
19 de noviembre, Día Internacional de Lucha Contra el Abuso Sexual hacia las Infancias y Adolescencias
MADRES PROTECTORAS
Escuchar una frase cargada de un sentido inesperado, ver los dibujos de lo impensable, ser testigo de un juego totalmente fuera de lugar, descorren las cortinas del escenario sobre el que montamos nuestra maternidad. Todas las demás preocupaciones (leche, reunión en el jardín, la cena de hoy, la tos de hace un mes) se corren al iluminar el trasfondo en el que habitan nuestras niñeces y juventudes sobrevivientes de abuso.
Une de cada cinco niñes sufre de violencia sexual. Los datos son de la OMS para América Latina y no varían mucho en otros territorios. ¿Cómo explicar esta violencia tan persistente? ¿Cómo no vemos a esas infancias que sufren un terror tan profundo?
Nosotras, las madres y xadres, somos las primeras en creer en la palabra de nuestres hijes, o ver los alarmantes cambios en sus actitudes. Somos las que con mucho miedo comenzamos a indagar hasta encontrar esa verdad, a contrapelo de nuestro deseo, con inmenso valor, porque nos importa protegerles por encima de todo. Y no es que seamos las primeras en saber que está pasando algo “raro” por intuición o por instinto materno. Somos las primeras en creerle a nuestros hijes, sencillamente, porque somos las que estamos ahí, porque les conocemos al mínimo detalle, porque la lógica social patriarcal hace que en la inmensa mayoría de las familias, seguimos siendo las mujeres quienes nos hacemos cargo del cuidado y la atención de les niñes. Somos las primeras, nosotras, como contracara de ese 80 por ciento de casos de abuso hacia las infancias en los que el perpetrador es un padre, un tío, un abuelo. Somos nosotras, entonces, las que pondremos en jaque las relaciones afectivas y familiares más cercanas.
Desde el momento en que escuchamos y activamos los mecanismos de cuidado que encontramos a mano, nos convertimos en madres/ xadres protectoras. Una categoría en la que nos reconocemos desde hace muy poco tiempo, quizá apenas una década. Un nombre que portamos con dolor y con orgullo, y que estalló como identidad política hace pocos años y tomó una potencia imparable en la marcha del Grito Global contra el abuso sexual del 19 de noviembre de 2021. Convocada por el Colectivo Yo Sí Te creo, impulsor del pañuelo rojo, de la reafirmación de la palabra de les sobrevivientes y de la articulación de activistas a lo largo de todo el territorio nacional, ese 2021 logró movilizaciones en 17 provincias argentinas. Fuimos miles en las calles de todo el territorio nacional, evidenciando que esta problemática existe y se consolida en lógicas pedófilas avaladas por la cultura general.
Ante ese primer encuentro con el terror encarnado en las cuerpas de nuestres hijes, la búsqueda de amparo no depara descanso, ni ayuda ni resguardo. Muy por el contrario, se convertirá en una cadena de violencias que cada vez asfixiará más.
Generalmente, el primer gran golpe viene dado por nuestro entorno familiar más cercano: la mayoría de nuestras familias no está preparada para afrontar el develamiento. Negación, enojo, acusaciones de falsedad, rupturas y expulsiones nos hacen cuestionar principios: ¿cómo es esto posible? ¿no era la familia un núcleo incondicional de personas que nos cuidan? ¿habrá violentado el perpetrador a otres niñes? ¿pudo actuar sin que nadie se diera cuenta? ¿cómo fué que nosotras mismas no nos dimos cuenta?
La culpa, propia de una cultura conservadora, rápidamente se modela bajo formas de encubrimiento, y nos ahoga mediante frases que nos rompen el corazón: “te habrá parecido”, “ese niñe tiene mucha imaginación”, “hay que perdonar”, y otras de horror similar. Las frases hechas intentan domesticar nuestro dolor, frenar nuestra búsqueda de justicia y, sobre todo, de seguridad para nuestres hijes. Cuán rápido, y cuán “fácil” una madre pueda apartar a su hije del entorno que encubre, o silencia, dependerá nuevamente de su solvencia económica y también de la red feminista que encuentre.
