficción de cómo nosotras validamos lo que es hegemónico, pero en la realidad, con las que construimos, son otras. Eso que llamamos hegemónico, son tres o cuatro. A mí no me parece que tengamos que pedir permiso a nadie. Otra cosa es reconocer los legados, pero no creo que tenga que haber una ruta oficial de los feminismos. Que el primer libro de feminismo que yo lea sea de feminismos negros, implicaría no seguir un itinerario que me han marcado desde fuera. 

Desde el privilegio quienes se han autonombrado dueñas y señora de la ruta oficial no están procesando todo lo que hacemos; pero tampoco nos hace falta. No necesitamos que nos den permiso las majestades del feminismo. ¿Qué es eso? Para mí lo hegemónico es imponer un único punto de vista. No creo que sumar sea una resta. No creo que ninguna suma divida ninguna lucha. No me salen las cuentas. No quiero un feminismo clasista, tránsfobo o putófobo. Creo en la alegría también como en una forma de reivindicación. No que unas formas y no otras son más legítimas. Nunca me voy a sentir amenazada porque una persona decida poner un nuevo discurso sobre la mesa porque lo necesite, porque esté sufriendo. Hay una frase que me encanta que dice: “No hay luchas de primera y de segunda, sino opresiones que no sufres”. Es clave preguntarse por qué poner en valor nuestras diferencias se convierte en amenaza para grupos muy determinados. No quiero ni perseguirlas ni que me incluyan. No quiero ser hegemónica. Meternos en la ola de la Rocío Jurado. Ser como de verdad son las olas y ya está. A ver quién nos atrapa.  

NOTAS

[1] “O puede que el afecto no correspondido que sufría Sierra tuviera que ver justo con lo contrario, no con la visión de su rareza sino con la no-visión de la mujer. Concretamente, con lo que su hijo diagnosticó como ‘ceguera por incondicionalidad’. Las niñas la rechazaban porque no la veían ya que ella siempre estaba allí, disponible para la familia a cualquier hora y en cualquier situación, sin negociación previa”. En El entusiasmo. Precariedad y  trabajo creativo en la era digital. Barcelona, Anagrama, 2017. 

[2] Por tres perras: por muy poco dinero.

[3] Se refiere a los versos del Himno de Andalucía, con letra de Blas Infante: “¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad!”

.
Imagem cedida por Mar Gallego

Mar Gallego: “A partir do feminismo devemos questionar como entendemos o espaço e o tempo”

Por Nazaret Castro

Tradução: Karen Amaral

Falar com Mar Gallego, escutá-la e lê-la é deixar-se levar por um fluxo de sentipensamento; é estar consciente que o corpo pensa, que as ideias são sentidas, que as palavras curam e o que o que é silenciado,  faz adoecer. Falar com Mar Gallego é entender por que é necessário um feminismo andaluz. Um feminismo do sul, local e das margens, que desvia do caminho hegemônico, das categorizações excludentes, do platonismo que reprime e degrada o corpo, do patriarcado que nega o valor do trabalho das mulheres porque não consegue nem mesmo vê-lo. Escutar Mar Gallego é entender que não é necessário esperar que aconteça alguma coisa para “fazer a revolução”: pelo contrário, é uma questão de observar de outro modo, de ressignificar o que já existe, de recuperar o que tivemos, de começar a construir com o que já existe sem deixar-nos confundir por distantes horizontes utópicos. Ler Mar Gallego é confrontar as raízes que, esquecidas e desprezadas, doem, e que mesmo assim continuam ancorando-nos com uma força que, se reconhecida, nos daria asas. 

Andaluza e de Cádiz, de Chiclana de la Frontera, Mar estudou jornalismo, mas não se identifica como jornalista, e sim como contadora de histórias. Eu a vejo como uma tecelã de palavras e sentimentos. Durante anos ela nutriu o site Feminismo andaluz e, em 2020, publicou o livro Como vaya yo y lo encuentre. Feminismo andaluz y otras prendas que tú no veías (Libros.com). Com  “como vaya yo y lo encuentre” (se eu for aí e encontrar – em tradução livre) ela rememora essa frase tão enunciada por nossas mães quando algo desaparece e apenas a cuidadora é capaz de encontrá-lo, porque apenas ela olha de verdade e pode ver o que os outros não veem. Publicou recentemente sua primeira coleção de poemas Volvemos a casa, com La Carmensita Editorial. Mar escreve:  “Voltamos a casa / porque já pagamos / o preço do fogo / que não queima. / Que não esquenta / estes ossos famintos / de carne conectada”.

