
Crédito imagen: Pilar Emitzin
Lo han vuelto a hacer. A finales de abril, la Audiencia de Navarra decidía que los cinco violadores que se autodenominaban La Manada -esos que encerraron a una chica de 18 años en un cubículo cerrado, la penetraron por todos los orificios posibles y la dejaron tirada en el suelo tras arrebatarle su teléfono móvil para que no pudiera avisar a nadie- no la habían violado, sino solo habían cometido abuso, una grotesta figura que, para la legislación española, presupone que se puede tener sexo con una mujer sin violencia aunque ella no haya dado su consentimiento. Ya no serían 22 años, sino tan solo nueve años de cárcel, si se ratifica la sentencia en las dos instancias superiores de apelación. Las mujeres salimos masivamente a las calles, a gritar que la justicia española es patriarcal y no nos protege. La justicia patriarcal confirmaba su mensaje de muerte: si te resistes, te matan; si no te resistes, para los jueces no es violación.
El 21 de junio, nos sentíamos aún más vulnerables: los magistrados decidieron conceder la libertad provisional bajo fianza de seis mil euros. Pronto volverán a su barrio de Sevilla los cinco violadores, y me resisto a colocarles el apelativo ‘presuntos’, siendo que ellos en ningún caso negaron que hicieron lo que hicieron: simplemente, les parece normal obtener sexo así, por la fuerza, sin consentimiento, considerando a la otra como un objeto descartable. Porque ellos, como los jueces y demás instituciones que los amparan -no olvidemos que hay entre ellos miembros de la Guardia Civil y el Ejército-, son incapaces de entender el sexo de otro modo que no sea el de la conquista violenta; y entonces es posible que un magistrado -el que emitió un voto particular en la sentencia, pidiendo su absolución- crea que esa chica podría haber disfrutado. Porque nunca consideraron mínimamente el deseo de las mujeres; porque nunca nos consideraron verdaderos seres humanos, o al menos, no tan humanos como ellos. Por eso decía Angela Davis que el feminismo es la idea radical de que las mujeres somos personas.
Contra la justicia patriarcal, la marea feminista tomó, una vez más, las calles. Las feministas volvieron a demostrar su capacidad de movilizar, en apenas unas horas a miles, cientos de miles de personas. En España, solo el feminismo tiene esa potencia, y la viene utilizando para expresar dos consignas muy poderosas: Yo sí te creo, hermana; y Si nos tocan a una, nos tocan a todas. Al juntarnos en las calles, no solo presionamos para que se introduzcan cambios urgentes en la legislación y la judicatura; también es una forma de defender la alegría y organizar la rabia, y de pensar juntas formas de autodefensa feminista. En Sevilla, las mujeres ya se movilizan para que el miedo cambie de bando.
De La Manada a las fresas de Huelva
El 21 de junio, muchas mujeres revivimos las sensaciones de aquel 26 de abril: una mezcla de indignación y rabia por la decisión judicial, de tristeza empática con esa chica y de alegría esperanzada al ver la fuerza del movimiento: juntas nos sabemos poderosas; en lucha, sabemos que es cuestión de tiempo que caiga el patriarcado. Esta vez, al contrario que en abril, me tocó vivirlo de lejos, desde mi habitual residencia en Buenos Aires. Y navegaba en las redes, queriendo saber qué estaba pasando en mi país, cuando di con este mensaje, escrito por una compañera inmigrante:
“No voy a la concentración de esta tarde.
Fuimos a la de la sentencia que fue demostración de fuerza del movimiento feminista.
No vi esa respuesta hace apenas dos semanas en la concentración por las hermanas marroquíes trabajadoras del campo en Huelva que han sido brutalmente (no hay otra forma) abusadas, ¡más de 400 mujeres!
[…] A mí me duele la sentencia de La Manada, me duele que estos violadores estén en la calle y me duele la justicia patriarcal. Pero sobre todo, me duele vuestra mentira. ¡No volváis a decir que si nos tocan a una nos tocan a todas; o explicitad que las moras, las negras, las racializadas no somos unas entre ese TODAS!
Dolor y rabia.”
Ese mensaje me atravesó brutalmente. Precisamente llegaba en días en que, con las Amazonas y especialmente con Helena Silvestre, veníamos hablando de la necesidad de mirar siempre desde el prisma de las más oprimidas: las mujeres negras, indígenas, gitanas, migrantes, las que durante siglos han cargado y cargan a sus espaldas no sólo la opresión machista, sino también la violencia colonial, racial y de clase. El 8M, la victoria innegable del movimiento feminista en España llegó con un cuestionamiento de las compañeras negras y gitanas que nos llamaban a la reflexión: ese movimiento que explota en las calles no las representa, porque conserva los vicios de la hegemonía blanca. Si nos tocan a una, nos tocan a todas, pero esas ‘todas’, ¿con qué ‘una’ se identifican?
