
Imagen: Pilar Emitzin
El primer intento sistemático de intervención estatal en el ámbito familiar árabe tuvo lugar durante el Imperio Otomano con el Código de Familia de 1917. A partir del movimiento generado por la revolución de los Jóvenes Turcos en 1908, se buscó renovar la sociedad otomana y la transición al constitucionalismo. Ello incluía la necesidad de reemplazar la tradicional familia patrilineal por una nuclear y monogámica. Sin embargo, no se pudo abolir la poligamia, ya que ello entraba en conflicto con la ley islámica, aunque sí establecer regulaciones que restringieron su práctica. El Código incluía a su vez secciones separadas para cristianos y judíos viviendo bajo el Imperio y sujetos a sus propias leyes religiosas. Este intento fue resistido tanto por los clérigos musulmanes como por las minorías, que consideraron intolerable la interferencia estatal en sus esferas de regulación autónoma. Además, esta tentativa fallida de controlar los intereses comunales y religiosos llegaba en el momento de mayor fragilidad del Imperio Otomano y no tuvo el efecto deseado.
Tras su caída definitiva luego de la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los países árabes que estaban bajo la órbita otomana transitaron un proceso de colonización europea que tuvo un fuerte impacto en la forma en la que se percibía y conformaba la delimitación entre el espacio público (masculino) y privado o doméstico (femenino). En algunos países, como Argelia, esta presencia colonial había comenzado en 1830 mientras que en otros, como Iraq, Siria y Líbano recién se instaló en la segunda década del siglo XX. En todos los países, sin embargo, las políticas coloniales hicieron mella en la formulación de un sistema de jerarquía de género evidenciada en el desigual acceso a los derechos políticos y sociales. Luego de la partida europea, a mediados del siglo XX, las burguesías locales continuaron y profundizaron esta impronta.
Las medidas tomadas por los Estados poscoloniales para delimitar el acceso a la ciudadanía se plasmaron en la legislación familiar. Ésta, sumada al desarrollo de los programas educativos y otras políticas de control social no favorecieron la emancipación femenina sino que degradaron la posición social de la mujer. Ello se dio básicamente por dos razones. La primera relativa a que las medidas para la emancipación femenina no coinciden necesariamente con el impulso democratizador y la creación de una sociedad civil en la que sus intereses se vean representados. Por el contrario, esta labor fue llevada adelante por gobiernos autoritarios que buscaron controlar o tutelar esos intereses. Los mismos dirigentes que garantizaban nuevos derechos para las mujeres eran los que proscribían asociaciones y organizaciones autónomas allí donde existían.
En segundo término, los controles comunales sobre las mujeres continuaron creciendo y en algunos casos se intensificaron. Ello sucedió en contextos plagados de contradicciones. La penetración del modo de producción capitalista llevó en muchos casos al desmembramiento de las comunidades, el ensanchamiento de la brecha entre clases sociales y el debilitamiento de la solidaridad familiar. Con las masivas migraciones del campo a las urbes, la red de protección/control hacia las mujeres se amplió y las tradicionales relaciones de autoridad de hombres hacia ellas –y entre las mayores a las jóvenes– se extendieron. Además, el fracaso en la repartición igualitaria de recursos creó redes clientelares de privilegio en el acceso al empleo o al crédito. Ello estancó la movilidad social, lo cual agravó las tensiones existentes entre clases y clivajes.
Así, las estructuras estatales construidas a partir de las independencias tuvieron el foco puesto en la posición social de las mujeres y su participación en el espacio público. Durante el período colonial, el ámbito doméstico-familiar –de “las mujeres y los niños”– había permanecido como una fortaleza ante la avanzada en los asuntos “públicos” de las potencias foráneas que controlaban la región. Concluida la era colonial, en cada uno de los países se desarrolló un proceso de socialización que supuso la obediencia de la familia al Estado a través de la legislación familiar expresada en los Códigos de Estatus Personal basados en la jurisprudencia islámica.
En este contexto, la “cuestión de la mujer” surgió como un terreno de disputa ideológica que simbolizaba las aspiraciones progresistas de la élite secularista o el anhelo de autenticidad cultural en términos de la tradición islámica. La centralidad de la imagen femenina como símbolo de identidad es desde entonces la plataforma sobre la que se disputan las contiendas ideológicas hasta nuestros días, donde aún se resiente desde algunos sectores cualquier manifestación feminista como parte de una política cultural imperial.
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Hierarquia de gênero e paternalismo colonial: Como as mulheres árabes se tornaram “cidadãs de segunda”

Traduzido por Larissa Bontempi.