Nazaret: Sou filha e neta de mulheres de Cádiz, mas foi apenas há um ano, lendo o teu livro, que percebi que eu não sabia ver o valor das suas formas de entender o mundo. Em comunidades camponesas da Colômbia, aprendi que quando as mulheres colaboram juntas na preparação do almoço, isso é política, isso é resistência. Mas eu não conseguia ver a mesma coisa em minha própria casa…

Mar: É o olhar que construímos; por isso eu falo do “se eu for aí e encontrar”. Para desfazer a forma como desprezamos aquilo que temos perto, porque não o vemos. Quanto mais próximo e acessível, menos o vemos. Estive pensando muito sobre isso e acredito que esse desprezo pelo que está próximo tem a ver com como entendemos o espaço-tempo e como desprezamos o presente. As mulheres empobrecidas nunca são o futuro, porque sempre são presença. Remedios Zafra chama isso de “cegueira por incondicionalidade”[1]. Tem a ver com o fato de que não enxergamos aqueles que sempre estão, damos a sua presença como certa, como se fossem apenas uma paisagem de fundo. A presença contínua não é valorizada. Há identidades que ocupam essa presença-presente. Elas são só notadas quando não estão. Como sistema, aqueles que estão sempre ausentes são, de fato, mais valorizados.  

Nós vivemos certas histórias de perto, pensando que eram histórias de outras devido à uma questão geracional, mas o passado, o presente e o futuro são apenas um, e a partir do feminismo devemos questionar como entendemos o espaço e o tempo, porque a ideia de espaço-tempo também foi construída a partir dos interesses hegemônicos.  

O sistema baseado no consumo categoriza constantemente – não para nomear o necessário – mas para nos dividir em pedaços. As histórias das nossas mães, vizinhas e avós não são alheias às nossas, porque nossos próprios corpos fazem parte de uma conversa coletiva. Quase uma memória celular. Eu gosto de falar de antepresentes

Por outro lado, há uma visão muito colonialista sobre as viagens nas quais todos os marcos das – mal denominadas – descobertas foram baseados. Há sempre um herói que encara o futuro. Esse herói não faz ideia do que acontece nas casas daqueles que, neste momento, sustentam as bases da existência. Vivem com uma flecha constante apontando para o futuro. Estão em todos os lados e – ao mesmo tempo – em nenhum. 

Na Andaluzia, talvez por ser um lugar tão interiorano e ter essa conexão com a terra, sinto que ainda sabemos, um pouquinho, como viver no presente. E também somos ridicularizados por isso. Por não ter essa ambição desenvolvimentista que está constantemente falando do futuro. Encontro mais cumplicidade em questões que fui obrigada a desprezar. Ver essas mulheres que ocupam e ocupavam o presente, é fundamental para construir: é onde se é. Os ideais hegemônicos me impediram de vê-lo assim, até que o tempo passou. Agora eu sei quem foi presença e quem foi ausência. Controlando o relato, claro está. 

N.: Onde mais trabalho há, é onde nunca utilizou-se a palavra, como diz George Caffentzis. Acontece o mesmo com a política…

M.: Sim, totalmente. De fato, há um choque constante entre nós e a palavra acadêmica: as mulheres andaluzas de origem pobre que foram as primeiras em suas famílias a obter, por exemplo, um diploma universitário. Estão divididas entre abraçá-la e desconfiar dela. Por um lado, é o salvo-conduto pelo qual nos incumbem o “vocês também podem ser”… mas, por outro lado, esse mundo das palavras legítimas diante daquelas que não foram usadas historicamente para nos desprezar. Estamos no meio. Não somos nem um, nem outro; ainda bem. 

N.: No seu livro há um compromisso de, em vez de atribuir neologismos a coisas que já existiam, resgatar as formas como eram ditas e que ainda são ditas…

M.: Com minhas “amigas do cafézinho” falamos da conexão com nossa casa, de como sofremos como mulheres. O murmúrio que tenho sobre o que historicamente sofreu minha mãe, etc. As mulheres andaluzas são grandes comunicadoras e deram brilhantes denominações à masculinidade hegemônica. A procissão interna que sofremos todos os dias. Esta forma de gesticular [leva a mão à testa]. Que significa: eu estou até aqui, estou farta. E esse gesto é o corpo falando. Ou quando dizemos que “essa mulher passou por coisas que não estão escritas”, destacando o que a História oficial silencia. Essa luta com o macho hegemônico com um “não pisa onde eu já limpei”. O miramiento como sinónimo de cuidado: “No tienes miramiento”. Você está dizendo que cuidar é sinônimo de olhar; você não pode cuidar de mim se não estiver me vendo.

Me pergunto muito pelas palavras que usamos, como incluímos os neologismos constantemente, por exemplo, e o que nunca incluímos. A linguagem não pode ser vista apenas como arma de liberação, pois também já foi aristocrática, inacessível; então, recuperar essa função original de base da linguagem que serve para que possamos nos comunicar. Eu costumo dizer que se a linguagem não nos serve, nos tornamos servos da linguagem. Por exemplo, tudo o que nos serviu colocar um olho nas ditas línguas maternas. A que mundos nos levou?