Sí, por supuesto, hay que llenar las calles hoy y denunciar la barbarie patriarcal de la justicia española, que deja en libertad a cinco violadores porque los jueces comparten esa misma cultura de la violación, y argumenta que todo el proceso ha sido conforme a Derecho, como si eso no fuese aún más indignante. Pero el mismo respeto, protección y sororidad merecen las compañeras marroquíes que son sobreexplotadas en Huelva. La misma respuesta masiva del movimiento feminista merecen las opresiones patriarcales que, siempre más brutales y siempre silenciadas, reciben cada día las compañeras racializadas. Desde hace tiempo, ellas nos lo vienen señalando. De la capacidad que tengamos las feministas blancas y europeas de integrar -en la piel, no solo en el discurso- que el feminismo debe ser un movimiento contra todas las opresiones, y no solo contra la opresión que a nosotras nos afecta, dependerá nuestra fortaleza, nuestra verdadera capacidad transformadora.
Un ejercicio de memoria
Creo que, como yo, la mayor parte de las feministas españolas están sinceramente preocupadas por incluir la transversalidad de las opresiones de raza y clase, y por atraer a las compañeras racializadas a nuestra lucha. Pero tal vez hace falta dar un paso más: encarnar esa mirada desde abajo, que no atraviese solo nuestro discurso, sino nuestro cuerpo y nuestra emocionalidad colectiva. Nos lo debemos, se lo debemos a ellas, no solo -que ya es mucho- porque es de justicia. Nos jugamos, también, no olvidarnos de quiénes somos, de dónde venimos. Todes somos o hemos sido migrantes: si no nos tocó a nosotres, seguramente les tocó a nuestros padres y madres, como de hecho sucedió a buena parte de mi generación en España. Y la inmensa mayoría venimos de familias que eran pobres antes hasta que esos procesos de movilidad social ascendente -muy marcado en España entre los años 60 y 70- nos permitieron subirnos a la oleada de “desarrollo y progreso”. Es urgente una reflexión sobre cómo ese proceso, que en España nos llevó a mejores condiciones materiales de vida, fue posible gracias al expolio brutal de otras poblaciones que en aquellos mismos años vieron empeorar sus condiciones de vida, porque se les arrebataron las fuentes de su sustento, como sigue ocurriendo hoy con muchas comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas en América Latina, África y Asia.

Hace veinte años, las más pobres de entre mis tías, oriundas de un pequeño pueblo de la sierra gaditana, iban a hacer la temporada de la fresa; hoy, ese trabajo ha quedado mayoritariamente en manos de mujeres migrantes que, en muchos casos, son traídas con engaños, se pagan un pasaje carísimo y después deben soportar, so pena de no ganar ni para cubrir el viaje, condiciones de sobreexplotación extrema que incluyen abusos sexuales, vejaciones y amenazas constantes por parte de sus patrones. Hace años que las trabajadoras temporeras vienen denunciándolo y reciben el negacionismo por respuesta, como denuncia Yayo Herrero en este artículo. Hoy, la marea violeta debe desplegar su enorme capacidad de movilización para que todes gritemos en las calles que a ellas también las creemos y que, si tocan a una jornalera marroquí en Huelva, respondemos todas. Solo así conseguiremos que ellas sientan que esta marea las representa; y, sobre todo, solo así estaremos abanderando una revolución que valga la pena y que sea merecedora de ese nombre.
La revolución será feminista o no será, pero a su vez, será antirracista o no será, será anticlasista o no será, será anticolonial o no será. En caso contrario, estaríamos siendo tan cínicas, tan acomodadas en nuestros privilegios como esos machirulos de izquierdas a quienes señalamos. No basta con hablar de la transversalidad de las opresiones: nosotras, mujeres blancas y europeas, debemos aprender a sentipensar con las compañeras migrantes y racializadas; escucharlas desde la convicción de que tienen mucho que enseñarnos. Solo así haremos nuestra su lucha: en la piel, y no sólo en el discurso.