VIOLENCIA INSTITUCIONAL
Doloridas, rotas, cuestionadas, expulsadas de familias o también de nuestros hogares, sosteniendo a nuestres hijes vulnerades, llegamos a las instituciones de cuidado: secretarías o defensorías de infancias y adolescencias, juzgados, fiscalías. Y allí, en lugar de reparación, encontramos un mecanismo gigantesco que socavará nuestra denuncia, el testimonio de nuestre hije, nuestra salud mental, física, nuestra economía, en fin, nuestra vida y esa otra, pequeña, que intentamos proteger. ¿Cómo enfrentar a todo un poder del Estado que se ensaña con nosotras y nuestres hijes?
Es importante explicar esto que parece increíble para quienes no han padecido la tortura institucional. Existe en el ideario social, especialmente entre quienes no tienen una vida política activa en torno al pedido de justicia, la idea de que el sistema judicial, y las instituciones que protegen infancias (entiéndase SENAF, Defensoría de niñas,niños y adolescentes, y demás instituciones) fallan siempre a favor de las madres. Esto es falso. En la inmensa mayoría de los casos, las instituciones que hacen de “reguladoras sociales” terminan ejerciendo un nivel altísimo de prejuicio sobre las figuras maternas, al igual que sucede en toda la sociedad. Somos las madres, en el ideario patriarcal de las mayorías, responsables de absolutamente todo lo que pasa en la vida de nuestres hijes, y esto se cuela lógicamente en las personas que son operadores judiciales o de infancias, jueces, fiscales y demás funcionarios. (Recomendamos muy fuertemente la lectura del artículo: Silencios castigos memorias, de Natalia, madre protectora de Milagros, publicada en esta misma revista).
Entre las múltiples razones de este opresor panorama podemos nombrar la carencia de auténtica formación con perspectiva de género y de infancias. La Ley Micaela en Argentina no deja de ser un trámite burocrático que cualquier funcionario puede aprobar dando clicks en una formación virtual, sin producir cambios profundos en ninguna subjetividad. Otro problema reside en que este es un crimen que sucede en el ámbito de lo “secreto”, “íntimo” o “privado”, perpetrado por adultos de confianza del niño, que amedrentan y amenazan. Por lo tanto muchas veces no hay pruebas físicas, sino psicológicas, que el poder judicial (un privilegio de clase sólo accesible para algunas) y el sistema de infancias tampoco está preparado para estimar o reconocer como pruebas fehacientes, más bien todo lo contrario. ¿Es posible pensar en un poder judicial que se ponga a la altura de las niñeces, que considere sus modos de expresar, sus tiempos, sus dolores? ¿Es posible pedirle a este poder judicial misógino, adultocentrista, capitalista, un proceso acorde a las necesidades de infancias y maternidades? ¿Podemos pensar en una justicia protectora?
LA MAREA ROJA QUE CRECE
En el peregrinar por lograr protección para nuestres hijes, las madres protectoras nos hemos encontrado en pasillos, veredas y tribunales. Nos hemos encontrado porque una amiga, una vecina, una psicóloga nos ha pasado un contacto de alguien a quien le ocurrió lo mismo. Porque una madre protectora ha puesto una carpa frente a Tribunales en la ciudad de Córdoba, otra se encadenó frente al Ministerio de Justicia en Buenos Aires, otras hacen una radio abierta en una plaza de San Juan. Y al encontrarnos supimos que lo que nos ocurría no era un drama personal, no era culpa de la estrategia equivocada de un abogado o el injusto informe de un psicólogo estatal. Lo que estaba detrás era una inmensa construcción invisible, cómplice del abuso y perpetrador de la impunidad y la violencia. Nos hemos encontrado pensando que estábamos perdidas en un laberinto personal aterrador, para juntes darnos cuenta de que somos piezas dentro de una clara cadena de montaje cultural instalada para garantizar que, del abuso, nadie hable.
Las madres protectoras denunciamos el delito más impune del mundo. El más silenciado, naturalizado, negado. El que no encuentra palabras, ni salidas simples, ni ayuda garantizada. A une niñe le daña algo que no puede poner en una frase. Y si puede hacerlo, las palabras pueden dinamitar todo lo que está alrededor. ¿Quién quiere escuchar esa verdad? ¿quién puede hacerlo?