N.: A língua materna nos conecta emocionalmente com as palavras; se escrevo em inglês nunca vou conseguir chegar a certas coisas. Se utilizo neologismos muito sofisticados no lugar de palavras que posso associar com coisas que aprendi quando era pequena, vou por outro caminho…

M.: Você perde a sua própria viagem… Hannah Arendt fala em uma entrevista de que, quando ela mudou-se aos Estados Unidos, encontrou pessoas que não tinham o inglês como língua materna, mas que falavam o inglês melhor do que os próprios nativos. Ela dizia que essas pessoas tinham se tornado um clichê. Ou seja, em uma repetição em série. É assim que eles nos querem, em série,  aqueles que colocam os seus benefícios econômicos no centro. Por isso tenho medo do discurso da igualdade como panaceia.

A língua materna nos permite acessar outro mundo onde cada um terá que indagar sobre sua própria história e sua própria identidade. A diferença entre feminismo andaluz e outros tipos de feminismos poderia ser a diferença que existe entre entraña e zentraña. É a mesma coisa, mas não é. “Niña de mizentraña”. Esta é uma terra de sonoridade e nesta expressão a sonoridade aporta um significado diferente. Não é a mesma coisa dizer mamá que mumá. Há toda uma cosmovisão do mundo com um trajeto próprio que se derrama nesta segunda palavra. Todo um caminho que explica por que falamos assim. São formas diferentes de entender o mundo. Em Cádis, se você prestar atenção, a linguagem é bem cantadinha, é uma forma de dar musicalidade ao que se diz. E a musicalidade aqui é importante. É outra linguagem. 

É a diferença entre construir mundos que levam em conta o que somos como sujeitas e construir mundos robóticos, com apenas uma linguagem no centro que só aspira ao capitalismo. Estamos falando de raízes no sentido da origem e de caminhar. Não há duas raízes iguais. 

Imagem cedida por Mar Gallego

N.: A importância da memória. No seu livro, você fala de como de algum modo nos fazem escolher entre as raízes e as asas. Muitas mulheres da geração das nossas mães tiveram que migrar: elas ficaram sem raízes e sem asas? Deixaram para trás seu pátio de vizinhas, mas tampouco conseguiram algum reconhecimento social… E nós, que estudamos e que agora só conseguimos falar, como você mesma diz, teorizando, não corremos também esse risco? Porque perdemos as raízes, mas também não nos aceitam como pares, não somos reconhecidas…

M.: Te fazem pensar que, se você estuda e se esforça, você terá asas; entenda-se como liberdade. Mas para eles, você deve perder suas raízes e esquecer de onde veio porque, como eu te falei, o mais importante é sempre para onde você está indo. É a armadilha do sistema. Te vendem uma meta que estamos sempre perseguindo, vem daí a cultura do esforço. Usam o modelo da pequena e ridícula porcentagem de pessoas que chegam lá para que todo o resto faça igual. É macabro e mesquinho, se queremos falar de uma sociedade para todos. Viver deveria ser um direito, não uma competição. Uma senhora cordobesa me disse em uma apresentação do livro: “Minhas raízes são minhas asas”. Essa frase me pareceu incrível. 

N.: É violento dizer que quem se esforça se dá bem na vida…

M.: Eu vejo aqui um salto geracional. Minhas sobrinhas, que têm entre 17 e 24 anos, estão mais ligadas à essa cultura do esforço, a cultura ianque é mais forte agora do que quando as pessoas da minha idade (38) eram mais jovens, e o tal “sonho americano” está cada vez mais presente. 

É uma miragem. Isso não acontece apenas na esfera profissional, acontece em todas as esferas. Quantas vezes repetimos padrões afetivo-sexuais por perseguir um modelo que, segundo nos dizem, nos trará segurança. E tentamos de novo e de novo, porque os sistemas também são inércia. A pessoa falha, pois não era a pessoa certa, o momento, não era o momento certo, mas não a ideia de se vincular como nós a entendemos, ela não falha, fomos nós que «não nos esforçamos o suficiente». A ideia do esforço tem muito a ver com a culpa judaico-cristã.

Eu me perguntei muitas vezes “por que estou fazendo isso?” e tudo desmoronava. Para ser feliz, mas estou feliz agora? Serei no futuro. Novamente a armadilha do futuro. Se queremos ver o futuro, entremos nos lares de idosos. Eles são a representação do futuro. Queremos ter parceiros para que não nos sintamos sozinhos, mas não é com parceiros que nos sentimos mais solitários?

É assim o tempo todo: sem sentido. Em suma, acho que a cultura do esforço está atingindo níveis insustentáveis. As gerações anteriores entendiam muito bem que se trabalhava por dinheiro. Hoje podemos chegar a trabalhar por visibilidade, por identidade… O intercâmbio já não é tão claro. Nos vendemos por três cadelas [2]. É importante entender para onde isso está nos levando. Não é sobre dizer «não trabalhe», mas podemos nos questionar, porque se não estamos sequer trabalhando por um contrato social onde vemos claramente o que recebemos de volta, já nem sabemos mais o que fazemos.