A REVOLUÇÃO FEMINISTA SERÁ ANTIRRACISTA OU NÃO SERÁ

Fizeram de novo. No final de abril, o tribunal de Navarra decidiu que os cinco infratores que se autodenominavam La Manada [o Rebanho] -os que prenderam uma menina de 18 anos em um cubículo fechado, e que a penetraram por todos os orifícios possíveis e deixando-a deitada no chão depois de pegar seu celular para que ela não pudesse dizer falar com ninguém- não cometeram estupro, mas tinham realizado apenas abuso cometido, uma figura grotesca da legislação espanhola que pressupõe que você pode ter sexo com uma mulher sem violência, embora ela não tenha consentido. Eles assim não serão condenados a 22 anos de prisão, mas a apenas nove anos, se a sentença for ratificada nas duas instâncias superiores de apelação.
As mulheres saíram massivamente às ruas, para gritar que a justiça espanhola é patriarcal e não nos protege. A justiça patriarcal confirmou sua mensagem de morte: se você resiste, eles o matam; Se você não resiste, para os juízes não é estupro.
No dia 21 de junho, nos sentimos ainda mais vulneráveis: os magistrados decidiram conceder fiança de seis mil euros aos estupradores. Em breve eles voltarão para seu bairro em Sevilha, cinco estupradores, e eu me recuso a usar palavra “suposto” antes da palavra estuprador, porque em nenhum momento negaram que o fizeram: simplesmente, parece normal para obter sexo assim, pela força e sem consentimento, considerando o outro como um mero objeto descartável.
Porque eles, como os juízes e demais instituições que os protegem – não esqueçamos que entre eles há membros da Guarda Civil e do exército – são incapazes de compreender o sexo de forma diferente do que uma conquista violenta; e então é possível que um magistrado – como aquele que emitiu um voto em separado na sentença, pedindo absolvição – acredite que aquela garota poderia ter desfrutado do que fizeram com ela. Porque eles nunca consideraram minimamente o desejo das mulheres; porque nunca nos consideraram verdadeiros seres humanos, ou pelo menos não tão humanos quanto eles. É por isso que Angela Davis diz que o feminismo é a ideia radical de que as mulheres são pessoas.
Contra a justiça patriarcal, a maré feminista tomou, mais uma vez, as ruas. As feministas mais uma vez demonstraram sua capacidade de mobilizar, em poucas horas, milhares, centenas de milhares de pessoas. Na Espanha, apenas o feminismo tem esse poder e o tem usado para expressar dois slogans muito poderosos: #Eu acredito em você, irmã; e Se eles tocam a uma, eles nos tocam a todas. Ao nos reunirmos nas ruas, não só pressionamos por mudanças urgentes na legislação e no judiciário; É também uma maneira de defender a alegria e organizar a raiva, de pensar juntas formas de autodefesa feminista. Em Sevilha, as mulheres já estão mobilizadas para que o medo mude de lado.
De La Manada aos morangos de Huelva
Em 21 de junho, muitas de nós mulheres revivemos os sentimentos daquele 26 de abril: uma mistura de indignação e raiva com a decisão judicial, tristeza empática por aquela menina e uma alegria esperançosa ao ver a força do movimento: juntas nos sabemos poderosas; na luta, sabemos que é apenas uma questão de tempo até que o patriarcado caia. Desta vez, ao contrário de abril, tive que vivê-lo à distância, da minha residência habitual em Buenos Aires. E eu andava mesmo navegando nas redes, querendo saber o que estava acontecendo no meu país, quando me deparei com essa mensagem, escrita por uma companheira imigrante:
«Eu não vou para a concentração esta tarde.
Fomos manifestação da sentença, esta tarde, e foi uma demonstração de força do movimento feminista.
Não vi essa mesma resposta há apenas duas semanas, na concentração das irmãs marroquinas que trabalham no campo em na colheita de morangos, que foram brutalmente (não há outra forma) abusadas, mais de 400 mulheres!
[…] Dói-me a sentença de La Manada, me dói que esses estupradores estejam na rua e me fere a justiça patriarcal. Mas acima de tudo, me dói a sua mentira. Não diga novamente que, se eles nos tocam a uma, eles nos tocam a todas; ou então explicitem que as negras, as mestiças, as racializados e não brancas não somos uma entre essa TODAS!
Dor e raiva «.
Essa mensagem me atravessou brutalmente. Precisamente aí chegaram esses dias em que, com as Amazonas e, especialmente com Helena Silvestre, tanto falávamos sobre a necessidade de sempre olhar a partir do olhar das mais oprimidas: as mulheres negras, indígenas, ciganas, migrantes, que por séculos tem carregado e ainda carregam não só o peso da opressão machista, mas também da violência colonial, racial e de classe. No 8M, a vitória incontestável do movimento feminista na Espanha trouxe junto uma questão; companheiras negras e ciganas que nos chamaram a refletir: o movimento que explode nas ruas não nos representa, porque conserva os vícios da hegemonia branca. Se eles nos tocam a uma, eles nos tocam a todas, mas quem são essas ‘todas’, com que ‘uma’ se pode identificar?