Sacar el abuso de las familias es sacar la violencia más profunda del closet patriarcal. Es empezar a conocer la trama desde la cual el patriarcado sostiene su explotación de cuerpas y subjetividades. La hegemonía machista, colonial, capitalista, que ha expulsado hacia los márgenes otras subjetividades por su género, clase y etnia, ¿qué lugar le da a las infancias? Nuestro grito contra el abuso resquebraja las bases, oscuras, de la cultura. Denunciamos que los abusadores no son lobos escondidos en el bosque sino en el cómodo sillón de nuestros hogares, escuelas, clubes. Cuando el feminismo nos enseñó que era posible deconstruir las formas de violencia patriarcal y de género que habíamos naturalizado, este era el resultado lógico: llegar a desentramar las lógicas de construcción familiar. Cuando nuestros familiares encubridores, negadores o cómplices, dicen que queremos romper la familia, dicen la verdad, pero a medias. El cuidado a nuestres hijes nos lleva a la determinación de acabar con las lógicas pedófilas y, si esto significa separarnos, romper con acuerdos familiares, exponer lo que nadie puede mirar, que así sea: sí, queremos acabar con estas familias.
En esta orfandad vamos buscando compañeres que dimensionen el dolor que sentimos, y terminamos encontrándoles en las calles, en las asambleas feministas, en marchas por el barrio o frente a una escuela cómplice. Nos encontramos y las similitudes entre nuestros casos hicieron desandar el ¿cómo pudo habernos pasado? para preguntarnos ¿cómo pudo estar funcionando todo esto? Hoy la incipiente marea roja que eleva su voz para denunciar todo lo que está mal la integran sobrevivientes de abuso sexual durante su infancia y xadres/madres protectoras, acompañades por profesionales de la salud, asociaciones civiles de DDHH, organizaciones feministas y transfeministas, asambleas organizadas alrededor de la lucha por el aborto legal y la educación sexual integral, trabajadores de los programas y dispositivos estatales, promotores de salud, educadoras populares, trabajadores de la educación y referentes feministas de diversos partidos políticos. Entendemos, juntes, que la trama de violencia hacia las niñeces, juventudes y maternidades protectoras se tejió a través de opresión económica, psicológica, moral, pero también de redes de pedofilia y de industrias millonarias que sostienen gigantescos poderes económicos y políticos.
UNA GENEALOGÍA DISRUPTIVA
Somos locas según los diagnósticos de nuestras (ex)familias y los de jueces devenidos especialistas en psiquiatría. A veces, también un poco locas frente a la mirada de nuestres compañeres. No ha sido fácil para todas encontrar cobijo en los movimientos feministas. Sentimos las miradas de algunes compañeres que no comprenden por qué, en medio del cuestionamiento a los roles de género y al mandato de maternidad, hemos sido madres. Parece a veces que las madres seremos sujetas invalidadas por el patriarcado, frente a quien nunca alcanzamos sus estándares de buenas madres, y también por cierto feminismo, porque hemos convalidado el contrato maternal. Pero confiamos en nuestres compañeres, sabemos de su sensibilidad y su compromiso para tomar también este desafío de entender nuestros deseos y decisiones, así como la necesidad de proteger a las niñeces.
Sin embargo, también asumimos nuestra locura, la que se enfrenta a la cordura de la razón misógina, adultocéntrica y patriarcal. Asumimos la locura que implica la maternidad entendida desde la aceptación de la responsabilidad del cuidado, y no romántica realización ni destino biológico. Porque asumimos que nuestra locura es política, como esas otras grandes madres que anteceden nuestra lucha: las Madres de Plaza de Mayo, la Madres de la Trata, del Paco y de la Gorra.
Quienes además de madres protectoras somos sobrevivientes, entendemos con otra dimensión la implicación emocional que tiene en la vida de nuestros hijes creer en sus palabras y protegerlos contra el abuso. Existen estadísticas que señalan que un sobreviviente de abuso sexual en su infancia demora en promedio 34 años para hablar de lo que vivió. Quienes hemos callado esta aberración por no contar con adultes capaces de cuidarnos, sabemos que el hecho de que un niño hable es solamente posible por un vínculo de profunda confianza con nosotras. Somos madres protectoras porque nuestes hijes creen que podemos protegerles y porque desde la protección construimos nuestra lucha.