N.: Porque justamente a cultura do esforço é a cultura do individualismo…

M.: Exato. Daí o entendimento de que esta caminhada está me deixando sem origem, sem terra, dilacerada, desanimada; é uma história que é perseguida com a alienação como uma condição. Se pelo menos isso te levasse a alguma estabilidade material… Mas não é o caso. Cada vez menos. E é individualista na medida em que a ênfase é colocada em cada uma das pessoas. Aconteceu com a pandemia, com a tendência de transformar os trabalhadores da saúde em heróis. Que perigoso. Os heróis inibem a construção coletiva porque lhes damos o poder de salvar a todos nós sem que tenhamos que levantar um dedo sequer. Isto por um lado. Por outro lado, são pessoas que trabalham e que o fizeram com poucos recursos e em terríveis situações de exploração. O heroísmo foi uma forma de romantizar a exploração da classe trabalhadora.

N.: E no meio de tudo isso, Mar. Por que é necessário um feminismo andaluz? 

M.: Porque nem o gênero nem a classe explicam tudo. O fator territorial é chave para evidenciar como foi construída a hegemonia do estado espanhol. E é assim porque a Marca Espanha é construída explorando, degradando e desprezando territórios muito específicos. Não apenas «fora», mas também «dentro». Sob processos particulares e distintos que não merecem ser colocados no mesmo balaio. 

Somos outra coisa e se continuarmos procurando por nós mesmos na história oficial da Espanha, nunca saberemos quem somos. Então comecei a falar do feminismo andaluz porque, embora o sentimento do qual estou falando também esteja muito presente em Múrcia, Extremadura, nas Canárias, inclusive na Galícia, existem diferenças em nossos processos e estas diferenças são importantes.  Minha amiga Elisa Coll tem uma frase que adoro: «Se na diversidade ocupamos espaços diferentes, isso nos dá uma suculenta gama de maneiras imaginativas de esmagar o patriarcado». Também nos dá ferramentas para entender sua complexidade e suas múltiplas estratégias.

Tentei colocar em palavras este sentimento de inferioridade que carrego comigo desde criança, e até que parei para considerar o efeito que o imaginário do estado espanhol sobre a cultura andaluza havia tido em mim, não consegui ver o quadro inteiro. Foi-nos dito que nossa cultura é sinônimo de não-cultura e que, portanto, não experimentamos um choque cultural. Para experimentar o choque cultural, é preciso ter cultura primeiro. Nosso movimento é forte assim.

Você passa da experiência de sua terra de Espanha fracassada para a Andaluzia contextualizada. E depois há questões que só entendemos se nos imergimos em nossa própria terra. Por exemplo, a relação da Andaluzia com os grandes latifúndios significava que aqui não havia uma relação entre empregador e empregado, mas entre mestre-servidor. As mulheres andaluzas têm isso gravado em seus corações. Minha irmã, que é cinco anos mais velha do que eu, costumava chamar a mulher que a empregava de «minha senhora». Quando eu era pequena, eu não entendia, mas me rebelava. 

Por que falar do feminismo andaluz? Porque fomos esmagados por sermos um povo pobre, mas não apenas isso; por sermos mulheres, mas não apenas por isso: por sermos andaluzes também. E isso lhe dá uma forma de estar no mundo. E quando você se aprofunda, você percebe o que há, na literatura do romantismo, o que é dito sobre a Andaluzia é uma barbaridade. Por outro lado, a Andaluzia é uma cultura que tem muito contato com o corpo. Aqui os sentimentos são de grande importância. Também estamos esmagados por causa de nossa cosmovisão do mundo. Por seu potencial transformador.

N.: Falando dessa diversidade, você escreveu sobre a herança negra da Andaluzia, e de Cádis em particular, algo que está totalmente silenciado, esquecido…

M.: Escrevi um artigo resgatando o que outras pessoas já investigaram a respeito. A origem da padroeira de Cádis, a Virgem do Rosário, é uma cofradia de pessoas negras. Por sua localização, a Andaluzia foi usada para um projeto civilizador que teve origem na Coroa de Castilla. Esta terra tem uma história de escravidão muito forte e muito desconhecida. 

Entrevistei uma bailarina de flamenco da irmandade de Los Negritos em Sevilha e outras mulheres que focam nesta questão. A Andaluzia ainda é uma fronteira e, como fronteira, inclui identidades e manifestações não hegemônicas que perturbam o discurso da pureza que teve sua principal resistência em Al-Andalus e que mais tarde foi retomado pelo franquismo. A Andaluzia não é considerada pura, entre outras razões, devido à forte presença de identidades racializadas durante séculos.

O inimigo inventado pelo estado-nação da Espanha está localizado na Andaluzia: Al-Andalus. E isto tem se arrastado historicamente. E, obviamente, as identidades racializadas têm muito a dizer ali, porque suas experiências são múltiplas e também diversas.