A primeira tentativa sistemática de intervenção estatal no âmbito familiar árabe teve lugar durante o Império Otomano com o Código da Família de 1917. A partir do movimento gerado pela revolução dos Jovens Turcos em 1908, procurou-se renovar a sociedade otomana e a transição para o constitucionalismo. Isso incluía a necessidade de substituir a família tradicional patrilinear por uma nuclear e monogâmica. No entanto, não foi possível abolir a poligamia, já que isso entrava em conflito com a lei islâmica, ainda que se tenha estabelecido regulações que restringiram essa prática. Por sua vez, o Código incluía seções separadas para cristãos e judeus vivendo sob o império e sujeitos às suas próprias leis religiosas. Esta tentativa teve resistência tanto dos clérigos muçulmanos quanto das minorias, que consideraram intolerante a interferência estatal em suas esferas de regulação autônoma. Além disso, esta tentativa falida de controlar os interesses comuns e religiosos veio no momento de maior fragilidade do Império Otomano e não teve o efeito desejado.
Depois da sua queda definitiva, após a Primeira Guerra Mundial, a maioria dos países árabes que estavam sob a órbita otomana transitaram por um processo de colonização europeia que teve um forte impacto na forma com que se percebia e conformava a delimitação entre o espaço público (masculino) e privado ou doméstico (feminino). Em alguns países, como Argélia, esta presença colonial tinha começado em 1830, enquanto em outros, como Iraque, Síria e Líbano, instalou-se na segunda década do século XX. Em todos os países, no entanto, as políticas coloniais afetaram a formulação de um sistema de hierarquia de gênero evidenciada no acesso desigual aos direitos políticos e sociais. Logo após a partida europeia, na metade do século XX, a burguesia local continuou e aprofundou este estigma.
As medidas tomadas pelos Estados pós-coloniais para delimitar o acesso à cidadania foram moldadas na legislação familiar. Esta, aliada ao desenvolvimento dos programas educativos e outras políticas de controle social, não favoreceram a emancipação feminina, mas rebaixaram a posição social da mulher. Isso se deu basicamente por duas razões: A primeira é que as medidas para a emancipação feminina não estão necessariamente de acordo com o impulso democratizador e a criação de uma sociedade civil na qual seus interesses sejam representados. Pelo contrário, esta função foi levada adiante por governos autoritários que procuraram controlar ou tutelar esses interesses. Os próprios dirigentes que garantiam novos direitos para as mulheres eram os que baniam associações e organizações autônomas ali, onde existiam.
Em segundo lugar, os controles comuns sobre as mulheres continuaram crescendo e em alguns casos se intensificaram. Isso aconteceu em contextos infestados de contradições. A penetração do modo de produção capitalista levou em muitos casos ao desmembramento das comunidades, o alargamento da brecha entre classes sociais e o enfraquecimento da solidariedade familiar. Com as migrações massivas do campo às cidades, a rede de proteção/controle das mulheres foi ampliada e as relações tradicionais de autoridade dos homens para com elas – e das mais velhas para as mais jovens – se estenderam. Além disso, o fracasso na distribuição igualitária de recursos criou redes de clientes privilegiados no acesso ao emprego ou a crédito. Isso estancou a mobilidade social, o que agravou as tensões existentes entre classes e divisões.
Assim, as estruturas estatais construídas a partir das independências focaram na posição social das mulheres e sua participação no espaço público. Durante o período colonial, o âmbito doméstico-familiar – “das mulheres e crianças” – tinha permanecido como uma fortaleza diante do avanço dos assuntos públicos das potências estrangeiras que controlavam a região. Passada a era colonial, em cada um dos países, foi desenvolvido um processo de socialização que supôs a obediência da família ao Estado através da legislação familiar expressa nos Códigos de Status Pessoal baseados na jurisprudência islâmica.
Neste contexto, a “questão da mulher” surgiu como um terreno de disputa ideológica que simbolizava as aspirações progressistas da elite secular ou o anseio por autenticidade cultural nos termos da tradição islâmica. A centralidade da imagem feminina como símbolo de identidade é, desde então, a plataforma sobre a qual se disputam as discussões ideológicas até os dias de hoje, em que alguns setores ainda ressentem qualquer manifestação feminista como parte de uma política cultural imperial.
Politóloga. Magíster y Doctora en Culturas Árabe y Hebrea. Profesora adjunta en la Carrera de Historia (FFyL-UBA) con el seminario “Mujeres y lucha anticolonial en Medio Oriente y el Norte de África”. Profesora del Programa de Doctorado FSOC-UBA con el seminario “Movimientos de mujeres en el Mundo Árabe”. Directora de Relaciones Institucionales con el Mundo Árabe en el Archivo Audiovisual Observatorio Sur. Co-directora de la Colección de Estudios de Género de la Editorial Canáan.