Quienes somos sobrevivientes de abuso sexual en nuestra infancia comprendemos muy bien que la justicia no puede desligarse de la reparación ni de la memoria. Sin dudas, en Argentina la memoria es un hecho político, construido a partir de un trauma nacional. Las cifras del abuso, sus heridas permanentes, las complicidades transversales que permiten su impunidad, todo constituye un trauma de carácter social y político que requiere una reparación social y política. Desde los feminismos, venimos insistiendo en la urgente necesidad de cambiar la economía de los cuidados, y en esa línea también reconocemos los imprescindible de la escucha atenta, el respeto de los sentires y del tiempo de las víctimas de violencias. Un tiempo no sólo terapéutico sino procesal, que efectivamente condene a los abusadores cuando logramos nombrarlos. La lucha por la imprescriptibilidad de los delitos de abuso no es una lucha caprichosa o revanchista sino necesaria, porque nadie habla cuando quiere, sino cuando puede. ¿Está dispuesto el poder judicial y sus operadores a, de una buena vez por todas, interpretar a favor de las víctimas la legislación vigente? Ante la cantidad de casos considerados prescriptos empezamos a entender que la justicia no viene desde dentro de ese sistema misógino y patriarcal, sino de nosotras mismas, encontrándonos y reconociéndonos, al igual que las madres protectoras, como sujetas políticas. Nosotres, sobrevivientes, repetimos sin cansancio “yo sí te creo”, como si en ese repetir pudiéramos borrar la cantidad de veces que fuimos invitades a callarnos. Nos decimos que nos creemos porque sabemos que nadie se expone al escarnio público, a la deshonra o expulsión familiar, al estigma permanente ser herida y no persona. Y sobre todo nos creemos porque creer es también un acto político contra todo un sistema que nos sienta en el banco del descrédito, pidiéndonos pruebas que el tiempo se llevó, periciándonos como si nosotras fuéramos las culpables. Militar organizadamente como sobreviviente es también entender que los tiempos de cada una son sagrados, porque cada vez que militamos, estamos reactivando traumas y memorias monstruosas y a veces, lo único que podemos hacer es replegarnos y volver a acomodar el propio ecosistema psicológico, afectivo, vital.
Juntas, con el histórico recorrido de los últimos diez años, contemplamos la sombra que arroja el avance de la derecha sobre una realidad ya violenta. Escribimos este texto a sólo unos pocos días del 19 de noviembre, día internacional de lucha contra el abuso sexual hacia infancias y adolescencias, que en Argentina coincidirá con la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Un balotaje en el que tendremos que optar entre dos candidatos que no han recogido nuestras luchas ni se aproximan al mundo que soñamos, pero entre los que necesitamos posicionarnos a favor de Massa. La candidatura de Milei nos pone en alerta por su explícita política centrada en el odio, el autoritarismo, la impunidad y la lógica antiderechos. Su discurso (y el de la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel) están cargados de horrorosas referencias a abusos hacia infancias y niñeces, dando cuenta de su transparente pertenencia a la cultura de la pedofilia que denunciamos. Más allá de su lenguaje, encontramos en sus listas a candidatos pertenecientes a organizaciones pro-pedófilas, abogados defensores de denunciados por abuso, promotores de leyes que penan las “falsas denuncias”, las “obstructoras de contacto” y una batería de recursos jurídicos anti derechos para criminalizar a madres protectoras y forzar revinculaciones de niñes y abusadores. A Milei, a todas las derechas, les decimos: Nunca más.
Nosotras, malas hijas y malas madres para un poder que reproduce sus lógicas extractivistas sobre cuerpas silenciadas, venimos a romper los secretos naturalizados. Venimos a politizar y dignificar las tareas de cuidado, rompiendo con los términos del patriarcado. Por nuestres hijes, por las niñas que una vez fuimos, por las niñeces libres y felices con las que soñamos, este 19 de noviembre sostendremos el grito de ¡No pasarán!
Akelarre Feminismo Popular
Córdoba, 10 de noviembre de 2023
Eu acredito em você, sim!: Um grito do mais profundo do patriarcado
19 de novembro, Dia Internacional da Luta contra o Abuso Sexual contra las Infâncias e as Adolescências.

Tradução: Fer Hermenegilde Cutro
MÃES PROTETORAS
Escutar uma frase carregada de um sentido inesperado, ver os desenhos do impensável, ser testemunha de um jogo completamente fora de lugar, puxam as cortinas do cenário no qual montamos nossa maternidade. Todas as outras preocupações (o leite, a reunião da creche, o jantar de hoje, a tosse de faz um mês) se afastam para iluminar o telão de fundo em que habitam nossas crianças e jovens sobreviventes de situações de abuso.