N.: Isto apareceu na propaganda eleitoral de Santiago Abascal [do partido ultradireitista Vox] montado num cavalo clamando pela Reconquista da Andaluzia…

M.: Exatamente. Há um ódio ao território porque é aqui que se encontra a diversidade entendida como «não pura». A Andaluzia é o corpus territorial lido como o indesejável, como o «outro». A ser evitado. Isto se espalha a nível individual de diferentes maneiras. Dá origem às mesmas opressões, mas o desprezo pelo território e pela identidade andaluza nos diz muito sobre aqueles que a habitaram e habitam.

N.: Você diz que os corpos das mulheres andaluzas são como arquivos de resistência. A Pastora Filigrana descreve a história da repressão e da resistência do povo cigano e diz, aqui, temos muitas pistas, para todos os payos [pessoas não ciganas] que estão pensando em emancipação, aqui existe um reservatório de estratégias de resistência… No livro, você também sugere que, assim como as culturas mais ricas nascem nas aldeias mais empobrecidas, a resistência nasce onde a batalha é travada diariamente, não entre os livros e a academia….

M.: Sim, eu acho que o que nasce da necessidade é historicamente rejeitado, e isso não faz sentido. Construímos uma sociedade feminista porque ela é necessária; e tudo o que não é necessário é o capitalismo, porque o que o capitalismo faz no final é uma ode ao desnecessário. Compre esta bonequinha, este plástico, esta coisa nova. No que é necessário, as mulheres andaluzas de origem pobre sempre estiveram lá. Eles são uma biblioteca de resistência e resiliência, por causa das práticas que elas têm realizado. 

Por outro lado, eu costumo dizer que a Andaluzia é um arquivo de resistência na medida em que também é um arquivo do fracasso. Se a Andaluzia não conseguir alcançar o esplendor capitalista, vamos nos perguntar como ela sobreviveu a todos estes anos. Se não vivemos nesse modelo, em que modelo vivemos? Talvez haja receitas, certo? Para habitar esses modelos que não encontram seu sucesso no olhar capitalista e centralista.

Por outro lado, acredito que o feminismo tem que deixar de ser apenas um projeto para o futuro, tem que ser também um projeto para o presente. Estas teorias que falam de um feminismo construído a partir do ideal, levam o corpo em conta? Porque às vezes me parece muito platônico. Porque, se você pensa a partir do corpo, você tem que fazer o que pode com o que você tem. Pelo menos é real. Se isso foi feito com uma consciência mais ou menos feminista depende do que você entende por consciência feminista. Cuidado ao infantilizar o passado e dizer: » elas fizeram apesar de não saberem»… Claro que sabiam. Elas sabiam que estavam se ajudando, que estavam indo contra a maré, que estavam colocando seus corpos na linha, e sabiam que estavam acostumadas e colocando mais um prato sobre a mesa. Por exemplo. E se você quiser colocar os cuidados no centro, você tem que perguntar às mulheres sábias que o fizeram. Pergunte sobre a prática. Mas temos o Platonismo em nosso corpo.

N.: Às vezes a esquerda fala de cenários utópicos. Amador Fernández-Savater propõe uma oposição entre o habitar e o governar. Ele argumenta que, em contraste com as utopias revolucionárias que falam do que temos que construir, o paradigma do habitar fundamenta-se na identificação do que já existe, acompanhando-o, cuidando-o, permitindo-lhe desenvolver seu poder… Eu achei essa abordagem interessante. Porque quando falamos em colocar os cuidados no centro, não estamos falando (ou não apenas) em incluir as tarefas de cuidados no PIB; propomos que esse olhar atravesse tudo, não?

M.: Sim, absolutamente. É por isso que o desafio é olhar para o que está próximo, que é uma forma de dizer: olhar para o que temos acesso. Começar a ver as possibilidades que temos – mesmo que não sejam as ideais – e sujar nossas mãos, entrar na lama e livrar-se dessa utopia da perfeição. Caso contrário, sempre estaremos pensando em uma política do futuro. Uma política do que ainda não é habitado ou vivido. Uma política que não lida com o presente.

De fato, a alusão ao futuro é muito macabra, porque coloca o que há de ser feito em um lugar inalcançável. A classe política adora falar do futuro. É a melhor forma de se livrar das responsabilidades do presente. Falam que os jovens são o futuro. Ou seja, que eles não existem. E que os velhos são o passado. Ou seja, que tampouco existem. Eles se livram de muitas pessoas com essa coisa futurista. Por isso aquela coisa do “se eu for aí e encontrar”. Como podemos construir uma sociedade feminista se não conseguimos sequer vê-la quando está diando dos nossos olhos. Se as práticas que poderiam dar-nos um chão não nos parecem corretas nem ideais. Isto também acontece com quem se considera de esquerda. Historicamente, as esquerdas foram construídas através da utopia e isso dá muita preguiça. Marx, por exemplo, criou a partir de seu corpus territorial e temporal; teremos que situar a ação em cada território.

Eu fico espantada que o andaluzismo sem perspectiva de gênero esteja sempre insistindo com o Al-Andalus esplendoroso. Mas havia escravidão nesse Al-Andalus esplendoroso. E havia muitas outras coisas, porque os esplendores são construídos com as sombras. Questionemos o esplendor, uma cultura justa é muito mais parecida com uma favela rejeitada do que com histórias de esplendor. Uma das bases da desigualdade é o esplendor: alguns lugares são economicamente esplêndidos porque outros são empobrecidos. Precisamos falar mais sobre riqueza extrema.