Sim, se deve mesmo encher as ruas pelo caso de La Manada, e denunciar a barbárie patriarcal da justiça espanhola, que liberta cinco estupradores porque os juízes partilham a mesma cultura de estupro, argumentando que todo o processo estava em conformidade com a lei Como se isso não fosse ainda mais escandaloso. Mas o mesmo respeito, proteção e sororidade merecem as companheiras marroquinas superexploradas na colheita em Huelva. A mesma resposta maciça do movimento feminista merecem as opressões patriarcais que, sempre mais brutais e silenciadas, recebem todos os dias nossas companheiras racializadas. Por um longo tempo, elas vêm nos apontando. Da capacidade que tenhamos nós, feministas brancas e feministas europeias -na pele, não só no discurso – que o feminismo tem de ser um movimento contra todas as opressões, e não apenas contra a opressão que a nós nos afeta – dependerá a nossa força, dependerá a nossa verdadeira capacidade de transformação.
Um exercício de memória.
Eu acho que, como eu, a maioria das feministas espanholas estão sinceramente preocupadas com transversalização das opressões de raça e classe, e de conseguir atrair nossas companheiras racializadas à nossa luta. Mas talvez tenhamos de dar outro passo: incorporar esse olhar de baixo, que não passa apenas pelo nosso discurso, mas pelo nosso corpo e nossa emotividade coletiva. Devemos a nós mesmas, devemos a elas, não apenas – o que já é muito – porque é justiça. Não estamos brincando, não esquecemos de quem somos, de onde viemos. Somos ou fomos migrantes: se não nos tocou a nós diretamente, certamente aconteceu com nossos pais e mães, como de fato aconteceu com boa parte da minha geração na Espanha. E a grande maioria vêm de famílias que eram pobres antes até que esses processos -muito marcados de mobilidade social ascendente na Espanha entre 60 e 70- nos permitiram entrar na onda do «desenvolvimento e do progresso.» É urgente refletir sobre como esse processo, que na Espanha nos levou a melhores condições de vida material, possibilitada pela pilhagem brutal de outras populações nesses mesmos anos, viu o agravamento das condições de vida, porque eles arrancaram as suas fontes de sustento, como ainda acontece hoje com muitas comunidades indígenas, afrodescendentes e camponesas na América Latina, África e Ásia.

Há vinte anos, as mais pobres das minhas tias, de uma pequena cidade nas montanhas de Cádis, iam trabalhar na colheita dos morangos; hoje, esse trabalho tem sido em grande parte realizado pelas mãos das mulheres migrantes, que em muitos casos são trazidas por engano, pagando muito caro por isso e, em seguida, tendo de suportar a dor de não ganhar sequer o suficiente para cobrir o custo da viagem, exploração extrema incluindo abuso sexual, humilhação e constantes ameaças por parte de seus patrões.
Durante anos, trabalhadoras temporárias têm denunciado e recebido apenas negações como resposta, como nos mostra Yayo Herrero neste artigo. Hoje, a maré lilás deve implantar sua enorme capacidade de mobilização para que todas nós gritemos nas ruas que também acreditamos nelas e que, se tocarem uma trabalhadora marroquina em Huelva, respondamos todas a eles. Só então conseguiremos que elas sintam que essa maré as representa; e, acima de tudo, só assim estaremos defendendo uma revolução que vale a pena e merece esse nome.
A revolução será feminista ou não será, mas ao mesmo tempo, será anti-racista ou não será, será classista ou não será, será anticolonial ou não será. Caso contrário, seríamos tão cínicas, tão acomodadas em nossos privilégios quanto aqueles macho-alfa de esquerda a quem apontamos. Não basta falar sobre a transversalidade das opressões: nós, mulheres brancas e européias, devemos aprender a ‘sentipensar-las’ com as companheiras migrantes e não brancas; ouvindo-as com a convicção de que elas têm muito a nos ensinar. Só então faremos nossa luta: na pele e não apenas no discurso.
Desde niña, mi mayor pasión es escribir. Soy periodista, madrileña y vivo en América Latina desde 2008. He colaborado con medios como Le Monde Diplomatique, Público y La Marea, y formo parte del colectivo de periodismo independiente Carro de Combate, que analiza los impactos socioambientales de lo que consumimos. Entiendo que el feminismo implica la descolonización de nuestras vidas, cuerpos y mentes y esa es una tarea cotidiana, muchas veces ardua pero también profundamente liberadora.