Uma de cada cinco crianças sofre violência sexual. Os dados são da OMS para a América Latina e não variam muito em outros territórios. Como é possível explicar essa violência tão persistente? Como é possível não enxergarmos essas infâncias que sofrem um terror tão profundo?
Nós, mães e cuidadorxs*, somos as primeiras a acreditar na palavra de nosses filhes, ou mesmo observar as mudanças alarmantes em suas atitudes. Somos as que com muito medo começamos a indagar até achar essa verdade, na contra mão de nosso desejo, com imenso valor porque nos importamos com protegê-lhes acima de tudo. E não é que sejamos as primeiras a saber que alguma coisa “estranha” está acontecendo por intuição ou por instinto materno. Somos as primeiras a acreditar em nosses filhes, simplesmente, porque somos as que estamos aí, porque lhes conhecemos no mínimo detalhe, porque a lógica social patriarcal, faz com que a imensa maioria das famílias, continue sendo nossa responsabilidade, mulheres preocupadas pelo cuidado e pela atenção de nossas crianças. Nós somos as primeiras, a outra face desse 80% de casos de abuso contra as infâncias em que o perpetrador é um pai, um tio, um avô. Então, somos nós, as que colocaremos em xeque as relações afetivas e familiares mais próximas.
Desde o momento em que ouvimos e ativamos os mecanismos de cuidado que encontramos à mão, nos tornamos mães/ cuidadorxs protetoras. Uma categoria na qual nos reconhecemos faz pouco tempo, talvez apenas uma década. Um nome que carregamos com dor e orgulho, e que explodiu como identidade política há poucos anos e tomou uma potência imparável na caminhada do Grito Global contra o abuso sexual de 19 de novembro de 2021. Convocada pelo coletivo “Eu acredito em você, sim”, impulsionador do lenço vermelho, da reafirmação da palavra de sobreviventes e da articulação de ativistas por todo o território nacional, que no ano de 2021 conseguiu concretizar mobilizações em 17 estados argentinos. Fomos milhares nas ruas do território nacional inteiro, evidenciando que essa problemática existe e se consolida em lógicas pedófilas apoiadas pela cultura geral.
Diante desse primeiro encontro com o terror encarnados nas corporalidades de nosses filhes, na procura de abrigo não oferece descanso, nem ajuda, nem resguardo. Muito pelo contrário, se tornará uma cadeia de violências que sufocará cada vez mais.
Geralmente, o primeiro grande golpe é dado pelo nosso ambiente familiar mais próximo: a maioria das nossas famílias não está preparada para enfrentar o desvendamento. Negação, raiva, acusações de falsidade, rupturas e expulsões fazem-nos questionar princípios: Como é isto possível? Não era a família o núcleo incondicional de pessoas que ciudam de nós? Terá o perpetrador abusado de outras crianças? Será que foi capaz de atuar sem que ninguém percebesse? Como nós mesmas não nos demos conta?
A culpa, própria de uma cultura conservadora, rapidamente é modelada sob formas de encobrimento, e nos sufoca por meio de frases que destroem o coração: “deve ter sido impressão sua”, “essa criança tem muita imaginação”, “é preciso perdoar” e outras de um horror similar. As frases feitas tentam domesticar nossa dor, frear nossa busca de justiça, e sobretudo a busca de segurança para nosses filhes. Quão rápido, e quão “fácil” uma mãe possa afastar sua criança do amibiente que encobre, ou silencia, dependerá novamente de sua solvência econônica e também da rede feminista que encontre.
VIOLÊNCIA INSTITUCIONAL
Doloridas, desesperadas, questionadas, expulsas das famílias ou também de nossos lares, sustentando nosses filhes vulneráveis, chegamos às instituições de cuidado: secretarias ou defensorias das infâncias e das adolescências, tribunais, promotorias. E ali, em vez de reparação, encontramos um mecanismo gigantesco que irá minar a nossa denúncia, o testemunho de nosse filhe, a nossa saúde mental, física, nossa economia, enfim, a nossa vida e aquela outra pequena que tentamos proteger. Como enfrentar todo esse poder do Estado que se intromete com a gente e com nosses filhes?