N.: Cádis foi um dos territórios mais reprimidos durante a guerra civil espanhola, com muitos mortos nas valas. Isto tem a ver com as marcas do silêncio. É urgente recuperar esta memória. Também do papel de liderança desempenhado pelas mulheres nas lutas anarquistas e socialistas.

M.: A Andaluzia tem sido muito reprimida historicamente. Como o silêncio se relaciona com a repressão? Poderíamos nos fazer esta pergunta porque, por sua vez, fomos lidos como um povo que não se levanta. Em geral, aqueles que sofrem mais repressão não são exatamente aqueles que não se levantaram. É muito significativo que a história do «Desbandá» tenha sido tão silenciada. Trata-se de uma rota tomada para fugir das bombas de Franco, entre Almería e Málaga; começaram a lançar bombas sobre as pessoas e um enorme número de pessoas morreu em 37, três a cinco mil pessoas foram mortas. Quando soube disso, fiquei surpresa por não saber disso antes. Que ninguém nos contou sobre isso em nenhum livro de história. Eu conhecia melhor os eventos de Guernica, onde 1.600 pessoas foram mortas, do que os eventos na terra onde vivo. Por outro lado, o papel da mulher nestes eventos históricos é tão inegável quanto invisível. No Desbandá, as mulheres enfrentaram as autoridades civis e, até hoje, não estamos resgatando suas vozes e suas histórias.

A repressão andaluza tem sido tal que me parece que é por isso que existe uma cultura de » fale baixinho, não diga isso, garota». Isto nos identificou como um povo menos político e não como um povo que sofreu repressão e que estabelece suas ferramentas de autodefesa para se proteger. Identificamos o povo basco e catalão como pessoas muito políticas e parece que a Andaluzia não é; parece que está sentada sem fazer nada. Do ponto de vista feminista deve haver uma revisão desses marcos que foram silenciados e também do que entendemos como politizado. 

As pessoas que foram massacradas são lidas apenas por meio do silêncio, em uma forma de auto-responsabilização e revitimização. Sem nos perguntarmos o que a hegemonia entende por silêncio. É uma forma de nos culpar. É por isso que eu gosto de chamar a atenção para o slogan «Andaluzes, levantem-se» [3], acho que ele pode ser mal interpretado. Ele não enfatiza o sistema. Também tem algo a ver com a cultura do esforço. Digo meio brincando e meio sério que somos as filhas das mulheres andaluzas que não têm vontade de se levantar porque é a primeira vez no dia que elas se sentam.

Imagem cedida por Mar Gallego

N.: Uma lembrança muito forte que tenho do meu vilarejo em Cádiz é a de «sair para tomar el fresquito» à noite, quando as mulheres levam suas cadeiras para a rua. Isto é questionar os limites entre espaço público e privado…

M.: Na Andaluzia, a rua é vivenciada como um espaço próprio. Acho que isto tem muito a ver com a cultura andaluza, a dificuldade que as andaluzas têm em se encaixar nas categorias que nos são propostas, porque aqui tudo é mais fluido e os limites entre uma categoria e outra são diluídos. Acho que há culturas que são mais difíceis de domesticar por causa da forma como vivenciam categorias e limites.

Na cultura hegemônica, nossa identidade é o trabalho e está relacionada ao fazer. Mas nos povoados andaluzes, a pergunta mais importante é: de onde você vem, de quem você é? Não quero dizer que isto é uma panaceia, mas é uma forma de experimentar identidades diferentes que reconhece que você não tem que ganhar sua identidade. Você já vem feito. O que você ganha é seu pão. Você não tem que fazer para ser. É apenas um exemplo. Como disse, esta pergunta pode ser dolorosa em certos casos, mas me parece uma boa maneira de explicar que as identidades nem sempre foram experimentadas da mesma maneira e que não são experimentadas da mesma maneira em todos os lugares hoje em dia. 

Eu não me defino como jornalista. Acho extremamente difícil fazer isso e, em parte, tem a ver com esta herança. Eu questiono o modelo de sucesso o tempo todo. Não quero dizer que temos que voltar ao passado, o que estou tentando fazer é refletir sobre o que está sendo vendido para mim como desenvolvimento. É curioso que a ênfase seja sempre colocada no fato de que aqueles de nós que pensam sobre estas coisas estão romantizando o passado. Eu acho muito reducionista quando são aqueles que romantizam o desenvolvimento e as grandes cidades que te dizem isso. Eu não sei quem é mais romântico.

Na verdade, fazer o exercício de olhar para trás pode ser um exercício mais subversivo do que olhar para frente o tempo todo. Quando você olha para trás, encontra práticas com as quais podemos aprender, que não podemos repetir. Você aprende com o passado o tempo todo. 