É importante explicar isto que parece incrível para aqueles que não sofrem a tortura institucional. Existe no ideário social, especialmente entre aqueles que não têm uma vida política ativa em torno do pedido de justiça, a idéia de que o sistema judiciário e as instituições que protegem infâncias (entenda-se a SENAF, Defensoria de meninas, meninos e adolescentes e demais instituições) sempre decide em favor das mães. Isto é uma farsa. Na grande maioria dos casos, as instituições que atuam como “reguladoras sociais” acabam exercendo um altíssimo nível de preconceito sobre as figuras maternas, como acontece na sociedade toda. Somos as mães, no ideário patriarcal das maiorias, responsáveis por absolutamente tudo o que acontece na vida de nosses filhes, e isso se infiltra logicamente nas pessoas que são operadores judiciais ou das infâncias juízes, procuradores e demais funcionários públicos. (Recomendamos enfaticamente a leitura do artigo: silêncios castigos memórias, de Natália, mãe protetora de Milagros, publicada nesta mesma revista).
Entre as múltiplas razões deste panorama opressor podemos citar a carência de uma autêntica formação com perspectiva de gêneros e de infâncias. A Lei Micaela na Argentina não deixa de ser um trâmite burocrático que qualquer funcionário pode aprovar dando cliques em uma formação virtual, sem produzir mudanças profundas em nenhuma subjetividade. Outro problema é que este é um crime que acontece no âmbito do “segredo”, “íntimo”, ou “privado”, perpetrado por adultos de confiança da criança que amedrontam e ameaçam. Portanto, muitas vezes não há provas físicas, mas psicológicas, que o poder judiciário (um privilégio de classe apenas acessível a algumas) e o sistema de infâncias também não está preparado para estimar ou reconhecer como provas concretas, muito pelo contrário. É possível pensar em um poder judiciário que se coloque à altura das crianças, que considere seu modos de expressar, seus tempos, suas dores? É possível pedir a este poder judiciário misógino, adultocentrista, capitalista, um processo de infâncias e maternidades? Podemos ser capazes de pensar em uma justiça protetora?
A MARÉ VERMELHA QUE CRESCE
No peregrinar e na procura da proteção para nosses filhes, as mães protetoras encontrámo-nos em corredores, calçadas e tribunais.
Encontramo-nos porque uma amiga, uma vizinha, uma psicóloga nos passou o contato de alguma pessoa que também passou por isso. Porque uma mãe protetora montou uma barraca em frente ao Tribunal na cidade de Córdoba, outra se acorrentou em frente ao Ministério da Justiça em Buenos Aires, outras fizeram programas de rádio aberta na praça São João. E pelo fato dos nossos encontros soubemos que o que estava acontecendo com cada uma de nós, não era apenas um drama pessoal, não era culpa de uma estratégia equivocada de um advogado ou o injusto relatório de uma psicólogo estadual. O que estava por trás era uma enorme construção invisível, cúmplice de abuso e perpetrador da impunidade e da violência. Nos encontramos achando que estávamos perdidas em um labirinto pessoal aterrador, para nos darmos conta de que somos peças dentro de uma clara cadeia de montagem cultural instalada para garantir que, de abuso, ninguém fale.
As mães protetoras denunciamos o crime mais impune do mundo. O mais silenciado, naturalizado, negado. O que não encontra palavras, nem saídas simples, nem ajuda garantida. Aquilo difícil de ser dito, acaba machucando as crianças. E quando é capaz de fazê-lo, as palavras podem dinamitar tudo ao redor. Quem quer ouvir essa verdade? Quem pode?
Tirar o abuso das famílias é tirar a violência mais profunda do armário patriarcal. É começar a conhecer a trama a partir da qual o patriarcado sustenta sua exploração de corporalidades e subjetividades. A hegemonía machista, colonial, capitalista que expulsou para as margens outras subjetividades por seus gêneros, classe e etnia, que dá lugar às infâncias? O nosso grito contra o abuso rompe com as bases escuras da cultura. Denunciamos que os abusadores não são lobos escondidos na floresta, mas sim na confortável poltrona de nossos lares, escolas, clubes. Quando o feminismo nos ensinou que era possível desconstruir as formas de violências patriarcal e de gêneros que tínhamos naturalizado, este era o resultado lógico: chegar a desenterrar as lógicas de construção familiar. Quando nossos familiares, cúmplices ou negadores, dizem que queremos romper a família, dizem a verdade, mas apenas a metade. O cuidado de nosses filhes nos leva à determinação de acabar com as lógicas pedófilas e, se isso implica nos separar, romper com acordos familiares, expor o que ninguém pode ver, que assim seja: sim, queremos acabar com estas famílias.
Nesta orfandade vamos procurando companheiras que dimensionem a dor que sentimos, e acabamos encontrando-as nas ruas, em assembléias feministas, em convocatórias ou manifestações no bairro ou em frente a uma escola cúmplice. Encontrámo-nos e as semelhanças entre os nossos casos nos levam a pensar como é possível que isso tenha acontecido? Para nos perguntar como tudo isso poderia estar funcionando?. Hoje, a crescente maré vermelha que eleva a sua voz para denunciar tudo o que está mal, está integrada por sobreviventes de abuso sexual durante a sua infância e mães protetoras e outras subjetividades ao cuidao das crianças, acompanhadas por profissionais da saúde, associações civis de direitos humanos, organizações feministas e trasnfeministas, assembléias organizadas em torno da luta pelo aborto legal e a educação integral, trabalhadorxs dos programas e dispositivos estatais, promotorxs da saúde, educadoras populares, trabalhadorxs da educação e referenes feministas de diversos partidos políticos. Entendemos, em conjunto, que a trama da violência contra as crianças, as juventudes e maternidades protetoras, foi se tecendo através da opressão econômica, psicológica, moral, mas também das redes de pedofilia e das industrias milionárias que sustentam gigantescos poderes econômicos e políticos.
UMA GENEALOGIA DISRUPTIVA
Somos loucas segundo os diagnósticos de nossas ex-famílias e segundo os dos juízes especialistas em psiquiatria. Às vezes, também um pouco loucas perante o olhar de nossas companheiras. Não tem sido fácil para todas encontrar abrigo nos movimentos feministas. Sentimos os olhares de algumas companheiras que não compreendem por que, em meio ao questionamento dos papéis de gênero e ao mandato de maternidade, fomos mães. Às vezes, parece que as mães seremos sujeitas invalidadas pelo patriarcado, perante para quem nunca alcançamos seus padrões de boas mães, e também por certo feminismo, porque temos convalidado o contrato maternal. Mas confiamos em nossas companheiras, sabemos de sua sensibilidade e seu compromisso para tornar também esse desafio de entender nossos desejos e decisões, bem como a necessidade de proteger as infâncias.
No entanto, também assumimos a nossa loucura, que se opõe à sanidade da razão misógina, adultocêntrica e patriarcal. Assumimos a loucura que implica a maternidade entendida desde a aceitação da responsabilidade do cuidado, e não romântica realização nem destino biológico. Porque assumimos que nossa loucura é política, como essas outras grandes mães que antecedem nossa luta: as Mães de Praça de Maio, as Mães do Tráfico, do Paco e do Boné.
Além das mães protetoras, quem sobrevive, compreende com outra dimensão a implicação emocional que tem na vida de nosses filhes acreditar em suas palavras e protegê-lhes contra o abuso. Existem estatísticas que indicam que sobreviventes de abuso sexual nas suas infâncias demoram em média de 34 anos para falar sobre o acontecido. As que silenciamos essa aberração pelo fato de não existirem adultes capazes de cuidar de nós, também sabemos que o fato de que uma criança possa falar só é possível no entanto existir um relacionamento de profunda confiança connosco. Somos mães protetoras porque nosses filhes acreditam que podemos protegê-lhes e porque desde a proteção é que construímos nossa luta.