N.: Isso é emancipador coletivamente e também individualmente: refletir sobre o que entendemos por sucesso e fracasso…

M.: Imaginamos uma comuna num estilo muito específico e temos uma comuna imaginária com pessoas louras magras com as quais nos damos bem, é claro, e com as quais ficamos chapados de vez em quando e sorrimos um para o outro. Uma comuna de sucesso do ponto de vista do status quo, pois o status quo escolhe os corpos desejáveis entre os indesejáveis. As comunidades reais cheiram mais a fracasso no imaginário hegemônico. Parecem-se mais a aventais, birras, brigas de bairro: coisa comum. Parece-se mais com os bairros que consideramos conflituosos porque o conflito em comunidade será necessário.

O modelo atual de sucesso é uma sala só minha, onde ninguém me toca. Onde ninguém me aborrece. Tenho visto mais comunidade real nas mulheres com as quais cresci. Ler sua ânsia de construir com os outros como uma questão de resignação me parece uma postura paternalista, misógina e redutora.

N.: O desejo é uma construção social; às vezes não estamos realmente conscientes do quanto ele nos foi imposto por terceiros, por exemplo, o desejo de ser mãe, de ter um parceiro ou de alcançar o sucesso profissional…

M.: Mudar o desejo requer um luto. Um luto estrutural. É muito difícil. Envolve soltar o que você pensava que lhe daria segurança, amor ou identidade. Era assim: como uma promessa e uma miragem. O hegemônico é uma promessa de segurança. Que chegará o dia em que estaremos a salvo e nada nos tocará ou nos acontecerá. É uma promessa de salvação, como o céu, mas, se encararmos essa realidade como ela é, às vezes é só uma promessa.

O luto também está no fato de que acreditamos que, se construirmos a partir de outros desejos, não seremos vistas ou reconhecidas. Nem sempre é uma questão material. Por exemplo, vivemos toda a vida com a ideia do homem provedor. Olhe ao seu redor e veja quem realmente provê. As famílias monomarentais sempre funcionaram, mas pensamos sempre que seremos providas por um homem, mesmo que na maioria das vezes isso não seja verdade. Mas a narrativa vem de dentro. 

Contudo, também há pessoas que te vêem precisamente porque você se ressignifica e essa parte precisa ser mais esclarecida. Não contar as construções alternativas apenas como um caminho de perdas, porque isso implicaria que seguir a norma não é doloroso. E é. E muito. E há situações surpreendentes quando você a segue um pouco menos. A mudança de desejos também tem suas recompensas, mas o caminho ainda não está traçado. Isso gera incertezas.  

Acho interessante, por exemplo, o que acontece entre ter um parceiro e ter outro (ou outros). Sempre falando, é claro, do ponto de vista do casal entendido do ponto de vista da hegemonia.  O que está no meio tem um potencial transformador incrível, mas o experimentamos como um entre-lugar. Como algo que deve ser superado. No final, você descobre que o que precisa ser superado é o que poderia nos dar uma sociedade mais coletiva e mais justa. É por isso que para mim o «intermediário» é importante.

N.: Mais uma vez, para analisar o que estamos observando. Perdemos o cuidado e também o trânsito; vemos o resultado, mas não somos capazes de entender o processo, de acompanhá-lo, de apoiá-lo, de não pensar que é um tempo improdutivo…

M.: Para mim, a vida é trânsito. Destacar tudo o que ocorre, o que acontece que não tem um nome tão forte como as categorias hegemônicas têm. O que acontece quando o que historicamente perseguimos, que é o normativo, não acontece. Quando estamos em uma situação que a sociedade hegemônica define como algo a ser superado. Existe um incrível potencial de transformação que nós temos em comum. A Andaluzia tem um potencial transformador incrível porque nos foi dito historicamente que ela deve ser superada na sua constituição.

Pode ser que um ponto importante esteja em dizer, aqui e agora nós somos nossas próprias referências, não quero estar sempre em direção a algo, porque isso é um discurso capitalista, mostrar sempre isso que te falta para que você compre. Seria muito reparador perceber que somos completas aqui e agora, com o que temos. Não sei se a palavra certa é “completa”, sobretudo quando existe a precariedade. Mas sim, não ser uma identidade perseguida durante as 24 horas do dia. Encontrar em mim e na minha história a minha própria referência. É isso que eu tenho e com isso construo: o podemos fazer sobre isso hoje? Parar a corrida. Deixar de perseguir pela norma. Não tenho que me superar todo o tempo; sou uma pessoa com minhas circunstâncias. Lutarei para estar melhor, mas não para perseguir uma história que nem sequer é a minha. Podemos melhorar o mundo da nossa forma: com o que temos aqui e agora. Seria mais humilde, mais presente e menos messiânico. Mais coletivo também. 

N.: Isso de estar sempre se examinando… Isso de nomear me deixa pensativa porque eu também trabalho com as palavras. Um dia desses eu escutei a Donna Haraway dizendo que este é um momento de muita incerteza e que nos faltam palavras; mas os momentos em que nos faltam palavras são, segundo ela, os mais frutíferos para o pensamento. Me fez pensar que o feminismo acadêmico tenha sido muito impaciente ao criar muitas categorias; e ao nomear você estabiliza, você retira o poder transformador, decanta as possibilidades dessa realidade existente. Mas, ao mesmo tempo, as coisas que são nomeadas ajudam quando, por exemplo, alguém fala da síndrome da impostora…

M: Tenho pensado muito sobre os silêncios e a linguagem. Me interesso sobre tudo aquilo que é dito quando durante o silêncio, porque os silêncios também falam e também são uma resposta. Há filmes nos quais, para derrotar o demônio e acabar com todo o seu potencial, é preciso descobrir o seu nome. No momento em que se sabe, o demônio se fecha em uma caixa e perde seu poder transbordante. Esse é o poder da linguagem: categorizar e colocar as coisas em caixas. Seria genial saber usá-lo para amarrar esses demônios, mas sem cair em armadilhas restritivas.  

A relação entre a linguagem e a realidade é complicada. Às vezes complica, às vezes facilita. Deve-se encontrar um equilíbrio. Há que entender a linguagem como uma necessidade básica. Ela tem que deixar de servir para fazer com que outros sintam-se analfabetos ou para impor hierarquias ou dogmas. É uma ferramenta de comunicação e não é a única. Colocar tudo em palavras é muito capacitista.  Por exemplo, no caso do povo andaluz, o povo tem se manifestado de diversas formas, não apenas mediante à palavra; se não há um discurso, muitas pessoas acham complicado se posicionar. A palavra tem que servir para algo palpável. Escrever uma tese que ninguém vai entender não serve pra nada. Temos que recuperar o para quê. Isso tem um valor curativo incrível. Minha vida mudou quando entendi que as palavras curam e que há curandeiros das palavras e que, ao contar a sua história, você também pode curar. Mas não acho que deva ser algo inacessível e hierárquico. Para isso existe a RAE e não queremos ser como a RAE: a polícia das palavras. 

N.: No seu livro há uma crítica ao feminismo que não é capaz de entender os encontros de vizinhas, o corpo, as migrantes, as racializadas… as putas ou as trans vêm dado toques de atenção a um feminismo hegemônico que as exclui. Estamos sendo capazes de avançar nesse sentido, para incorporar outras demandas? 

M: O feminismo hegemônico são os pais [risos]. É como um fantasma, o feminismo hegemônico. Acho que as pessoas que não têm contato com ele são a maioria. Estamos numa ficção onde validamos o que é hegemônico, mas na verdade, a realidade que construímos é outra. Estes que dizemos que são hegemônicos são três ou quatro. Eu acho que não temos que pedir permissão a ninguém. Uma coisa é reconhecer os legados, mas eu não acho que tenha que existir um guia oficial dos feminismos. Que o primeiro livro de feminismo que eu leia seja sobre o feminismo negro, não significa que eu deva seguir com o itinerário que me foi imposto de fora. 

Do privilégio daquelas que se fizeram senhoras e donas da rota oficial, elas não estão processando tudo o que fazemos; mas nós também não precisamos disso. Não precisamos da permissão das majestades do feminismo. O que é isso? Na minha opinião, o hegemônico é aquilo que impõe um único ponto de vista. Não acho que somar seja o mesmo que diminuir. Não acredito que nenhuma soma divida alguma luta. Não consigo fazer as contas. Não quero um feminismo classista, transfóbico ou putofóbico. Acredito na alegria como uma forma de reivindicação. Não que umas formas sejam mais legítimas que outras. Nunca me sentirei ameaçada porque uma pessoa decide colocar um novo discurso na mesa porque é necessário para ela, porque ela está sofrendo. Há uma frase que eu gosto muito que diz: “Não há lutas de primeira e de segunda, apenas opressões que você não sofre”. É fundamental perguntar-se por que a valorização de nossas diferenças se torna uma ameaça para grupos muito específicos. Eu não quero persegui-las ou ser incluída. Eu não quero ser hegemônica. Eu não quero entrar na onda da Rocío Jurado. Quero ser o que as ondas realmente são e nada mais. Quero ver quem consegue nos prender.

NOTAS

[1] «Ou talvez o afeto não correspondido que Sierra sofreu tivesse a ver justamente com o oposto, não com a visão de sua estranheza, mas com a não-visão da mulher. Especificamente, com o que seu filho diagnosticou como ‘cegueira incondicional’. As meninas a rejeitaram porque não a viam, pois ela estava sempre presente, disponível para a família a qualquer momento e em qualquer situação, sem negociação prévia». Em El entusiasmo. Precariedad y  trabajo creativo en la era digital. Barcelona, Anagrama, 2017. 

[2] Por três cadelas: por muito pouco dinheiro.

[3] Refere-se aos versos do hino andaluz, com letra de Blas Infante: «Andaluzes, levantem-se, peçam terra e liberdade!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.