Nós, sobreviventes de abusos sexuais na nossa infância, compreendemos muito bem que a justiça não pode estar separada da reparação e da memória. Sem dúvida, na Argentina a memória é um fato político, construído a partir de um trauma nacional. Os números de abuso, das suas feridas permanentes, das complicidades transversais que habilitam sua impunidade, tudo constitui um trauma de carácter social e político que exige também uma reparação social e política. É uma insistência dos feminismos essa urgente necessidade de mudar a economia dos cuidados, e nesta linha também reconhecemos a imprescindibilidade da escuta atenta, do respeito dos sentimentos e do tempo das vítimas de violências. Um tempo não apenas terapêutico, mas processual, que efetivamente seja capaz de condenar os abusadores quando conseguimos nomeá-los. A luta pela imprescritibilidade dos crimes de abuso não é uma luta caprichosa ou revanchista, mas sim necessária, porque ninguém fala quando quer, mas quando pode. O poder judicial e os seus operadores estão dispostos a, de uma vez por todas, interpretar a favor das vítimas a legislação em vigor? Diante da quantidade de casos considerados prescritos, começamos a entender que a justiça não vem de dentro desse sistema misógino e patriarcal, mas de nós mesmas, encontrando-nos e reconhecendo-nos, assim como mães protetoras, como sujeitas políticas. Nós, sobreviventes, repetimos sem cansaço “eu acredito em você, sim”, como se nesse repetir pudéssemos apagar a quantidade de vezes que fomos convidadas a nos calar. Dizemos para nós mesmas que acreditamos porque sabemos que ninguém se expõe ao escárnio público, à desonra ou a expulsão familiar, ao estigma permanente de ser ferida e não pessoa. E sobretudo nós acreditamos em nós porque crer é também um ato político contra um sistema inteiro que nos coloca no banco do descrédito, pedindo-nos provas que o tempo levou, nos periciando como se fossemos as culpadas. Militar organizadamente como sobrevivente é também compreender que os tempos de cada uma são sagrados, porque cada vez que militamos, estamos reativando traumas e memórias monstruosas e, às vezes, é a única coisa que podemos fazer, recuar e voltar a organizar o próprio ecossistema psicológico, afetivo, vital.
Juntas, com o histórico percurso dos últimos dez anos, contemplamos a sombra que lança o avanço da direita sobre uma realidade já violenta. Escrevemos esse texto a poucos dias do dia 19 de novembro, dia internacional da luta contra o abuso sexual das infâncias e adolescências, que na Argentina corresponderá com o segundo turno das eleções presidenciais. Uma batalha na que deveremos eleger entre dois candidatos que não tem recolhido nossas lutas nem se aproximam ao mundo que sonhamos, mas precisamos nos posicionar em favor de Sérgio Massa. A candidatura de Javier Milei nos alerta especialmente por causa de sua política explícita centrada no ódio, no autoritarismo, na impunidade e na lógica anti-direitos. Seu discurso (e o da candidata a vice-presidente, Victoria Villarruel) estão carregados de horrorosas referências aos abusos às crianças e às infâncias, referenciando sua transparente pertença à cultura da pedofilia que denunciamos. Além de sua linguagem, encontramos em suas plataformas candidatos pertencentes a organizações pró-pedófilas, advogados defensores de denunciadxs por abusos, promotorxs de leis que penalizam as “falsas denúncias”, as “obstrutoras de contato” e uma série de recursos legais anti-direitos para criminalizar as mães protetoras e forçar revinculações de crianças e abusadores. Para Milei e para todas as direitas, dizemos: Nunca mais.
Nós, más filhas e más mães, para um poder que reproduz lógicas extrativistas sobre nossas corporalidades silenciadas, chegamos para romper com os segredos naturalizados. Chegamos para politizar e dignificar as tarefas de cuidado, quebrando com os termos do patriarcado. Por nosses filhes, pelas crianças que alguma vez fomos, pelas infâncias livres e felizes com as que sonhamos, neste dia 19 de Novembro gritaremos: Não passarão!
*Xadres/ Mapadres, em espanhol.
Akelarre Feminismo Popular
Córdoba, 10 de Novembro de 2023
Ivana Galdeano y Florencia Bianco; Ilustración: Maria Belen Bianchi (MB2). Miembros de Akelarre Feminismo Popular
Akelarre Feminismo Popular es una organización feminista que nace en el año 2020 como un espacio para intercambiar conocimientos y experiencias en el acompañamiento y abordaje de situaciones de violencia de género, abuso sexual hacia infancias y adolescencias y violación de DDHH. Trabajamos acompañando casos desde el litigio estratégico, comprendiendo que la justicia no es tan solo un hecho legal sino social y cultural, y por lo tanto es posible alcanzarla con asesoramiento legal, estrategias comunicativas, acciones políticas concretas en las calles y artivismo. Además, producimos insumos culturales como libros, videos, series audiovisuales, podcasts, talleres y gestión cultural en general.